Meses después
Miraba la habitación que tenía en el apartamento de Kiya, este había sido mi hogar por mucho tiempo pero ahora ya no lo sería más. Mi carrera como diseñadora logró despegar a un nivel que los trabajos me sobraban y tenía la agenda totalmente llena para los próximos seis meses.
— Abuela, por favor ven conmigo — tomé sus arrugadas manos — no me dejes sola, sabes que te necesito.
— Mi pequeña — ella acarició mi mejilla — crees necesitarme pero no es así, he visto como has avanzado a un punto en el que no necesitaste de mí en absoluto. Kiya necesita de mí para cuidar a sus hijas y lo sabes, tú podrás hacerlo sola a partir de este punto y te digo que tus padres estarían totalmente orgullosos de ello.
— Pero abuela, abuelita — ella me abrazó — te necesito, créeme que sí.
— Siempre he sabido que quieres tener tu propio espacio en el mundo — ella se separó de mí — el momento de abrir tus alas y volar ha llegado, no pienso ser un obstáculo en tu vida y lo sabes. Vuela alto mi pequeña, el cielo es el límite.
— Gracias abuela — empecé a llorar — te amo y lo sabes. Prometo venir a verte seguido, no te voy a desamparar. Si tu deseo es quedarte aquí lo voy a respetar por completo.
Metí las últimas cosas en las cajas y después me fui del apartamento que había sido mi hogar por mucho tiempo. Mi nuevo sitio era un apartamento bastante amplio en una buena zona de la ciudad, ahora tenía una cuenta en el banco que me permitía darme este tipo de lujos.
— Wow, todo esto es mío — puse la caja en el suelo y miré el amplio piso que era iluminado por la luz que entraba en los amplios ventanales — finalmente tengo mi propio espacio.
Comencé a acomodar las cosas y los de la mudanza vinieron a dejar las cosas de mis costuras. Los maniquíes que tenía eran tres, todos ellos de una sola talla que era normal.
— Muchas gracias — le di una propina al hombre — que les vaya bien.
La ventaja de este edificio es que era completamente nuevo así que me podía ir olvidando de espíritus o almas en pena, también de asesinatos y todas esas cosas.
— Bueno, es hora de ponerse manos a la obra — froté mis manos e hice mis dedos crujir — vamos Matilde, tú puedes hacerlo.
La ventaja de haber sido una empleada de casa de familia era que podía hacer el aseo a una velocidad mayor que las personas en promedio. Amaba asear y limpiar, ni se diga. Cuando finalicé de organizar todo lo relacionado con mis cosas personales y mi taller, me lancé al cómodo sofá que se hundió con mi peso.
— ¿Cocino o no cocino? — pensé en voz alta — tengo comida en la refrigeradora, vine ayer para llenarla después de todo, ¿Cómo estoy de fuerzas?
Al final decidí cocinar y no pedir comida de la calle, empecé a preparar unas patitas de cerdo guisadas. Estaba cocinando cuando tocaron el timbre, ¿Y eso? No esperaba visita en absoluto así que pensé que era algún maniático que quería matarme aquí en el apartamento, si, probablemente era la competencia del dueño de este enorme edificio y sabía bien que esto arruinaría por completo a su rival. ¿Pero yo qué culpa tenía de que ellos no se llevarán bien? ¿Por qué me había escogido a mí específicamente habiendo otras personas en este sitio?
— Señorita, somos los de la mudanza. Hemos olvidado entregarle una de las cajas, dicen libros y pesa demasiado — el hombre jadeó al otro lado — ¿Será tan amable de abrir?
Fui corriendo a la puerta y me sentí completamente tonta, el hombre entró con la caja que se le notaba que pesaba pero a pesar de este detalle la puso con cuidado.
— Deje le doy algo de beber — abrí la refrigeradora y saqué una jarra de limonada — tenga, le agradezco por todo y disculpe la demora en abrir.
El hombre decidió irse luego de beber la limonada, decidí dejar la puerta un poco entreabierta en caso de que se les hubiese olvidado otra cosa.
— Ufff, está haciendo calor — me abanique con la mano — creo que mejor me cambio de ropa.
Dejé las patitas de cerdo en la estufa entonces me fui a mi cuarto, una vez que me puse un short corto y quedé solo en corpiño deportivo me fui de regreso a cocinar. Removía las patitas cuando quise hacer una ensalada, saqué el repollo junto con remolacha y algunas papas que agregaría a mi guisado. Estaba lavando y tenía una olla para poner agua a hervir cuando me di la vuelta y miré la silueta de un hombre casi detrás de mí.
— ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
Le arrojé el agua a este hombre y después le di con la olla, se desplomó en el piso como si fuera un costal de papas y me asusté al ver quién era.
— ¿Alex? Pero qué rayos.
Maldije por todo lo alto pero eso no iba a remediar la situación, necesitaba actuar. Sinceramente no me apetecía caer en prisión y todo por este baboso.
— Alex — lo froté de alcohol y debido a la cabeza rajada que tenía terminó por despertar gracias al ardor — qué demonios te pasa.
— ¿Qué fue lo que me hiciste? — él puso su mano en la cabeza — ¿Acaso te has vuelto loca?
— Eso es lo que yo te tengo que decir, ¿Por qué estás entrando a mi apartamento como si fuera de tu propiedad? Creo que todo el rechazó de Charlize hizo que te quedarás loco.
— Necesito ir al hospital y tú debes de llevarme — él me miró con reproche — ya después vamos a hablar.
Lancé un suspiro de frustración, es cierto que no tenía culpa por lo que hice, es lo que haría cualquier persona normal al ver a alguien ajeno en su apartamento. No obstante por otro lado sabía bien que no era capaz de dejarlo ir solo al hospital y menos con la cabeza más abierta que mis patas.
— Bueno, solo dame un momento que me pondré una camiseta.
Una vez que me puse unas sandalias y una camiseta blanca, fui donde Alex. Él se apoyó en mí entonces salimos rumbo al hospital una vez que apagué la estufa.
— ¿En dónde se encuentra tu carro? — él señaló a un coche deportivo de lujo — vaya, es precioso. En fin, dame las llaves que yo manejo.
— ¿Qué tú qué? No, a mi bebé no lo tocas — él se mostró reacio y yo lancé un suspiro pesado — es mi precioso, no quiero que nadie más que yo lo toque.
— Entonces te vas solo al hospital — lo solté y por poco se va de bruces — sinceramente no quiero estar perdiendo el tiempo contigo, todavía tengo que limpiar el agua que regué por tu culpa.
— Calma, podemos pedir un taxi que nos lleve al hospital. ¡Te recuerdo que estoy así por tu culpa!
— A ver, por comenzar no me grites si no quieres que te arranqué los testículos y los meta en tu boca. Segundo, estás así porque entraste a MI apartamento sin siquiera hablar, puedo llamar a la policía por allanamiento de morada y mínimo vas a pasar la noche en la comisaría.
— Este edificio es mío — él habló con dificultad y me sorprendí — así que no es allanamiento de morada como dices.
— ¡Independientemente qué el edificio sea tuyo! Estoy alquilando el apartamento y merezco privacidad, no puedes entrar como Pedro por su casa.
— Mujer gritona y escandalosa, muy bien, ten — él me dió las llaves de su coche — pero ten por seguro que si vienes y le causas cualquier daño, vas a pagarlo caro.
— Pinche viejo drámatico — las apreté fuerte — vamos, si puedes mantenerte en pie, es obvio que puedes caminar.
Caminé con tranquilidad mientras lo escuchaba jadear, al subir al carro sentí el olor al cuero y como el asiento se acoplaba a la perfección a mis curvas.
— Ni se te ocurra hacer una…
Alex no terminó de decir nada cuando arranqué, el potente motor rugió e hizo vibrar al coche de tal forma que la adrenalina en mi sangre se activó. Salí del garaje del edificio y metí mi pie lo más que pude, al ver el velocímetro miré que iba casi a 120 por hora.
— ¡Dios mío! ¡Baja la velocidad por un demonio! — él se sujetó del asiento y de la ventana — ¡Dios mío, en tus manos encomiendo mi alma! ¡Por eso no quería darte mi carro!
Llegamos en tiempo record al hospital, cuando estacioné el carro miré como Alex salió gateando del vehículo y yo sonreía con gran felicidad.
— ¿Acaso te has vuelto loca? ¡Si no me matabas por el golpe que me diste en la cabeza, lo hacías en el trayecto del hospital!
— ¿Pero te moriste? No, ¿Verdad? Así que deja de ser tan dramático que no es para tanto. Ahora vamos al hospital.
Decidí ayudarlo ya que estaba temblando como gelatina, al llegar a la sala de urgencias más de una mujer nos volvió a ver y todas se fueron desbocadas al ver a Alex.
— Bueno, ya te traje — lo puse en una silla de ruedas — ahora te quedas muy bien atendido por las enfermeras… Y los enfermeros…
Un hombre estaba muy atento con Alex y miré que incluso le acariciaba el cabello que tenía tieso por la sangre seca.
— Tú no te vas a ningún lado — me tomó del brazo y me sentó en su regazo — te quedas acá conmigo...