Capítulo 15: El Espejo y la Noche

1849 Words
Después del abrumador recorrido por la mansión, una sensación de agotamiento emocional y físico se apoderó de mí. Mi mente, saturada de imágenes de lujos incomprensibles y secretos a medio decir, me hacía sentir como si estuviera a punto de colapsar. Mariela, mi madre, e Isidro, mi padre, me condujeron a una habitación enorme, una que por sí sola era más grande que todo mi antiguo apartamento. Las paredes eran de un tono crema suave, la cama king size estaba cubierta con sábanas de seda que invitaban al descanso, y la vista que ofrecía la ventana mostraba los inmensos jardines que se extendían hasta donde la vista alcanzaba. —Esta es tu habitación, mi niña —dijo Mariela, con una sonrisa triste que apenas llegaba a sus ojos—. Elegí los colores pensando en lo que creí que te gustaría. Queríamos que te sintieras en casa. La palabra "casa" se sintió hueca, un eco burlón en el vacío que era ahora mi vida. Este lugar, tan fastuoso, era una prisión, aunque dorada. —Gracias —murmuré, sintiéndome una extraña en mi propio cuerpo. Isidro se paró en el umbral de la puerta, su postura era autoritaria como siempre. Su presencia llenaba el espacio con una gravedad que me recordaba la falta de libertad que tenía. —En unas horas, la cena estará lista. Por favor, descansa. Tienes mucho que asimilar. No te molestaremos hasta entonces. Ellos se retiraron, dejándome sola con un silencio que de pronto se volvió ensordecedor. El eco de sus pasos se desvaneció en el pasillo y el peso de la soledad me golpeó con una fuerza abrumadora. Me desplomé en la cama, el suave colchón cediendo bajo mi peso como si el mismo mundo me estuviera dando una tregua. Las lágrimas que había estado conteniendo se desbordaron, cayendo por mis mejillas sin control. Era un llanto silencioso, ahogado en la seda de las almohadas, un torrente de dolor que no podía articular. Lloraba por la vida que me robaron, por Daniel, por la soledad de mi pasado y por la incierta oscuridad de mi futuro. Me dormí con el corazón roto, agotada por la tormenta que se desataba en mi interior. Un suave toque en mi hombro me despertó. La habitación estaba en penumbra, iluminada por la luz dorada de una lámpara de noche. Mariela estaba a mi lado, sus ojos, llenos de un dolor reflejado, me miraban con una ternura infinita. La vi allí, como un fantasma de la madre que nunca tuve. —Cariño, la cena está lista. No tienes que bajar si no quieres, pero... me gustaría que lo hicieras. Tu hermana ya llegó —dijo, su voz era un susurro delicado. La mención de mi hermana mayor hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. No estaba lista para conocer a nadie más. Mi mente aún procesaba el hecho de que tenía un padre y una madre biológicos, y ahora, ¿una hermana? —¿Me puedes dar unos minutos? —pregunté, mi voz sonaba ronca por el llanto. Ella asintió, su sonrisa era comprensiva. —Claro, mi amor. Estaremos esperándote en la sala principal. Tómate tu tiempo. Me puse de pie y fui al baño para lavarme el rostro. El agua fría me ayudó a despejar la mente, aunque solo fuera por un momento. Me miré en el espejo, y lo que vi fue una versión de mí que no reconocía. El cabello rojo, los ojos miel... eran la herencia de una familia que ahora era mía, una que se sentía extraña y ajena. Me vestí con la ropa que me habían dejado: un vestido n***o, sencillo pero elegante, que se ajustaba a mi cuerpo como un guante. Tomé una respiración profunda, y salí de la habitación, lista para enfrentar lo que viniera. Al llegar a la sala, la vi. Estaba parada de espaldas a mí, charlando con mi padre. No sabía quién era, pero su presencia llenaba el espacio con una gracia que me hipnotizó. Mi padre me vio primero y me hizo un gesto para que me acercara. Ella se giró y nos miramos. La tensión en la habitación se hizo palpable. Mi corazón se detuvo. No era un espejo lo que estaba viendo, era a mi clon, a mi doble perfecto. Ella era idéntica a mí, o yo era idéntica a ella, el mismo cabello rojo, los mismos rizos indomables que caían en cascada sobre sus hombros. Sus ojos eran idénticos a los míos. Su cuerpo era una versión un poco más alta y delgada del mío, pero nuestras facciones eran casi exactas. La sorpresa fue tan grande que me quedé helada. Valentina me miró y sus ojos se llenaron de lágrimas. No se detuvo, sino que corrió hacia mí y me abrazó con una fuerza y ternura que me dejó sin aliento. Se aferraba a mí como si no quisiera soltarme, como si el abrazo fuera la única prueba que necesitaba para saber que era real. —¡Por fin, por fin te puedo abrazar! —exclamó, con la voz entrecortada por un sollozo. Su voz era melodiosa, una versión más suave y dulce de la mía. Cerré los ojos. La sensación, la conexión que sentía, la calma... era algo raro, pero se sentía tan bien, tan auténtico. Ella sollozaba contra mí, y yo simplemente empecé a llorar. Me aferré a ella siguiendo el impulso de mi cuerpo, sin entender por qué me sentía así. Era una conexión tan poderosa, tan visceral, que ni siquiera me había sucedido con Mariela. Ella se separó un poco de mí, lo justo para mirarme, escanear mi cara con un anhelo y una emoción que me llenó de un sentimiento que no pude descifrar. Luego, empezó a acariciar mi cara y mi cabello con una delicadeza que me hizo temblar. —Mi niña, qué grande estás, mi niñita. No puedo creerlo... —dijo, sonriéndome con ternura. En sus palabras no había fingimiento, solo la melancolía de un pasado que no pudo ser. Isidro carraspeó, y eso hizo que nos termináramos de separar. —Chicas, tenemos que comer —dijo, su voz era autoritaria—. Ya habrá tiempo para ponerse al día. La cena fue un asunto tenso. Había lujos en la mesa, pero la conversación era escasa. Valentina me miraba de una manera que me hacía sentir extraña pero que, de algún modo, me gustaba. Al mismo tiempo, nuestros padres la veían a ella fijamente. En un momento, me pareció que eran miradas de advertencia. En un momento dado, ya habíamos terminado la cena cuando Valentina habló. —Alaia, ¿qué te parece si vamos a caminar por el jardín? A esta hora las estrellas son hermosas. Miré la reacción de mis padres. Ambos se pusieron tensos. Algo estaba pasando aquí, yo solo sonreí y afirmé con la cabeza. Mi madre miró fijamente a Valentina. —Hija, antes de que vayan, puedo decirte una cosa. Es sobre la empresa. Valentina le dio una mirada rápida a mi madre. Sus facciones se endurecieron antes de acercarse a ella. Yo solo solté la pregunta nuevamente. —¿De qué es su empresa, exactamente? —pregunté, mirándolos fijamente. La pregunta flotaba en el aire, pesada, cargada de una desconfianza que ya no podía ocultar. —Ya te dijimos que luego habrá tiempo para eso, Alaia —respondió mi padre, dándome la evasiva nuevamente. Un poco alejadas, mi madre y Valentina hablaban con sus expresiones serias. Yo me crucé de brazos, antes de ponerme firme frente a él. —No soy una niña y tampoco soy imbécil. Has estado evadiendo la pregunta con la misma respuesta vaga. —Hija, no es que te esté evadiendo, es que simplemente no es el momento de hablar del tema. —Claro, y yo me chupo el dedo —dije con sarcasmo, rodeando los ojos. Antes de que pudiera responder, él me lanzó una mirada que me advirtió que no dijera una palabra más. Valentina se acercó a mí con una sonrisa forzada. —Vamos, princesa. Yo le sonreí de vuelta, con una expresión de que esto no se iba a quedar así, y empecé a seguir a mi hermana. Empezamos a caminar por todo el patio trasero, pasando por los jardines que estaban alumbrados tenuemente con farolas fijas al suelo. Todo era hermoso, pero no podía disfrutarlo. La pregunta sobre la empresa familiar me taladraba la mente. En un momento, llegamos al área de la piscina, donde había un columpio de madera adornado con luces. Ambas nos sentamos allí, mirando el agua, sintiendo el aire fresco de la noche y contemplando las estrellas. —Es increíble lo mucho que te pareces a mí —dijo con suavidad. —Sí... tienes razón... nos parecemos mucho... —susurré. —Alaia, quiero conocerte, ayudarte. Quiero conocerte de verdad. Entiendo que esto para ti debe ser muy difícil. Yo sentí su sinceridad. No sabía cómo podía sentirme tan bien con ella. Era la única en esta familia que no me trataba como a un prisionero o una extraña. Yo solo suspiré. —La verdad es que es muy difícil. De la nada me salió una familia, todo lo que pensé que era mi vida resultó ser mentira, y ya no sé cuál de las dos va a terminar siendo peor... Todo es tan confuso. —Desahógate, mi niña —dijo, su voz era un bálsamo para mi alma—. Siempre estaré aquí para ti. No me imagino el remolino de emociones y pensamientos que debes tener ahora mismo. —Gracias, Valentina... ¿De verdad quieres conocerme? —dije con la voz entrecortada, una nueva ola de lágrimas me asaltó. —Solo si tú quieres. Estoy dispuesta a escucharte toda la noche de ser necesario. Yo solté un suspiro antes de empezar a contar todo lo que había pasado. La misma historia que le conté a Daniel hacía solo unas horas atrás, pero ahora agregué más detalles. Le conté cada grito, cada golpe, cada palabra humillante que recibí por parte de Margaret. Le conté con detalle todo lo que viví cuando me secuestraron, el miedo, el dolor, y lo que pasó después. Le conté cómo me sentía en el club, la soledad y la humillación. Me dejé llevar, solo hablé y hablé, como si me estuviera quitando de encima una cruz muy pesada que había cargado toda mi vida. Ella solo me escuchó con calma, sin interrumpir. Cuando terminé, me encontraba acurrucada contra su pecho, llorando mientras narraba. Ella me acariciaba el cabello con calma, trasmitiéndome una confianza y una paz bastante particular. La escuché rechistar por lo bajo, una exclamación de rabia ahogada, pero no presté atención a lo que dijo. Y así pasamos toda la noche, ella escuchándome y yo desahogándome, hasta que al final me ofreció ayuda, me ofreció un psicólogo para ayudarme a superar mis traumas. Y yo solo empecé a llorar de nuevo, un llanto más suave, más liberador. En todo este remolino de mentiras y secretos, ella parecía ser lo único auténtico, lo único bueno. Valentina era mi ancla en este mar de incertidumbre.
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