4. Mentiras...

1394 Words
Capítulo 4. Mentiras bien servidas Paulina tenía razón y no iba a dar marcha atrás. Antonio Bonetto llegó al departamento de Paulina como si nada hubiera pasado, con una sonrisa encantadora, ramo de flores en mano y esa mirada arrogante que tanto había aprendido a detestar en las últimas horas. Paulina abrió la puerta, vestida con un conjunto sencillo, cabello recogido, rostro tranquilo… y su máscara de indiferencia perfectamente puesta. -- Mi amor -- le dijo él, entrando como si fuera el dueño del lugar, -- no podía dejar pasar el día sin verte. Ayer apenas hablamos, con todo el caos de tu despedida. Dejaste tu anillo en la habitación – le dijo y le entrego el anillo de compromiso que era un recuerdo familiar, nunca se imaginó Paula que no tenía dinero para comprarle uno a su gusto. Paulina sonrió, dulce como una cuchilla bien afilada. -- Lo entiendo, cariño. Anoche fue una noche muy… intensa -- Antonio soltó una carcajada. -- Lo imagino, conociendo a tus amigas. Espero que no hayan contratado a un stripper, ya sabes que esas cosas me parecen una ridiculez -- Paulina le acarició el rostro con delicadeza, reprimiendo las ganas de vomitar, y agradeciendo que no estuviera con su uniforme puesto, bastante tenía con los militares por culpa de Sebastian Durand. -- Nada que tú no puedas superar, Antonio -- le susurró con una sonrisa que lo desarmó. Él le devolvió la sonrisa, confiado, y la atrajo hacia su pecho, besándola con suavidad en la frente. En el fondo de su corazón él amaba a Paulina, de la misma manera como su padre amaba a su madre, pero no lo suficiente como para tener que buscar una amiguita para el placer, aun cuando esa amiguita era su propia cuñada. -- ¿Cómo te fue a ti con tus amigos, ellos también te hicieron tu despedida de soltero? No habían querido decirte nada, asi que pensé que sería una sorpresa también -- Antonio desvío su mirada, eso solo lo hacía cuando tenía la conciencia cochina como ese día, pero el muy sinvergüenza negó. -- Sabes que soy muy tradicionalista y esas cosas no me gustan – ella asintió. -- Lo sé, sabes que si hubiera podido... yo tampoco habría tenido una despedida así -- -- Eso me gusta, que seas una mujer sensata. Y muy hermosa -- añadió, recorriendo su cintura con las manos. Paulina se dejó abrazar, apoyando el rostro en su hombro, mientras su mente repetía una y otra vez: “finge, finge bien, todavía no es el momento” En ese instante, la puerta volvió a sonar. Paulina se separó de Antonio con una sonrisa dulce. -- Ah, justo la invité. Quería que las cosas entre nosotras quedaran en paz antes de la boda -- le explicó, abriendo la puerta. Ahí estaba Estefanía, su hermana menor, la pieza más venenosa de la familia, la jovencita que llegó con su madre luego que la mamá de Paulina falleciera, la misma que la había envidiado por todo lo que tenía, y por el cariño de su padre. Estefanía entró con su cara de ángel y sus ojos de víbora, fingiendo inocencia. -- Paulina… -- sonrió con falsa timidez. -- No sabía que Antonio estaría aquí -- --Pues mira qué coincidencia -- le respondió Paulina, haciéndose a un lado para dejarla pasar. Antonio también sonrió, relajado. -- ¡Tefi! Qué bueno verte hoy. Paulina tiene razón, deberíamos limar asperezas antes de la boda. No quiero que haya tensiones familiares el gran día -- Estefanía lanzó una risa suave, mirando a Paulina con descaro. -- Claro, Antonio. Sabes que adoro a mi hermana. Jamás querría algo que pudiera arruinar su perfecta boda – Paulina la miró de frente, midiendo cada palabra que decía. La conocía demasiado bien y sabia lo hipócrita y venenosa que era. -- Qué alivio escuchar eso, Estefanía. Justo anoche recordé que los secretos nunca se quedan guardados para siempre -- Estefanía titubeó apenas un segundo, pero recuperó la sonrisa enseguida. -- Totalmente de acuerdo -- replicó, tomando asiento como si el lugar fuera suyo. Antonio, sin notar la tensión, se dejó caer en el sofá con aire triunfal. -- ¿Ven? Esto es lo que me encanta. Mi futura esposa y mi futura cuñada, entendidas, maduras, listas para empezar esta nueva etapa en sus vidas -- Paulina sonrió, cruzándose de piernas con elegancia. -- Así es, Antonio. Y no sabes cuánto he madurado… en las últimas veinticuatro horas -- Estefanía tragó saliva, apenas perceptible. Paulina disfrutaba cada segundo. -- De hecho -- añadió, con la voz perfectamente dulce, -- pensaba en cómo la vida puede cambiar de la noche a la mañana. En cómo una imagen… puede transformar por completo lo que creías seguro. Estefanía la fulminó con la mirada, pero Antonio solo soltó una risa, sin entender el subtexto. -- Cariño, te estás poniendo filosófica. Seguro es el estrés previo a la boda -- le dijo, tomándola de la mano. Paulina sostuvo su mano, sonriendo, pero apretando con tanta fuerza que Antonio frunció el ceño. -- Puede ser -- murmuró ella, sin apartar la mirada de Estefanía. -- Aunque a veces, Antonio, el problema no es lo que uno ve… sino lo que otros quieren que veas -- Estefanía se removió en su asiento, inquieta. Antonio, por supuesto, seguía en la ignorancia total. -- Por eso confío en ti, Paulina. Eres la mujer más leal que conozco -- le dijo, acercándose a besarla. Paulina lo dejó hacerlo, con una sonrisa helada, mientras saboreaba la ironía. -- Créeme, Antonio. Lo mejor de mí… lo vas a conocer justo en el altar – Estefanía palideció, pero Antonio rio, encantado. --¡Eso me gusta! Esa confianza es lo que más me enamora de ti cada día más – Paulina se levantó, elegante, y lo miró con una dulzura envenenada. -- Entonces prepárate, amor -- le dijo, guiñándole un ojo. -- Porque lo que viene… va a marcarte para siempre -- Cuando Antonio se marchó, satisfecho y confiado, Paulina cerró la puerta con calma. -- Estefanía, aún sentada, la miraba con furia contenida, los celos y su rechazo eran demasiado evidentes. -- ¿Qué estás tramando? -- le escupió al fin, perdiendo la máscara. Paulina caminó hacia ella, lenta, como una depredadora acechando a su presa. -- ¿Qué estoy tramando yo? Mejor dime ¿Qué estas tramando tu? -- le preguntó, con una sonrisa gélida. -- Pensé que ya lo sabías, Estefanía. Digo… tú siempre has sido muy buena jugando con imágenes, ¿no? -- Estefanía la miró con los ojos abiertos como platos, estaba helada. -- ¿Tú… tú sabes que fui yo? -- Paulina se inclinó hacia ella, dejando su rostro a centímetros del suyo. -- Oh, sí. Lo sé desde que vi la hora de envío… y desde que noté tu perfume barato en la mesa de la foto. Siempre fuiste tan… poco discreta -- Estefanía palideció por completo. -- ¿Por qué no me has delatado aún? -- susurró, con la voz quebrada. Paulina sonrió con crueldad. -- Porque quiero que estés allí, Estefanía. Quiero que veas cómo tu “gran jugada” se te revierte en la cara… ¿querías que terminara con él? O quizás ¿querías ocupar mi lugar en la boda? -- Estefanía temblaba, incapaz de responder. Paulina se inclinó un poco más, con una sonrisa letal. -- Ahora, escúchame bien. Vas a presentarte en la boda con la mejor sonrisa de tu vida. Vas a fingir que todo está perfecto. Y si se te ocurre abrir la boca antes de tiempo… te prometo que tu caída será peor de lo que jamás imaginaste -- Estefanía no pudo evitar las lágrimas. -- Eres una maldita… -- Paulina rio, fría como el hielo. -- No, hermanita. Yo solo aprendí a jugar con las cartas que tú y tu madre me enseñaron, te duele que sea como ustedes... -- Se enderezó, con la seguridad de quien ya había ganado la partida. -- Nos vemos en la boda, Estefanía. Y no olvides sonreír para las fotos -- Estefanía salió del departamento sin decir una palabra, derrotada. Paulina se quedó de pie, sola, pero por primera vez en paz consigo misma. Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga. -- Ahora sí, Antonio Bonetto… prepárate para conocer a la esposa perfecta --
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