EL ACTA DE DIVORCIO
Christy
—Es la última oportunidad de arrepentirse. ¿Están seguros de que desean el divorcio?
Miro al hombre que hasta hoy es mi esposo, Jonathan Marcus, el renombrado chef de cocina cuya carrera lo ha convertido en una figura pública. Mis manos tiemblan al sostener el bolígrafo. Sé que, una vez que firme, no habrá marcha atrás.
Lo observo de reojo, buscando un rastro de duda en su expresión, una señal que me indique que tal vez no quiere terminar con esto. Pero no hay nada. Su rostro está sereno, casi relajado, y una leve sonrisa se dibuja en sus labios.
No soy ingenua; sé que ya tiene a alguien esperando por él. Tal vez sea esa certeza lo que me hace dudar. La idea de verlo con otra mujer me revuelve el estómago, pero no puedo ser egoísta. No puedo retenerlo, porque la verdad es que lo que destruyó nuestra relación no fue solo culpa suya; también fue mía.
—Estamos seguros. —Mi voz suena firme, aunque por dentro todo se tambalea. Es mi último regalo al hombre que compartió conmigo tres años de matrimonio.
Abro la carpeta que contiene los documentos y busco mi nombre. Las lágrimas amenazan con salir, y las letras comienzan a bailar frente a mis ojos. Me detengo solo por un instante para tomar aire. Finalmente, con decisión, estampo mi firma en la línea. Ese papel representa nuestra libertad mutua: el fin de nuestro matrimonio y el inicio de nuevas oportunidades, quizá incluso de encontrar el amor con otras personas.
Jonathan toma los documentos después de mí. Por un momento, creo ver un atisbo de duda en sus ojos. Su mano tiembla ligeramente al sostener el bolígrafo. Pero tras un suspiro, firma junto a mi nombre, sellando oficialmente el final de nuestra historia.
—Bien, señores, sus abogados les harán llegar las actas oficializadas. Espero que esta haya sido la mejor solución para ambos. Por mi parte, es todo. Están oficialmente divorciados.
El juez cierra la carpeta y me pongo de pie antes que los demás. Tengo miedo de que las lágrimas que contuve durante todo el proceso terminen por desbordarse. No quiero mostrarme vulnerable frente a nadie, mucho menos frente a Jonathan.
—Con su permiso. Tengo que retirarme. —Mi voz es apenas un murmullo, pero no espero respuesta. Salgo apresuradamente de la oficina.
Al cruzar la puerta, ahí está ella: Rossana Golden, la influencer de moda que conquistó a mi ahora ex esposo y lo hizo replantear nuestro matrimonio. Su presencia me detiene por un momento.
Se pone de pie cuando estoy a punto de pasar junto a ella. Su voz, cargada de falsa dulzura, me alcanza con un cinismo que no necesita disimular.
—Gracias por dejarlo libre. Ahora yo voy a hacerlo feliz.
No le respondo. Simplemente la miro por unos segundos, tratando de descifrar lo que siento. Luego, sin decir una palabra, me alejo de ahí.
Mientras camino hacia la salida, los pensamientos me invaden. ¿De quién fue la culpa de este fracaso? No puedo culpar solo a Jonathan. En mi corazón sé que ambos somos responsables.
Pude haber hecho algo. Podría haber priorizado nuestra relación, pero no lo hice. Mis interminables horarios en mi propio restaurante siempre fueron mi prioridad. Jonathan me pidió innumerables veces que lo acompañara a eventos importantes para él, y yo nunca encontré espacio en mi agenda. Ignoré sus necesidades por enfocarme en mi carrera.
Ahora entiendo que no se trataba solo de él o de mí, sino de lo que no supimos construir juntos.
Llego al vestíbulo del edificio con el peso de una derrota que duele profundamente. Es el fin de un buen amor, un amor que en su momento estuvo lleno de esperanza, pero que no pudo sobrevivir a nuestras ambiciones y errores.
Mientras salgo a la fría brisa de la tarde, no puedo evitar sentir que he perdido algo irremplazable.
Es el final de una era, y el comienzo de otra. Pero, por ahora, solo quiero llorar en soledad.
*****
Jonathan
La puerta se cierra suavemente, dejando en la oficina un eco sutil que marca el final de una etapa. Estoy solo con mi abogado, pero su presencia es una sombra que apenas registro. Mis pensamientos están fijos en el bolígrafo que sostengo. Es curioso cómo un objeto tan común puede ser el instrumento que termina con algo tan significativo como un matrimonio.
Miro el documento frente a mí, ahora firmado, sellado y sentenciado. Las palabras impresas parecen gritarme lo que he perdido.
“Christy Marcus y Jonathan Marcus: unión disuelta por mutuo acuerdo”
El silencio de la sala se siente pesado, como si el aire mismo me estuviera reprochando.
La sensación de que he cometido un error me invade sin tregua. Es un pensamiento que martilla en mi cabeza desde el momento en que acepté el divorcio sin protestar, sin intentar detenerla. ¿Qué me detuvo? ¿El orgullo? ¿El miedo a enfrentar la verdad? Tal vez, si hubiera peleado por ella, si hubiera tenido el valor de admitir mis errores y demostrarle que aún podíamos salvarnos, habría existido una oportunidad. Pero no lo hice.
Cuando Christy se enteró de los rumores de mi relación con Rossana, ni siquiera esperó una explicación. Su mirada de decepción fue un golpe directo, una mezcla de dolor y resolución. Ella fue quien pidió el divorcio, y aunque mi instinto me gritaba que la detuviera, mi silencio se interpuso.
La relación con Rossana no era lo que parecía. No había un romance, pero tampoco fui lo suficientemente claro para desmentirlo. Tal vez porque, en el fondo, sabía que mi relación con Christy ya estaba rota mucho antes de que esos rumores llegaran a sus oídos.
Rossana fue solo la chispa que encendió un fuego que llevaba mucho tiempo acumulando combustible.
—¿Está bien, señor Marcus? —La voz de mi abogado me saca de mis pensamientos. Lo miro, pero no respondo. ¿Cómo podría estar bien cuando acabo de perder lo único que realmente importaba?
Me levanto de la silla, dejando el bolígrafo sobre la mesa como si deshacerme de él pudiera aliviar el peso en mi pecho. Miro alrededor de la oficina, un espacio que alguna vez compartí con Christy en mejores tiempos. Sus risas, sus ideas, incluso sus silencios, parecían llenar cada rincón.
Camino hacia la ventana y observo la ciudad. Las luces brillan indiferentes, ajenas a mi vacío. Me doy cuenta de que, por más que el mundo siga girando, mi vida acaba de detenerse en seco.
"Tal vez fue lo mejor", pienso, tratando de convencerme, pero las palabras suenan huecas. ¿Cómo podría ser lo mejor perderla? ¿Cómo podría serlo saber que nunca más volveré a llamarla mía?