3. Boda...

1728 Words
Capítulo 3. Boda o Venganza... Paulina soltó una carcajada, con las lágrimas rodándole por las mejillas. -- Sí. El mejor amigo de Antonio. El hombre que estuvo en todas las cenas, los brindis, las reuniones familiares que realizo su familia... ¡maldición Diana! Dormí con él. ¡Con él! -- Diana la miraba, paralizada, incapaz de articular palabra. Paulina se encogió en su asiento, tapándose la cara con ambas manos. -- ¿Ahora entiendes por qué necesito desaparecer? Si él se entera… si él descubre quién soy… estoy muerta -- El taxi siguió su camino, mientras Paulina se sumía en el peor infierno emocional de su vida. Un infierno del que no sabía si podría escapar. -- Pero ¿cómo no te reconoció? Es decir, no es que él sepa quién eres... pero te ha visto antes ¿no? -- Paulina asintió, ella misma no le vio la cara en la oscuridad, así que fácil él tampoco debió vérsela a ella... ¿O sí? El timbre sonó como una alarma brutal, justo cuando Paulina intentaba despegar su rostro de la almohada, con los ojos hinchados de tanto llorar. Miró el reloj y eran las siete y media, al menos pudo dormir un par de horas. Diana apareció en la puerta de la habitación, con dos cafés en la mano y la expresión más preocupada del universo. -- Por favor, dime que todo fue un mal sueño -- murmuró, dejando las tazas en la mesita de noche. Paulina soltó una risa amarga. -- Ojalá todo hubiera sido un sueño Di, pero no es así -- Se incorporó con lentitud, sintiendo cada músculo adolorido, pero no por la pasión de la noche anterior, sino por la tensión que la consumía. -- ¿Dormiste algo? -- le preguntó Diana, sentándose a su lado. -- ¿Tú qué crees? -- Silencio. Paulina agarró el celular y volvió a mirar la imagen que lo había destruido todo. No sabía por qué seguía haciéndolo, pero era como si necesitara torturarse, convencerse de que no había sido una alucinación. Pero ahí estaban. Su prometido. Su hermana. Su traición. -- ¿Qué vas a hacer? -- le preguntó Diana con cautela. Paulina respiró hondo, con la mirada perdida. -- Hoy tengo el desayuno con su madre -- -- ¿Vas a contárselo? -- ella no respondió de inmediato. -- No lo sé -- le susurró al fin, con un nudo en la garganta -- Parte de mí quiere gritarlo todo, mandarlo todo al demonio y exponerlos ahora mismo. Pero otra… otra parte quiere esperar. Hacerlo sufrir donde más le duela -- -- ¿El altar? -- Diana arqueó las cejas, adivinando sus pensamientos. Paulina asintió lentamente. -- ¿Te imaginas su cara si lo expongo frente a todos? Frente a los amigos, la familia, los fotógrafos… -- -- Paulina… -- Diana la miró, preocupada. -- Eso puede volverse en tu contra también. No solo vas a exponerlo a él, vas a humillarte tú misma. Y a tu familia -- Paulina se quedó en silencio, sopesando las cosas. -- ¿Y qué? -- le susurró, con una risa vacía. -- Ya me humillaron ellos primero ¿no? -- Diana la miró con tristeza. -- Solo asegúrate de estar lista para las consecuencias -- Paulina apretó la mandíbula y guardó el celular en su bolso. -- Primero el desayuno. Luego decidiré qué hacer -- le dice a Diana, quien la ayuda a cambiarse y la lleva a la casa de sus futuros suegros... La casa de los Bonetto era un templo de lujos ostentosos: columnas de mármol, cuadros importados y ese aroma a perfume caro que impregnaba hasta las paredes, pero en realidad económicamente no estaba bien, se estaban hundiendo en deudas y el matrimonio con Diana era la solución para todos, pero eso ella no lo sabía, todavía. Paulina llegó puntual. Su suegra, Patricia Bonetto, la esperaba en el salón principal, con su vestido perfectamente planchado y el rostro impecable, como si ni una arruga pudiera alcanzarla. -- Paulina, querida -- la saludó con una sonrisa amable, pero calculada, mientras la examinaba de pies a cabeza. -- Estás algo pálida, hija. ¿Te sientes bien? – le preguntó mostrando preocupación, ella era su gallinita de oro y no podía permitir que algo le pasara, al menos no antes de la boda. Patricia siempre quiso a Paulina, la había visto desde niña y sus familias siempre fueron amigas, cuando la madre de Paulina falleció ella se refugió en la residencia de los Bonetto, y veía a todos como su familia, pero cuando comenzaron los problemas económicos Patricia se aprovecho de la joven para lanzarla a los brazos de su hijo. -- Sí, señora Patricia -- le mintió Paulina, fingiendo una sonrisa tenue. -- Fue una noche… larga -- -- Supongo que por esa despedida de soltera tan… peculiar que organizaron tus amigas -- replicó la mujer, con un dejo de superioridad. -- Francamente, nunca he entendido esas fiestas tan… vulgares -- continuó. Paulina sintió el impulso de reírse en su cara, pero se contuvo. Vulgar era su hijo que se andaba acostando con su hermana, pero eso no lo diría todavía. Se sentaron en la terraza del jardín, donde una mesa impecable esperaba con frutas, panes y café servidos al milímetro. Nada fuera de lugar, como la propia Patricia. -- Antonio está muy emocionado con la boda -- le comentó la mujer, tomando su taza con delicadeza. -- Ha puesto tanto empeño en que todo salga perfecto… es un hombre que valora tanto el compromiso -- Paulina apretó los dientes. “Compromiso”, repitió con amargura en su mente, mientras la imagen prohibida de esos dos en la cama todavía ardía en su celular. Patricia, tan observadora como un halcón, notó su rigidez. -- ¿Hubo algún… malentendido entre ustedes? -- le preguntó con mucha preocupación. Paulina bajó la mirada, sus dedos jugueteando con la cuchara. -- Digamos que me di cuenta de algunas cosas -- le respondió, en voz baja. -- ¿Qué cosas? -- Patricia dejó la taza con suavidad, pero su mirada ya estaba afilada. -- ¿Peleas? ¿Inseguridades? Mira, cariño, conoces a Antonio de toda la vida y sabes que es un hombre muy solicitado. Tienes que entender eso -- Paulina levantó la mirada, dolida pero firme. -- ¿Entonces cree que debo aguantar lo que sea solo porque Antonio “es muy solicitado”? -- Patricia soltó una sonrisa culpable. -- Lo que digo es que, si quieres conservar tu lugar en esta familia, hija, debes aprender a cerrar los ojos ante ciertas cosas. Una mujer inteligente sabe cuáles batallas pelear… y cuáles debe ignorar -- Paulina la miró con incredulidad, en ese momento su suegra le daba lástima, con esa forma de pensar confirmaba que el padre de Antonio le era infiel, pero para ella, mientras guarde esa infidelidad en secreto todo estaba bien... -- Pobre infeliz – pensó para ella Paulina. -- ¿Así de fácil? ¿Callar y sonreír? -- Patricia le sostuvo la mirada sin pestañear. -- Así de sencillo. Así funciona el mundo real, cariño -- Paulina dejó escapar una risa amarga. Abrió su bolso con calma, sacó el celular y buscó la imagen. La giró hacia su suegra, mostrándosela de frente, sin decir una palabra. Patricia palideció de inmediato. Sus manos quedaron suspendidas en el aire mientras sus ojos se clavaban en la pantalla, donde la traición quedaba más que clara. -- Ahora dígame, señora Patricia – le dijo Paulina con voz serena, pero cargada de veneno, muchas veces le había pedido que la llame tía, o mamá. Pero Paulina nunca pudo hacerlo, aun cuando era su única imagen materna. -- ¿Todavía cree que debo “cerrar los ojos”? -- Patricia recuperó la compostura con rapidez, aunque su rostro no pudo ocultar la furia. Su hijo estaba jugando con fuego, podían perderlo todo si Paulina cancelaba ese matrimonio. Su madre al morir dejó toda su fortuna a su hija, pero solo la conseguiría el día que se case, por eso la premura para ese matrimonio. --¿Qué vas a hacer con esto? -- le preguntó, con un tono gélido. Paulina sonrió, dulce y letal. --Todavía no lo sé. Por ahora la boda sigue en pie… al menos hasta que piense que hacer. Patricia entrecerró los ojos. -- Paulina… por favor, no hagas una tontería. Sabes muy bien quienes somos los Bonetto, Antonio, su padre... él es un militar -- ahora estaba rogando. -- No te preocupes, tía -- la interrumpió ella, guardando el celular con la misma calma que un verdugo afila su cuchillo. -- Yo sabré cómo manejar esto -- Se levantó, con la frente en alto y los tacones resonando en el suelo como un anuncio de guerra. -- Gracias por el desayuno, tía Patricia -- le dijo, antes de girarse hacia la salida. -- Nos vemos en la boda -- Patricia se quedó helada en su silla, con la taza temblando entre sus dedos. Era la primera vez que Paulina aceptaba llamarla tía, pero en ese momento no sabía si era una buena o una mala noticia... Cuando Paulina llegó a su departamento, Diana la esperaba en la sala, con el rostro pálido de los nervios. -- ¿Qué pasó? -- le preguntó en cuanto Paulina cerró la puerta. Paulina dejó caer el bolso sobre el sofá y se quitó los tacones con furia. -- Ya tomé una decisión -- anunció, con los ojos brillando de determinación. -- ¿Cuál? -- le preguntó Diana, casi sin aliento. Paulina se giró lentamente, con una sonrisa oscura que no le conocía. -- Simple... Me voy a casar.-- -- Diana se levantó de golpe -- -- ¡¿Qué?! ¡Estás loca, Paulina recapacita! Si te lo hizo una vez, lo seguirá haciendo -- pero Paulina solo sonrió, con el rostro firme, fría como el acero. -- Me voy a casar con Antonio Bonetto… pero no por amor -- Su sonrisa creció, venenosa, mientras sus ojos brillaban con la sombra de la venganza. -- Me voy a casar… para arruinarlo frente a todos -- -- Pau... estas segura de eso. Sabes bien que al arruinarlo a él también te arruinas tu misma -- -- Lo sé mejor que nadie Diana. Pero lo que me han hecho no tiene perdón --
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