El sonido del seguro al cerrarse fue seco, definitivo. De nuevo en otra habitación Beltrán decidió atacar a Simón, esta vez su objetivo era responder todas sus preguntas, al menos una vez que llegaron al edificio fénix y todos se posicionaban. Mila había estado inconsciente y llevada a una sala silenciosa, allí descansaría por lo que sus preocupaciones con ella pasarían a segundo plano. Ahora su principal interés era el saber sobre su pasado. Esta vez conseguiría al menos una respuesta convincente más que él “somos familia”. Simón no miró a Beltrán al entrar. Se limitó a caminar hacia el ventanal ciego del búnker improvisado, ese panel que sólo reflejaba el interior. Afuera, la seguridad era total. Adentro, el aire pesaba.
Beltrán no dijo nada. Estaba recostado en el respaldo de la silla, con los brazos cruzados. Los ojos clavados en su hermano.
— Tú sabías todo desde el principio, ¿verdad? —fue lo único que dijo, sin levantar la voz.
Simón suspiró. Lento. Como si aquella conversación fuera una carga inevitable. Dio media vuelta, finalmente enfrentándolo.
— No todo. Pero lo suficiente.
El silencio entre ellos era denso, apenas interrumpido por el murmullo lejano de los generadores. Lo que ninguno sabía era que, al otro lado de la pared contigua, el doctor Cliff Sergei, buscando unas muestras mal clasificadas, se había detenido justo junto al sistema de ventilación antiguo, donde las rejillas oxidadas dejaban pasar algo más que aire reciclado.
— ¿Por qué quiere matarme el Diablo? —insistió Beltrán, esta vez con la mandíbula apretada.
— Porque no puede controlarte —respondió Simón con una frialdad quirúrgica—. Y porque tu existencia... es la prueba de su error más grande.
Simón se acercó a la mesa, se sirvió un poco de agua, como si el tiempo no apremiara.
— Eres su herencia. Pero no la que él quería. Una herencia que nadie quiso a excepción del gran padre del distrito
Los ojos de Beltrán se entrecerraron.
— ¿Qué estás diciendo?
— Estoy diciendo —continuó Simón, dejando el vaso sin probar— que fuiste el resultado de un experimento. Uno que él mismo ordenó y luego intentó destruir. Porque te volviste... Nos volvimos, incontrolables incluso antes de saber quién eras. Tu habilidad no es suerte, Beltrán. Es diseño.
El doctor contuvo el aire sin querer. El eco de esa frase le rebotó en el pecho. Su intención en un principio era informar el estado de Mila. Ahora estaba oculto tras la puerta semicerrada sin decir palabra alguna.
Simón bajó la mirada un segundo, por primera vez mostrando una sombra de pesar.
— Nuestro padre jugaba a ser dios —dijo—. Creó una generación de reemplazo. Quería un heredero perfecto. En pocas palabras “el mismo” Pero cuando vio que nosotros los doce hijos podríamos superarlo, se asustó. Intentó borrarte del mapa. Al igual que a mí, que a otros y ahora tú. Ordenó que murieras en el útero. No funcionó. Luego ordenó tu desaparición.
Beltrán no se movía. Pero sus manos se habían cerrado lentamente sobre los apoyabrazos de la silla.
— ¿Y tú? ¿Por qué no te matan?
— Yo fui el ensayo. —Simón lo dijo sin emoción—. El número doce de su línea. Técnicamente soy algo así como tu hermano menor, pero prefiero ser el mayor así que trátame como tal. Con límites. Como puedes ver la genética es un juego de azar. Mis características fueron incompatibles gracias a mi madre, quien, por cierto. Era mucho más inteligente que él. Era obediente, pero astuta. Pero tú... tú eras libre o al menos estabas lo suficientemente oculto. Quizá tu madre también era astuta. Incluso sin saberlo, lo desafiaban. Por eso te odia.
Mostró una foto sacada de un laboratorio, la foto era muy antigua de hace ya mucho tiempo atrás. Se notaba mínimo de algunas décadas. Era imposible pensar siquiera que ambos eran hijos de un hombre que hace ya medio siglo fue el que cambió el mundo. Pero ahí estaba la imagen central de un hombre idéntico a él, a su lado doce mujeres que no parecían felices y a un costado. ¿Era Mila? Una mujer exacta, sus ojos, sus labios, su única diferencia era su color de cabello, pero era claro ahí estaba ella ¿Cómo era posible? La pregunta como tal, no se respondió, por que tan pronto como movió la foto a contraluz notó la imagen de su madre. La mujer condenada a vivir como prostituta para sobrevivir, junto a una mujer con el mismo tono de piel y color de ojos que Simón. Quizá su madre. Se respondió. Le llamaba la atención su madre, en ese entonces una mujer muy hermosa, tan linda y alegre, se veía muy diferente a la mujer que le pidió perdón por haberlo parido en aquel burdel. Entonces de nuevo confrontó a su hermano.
— Somos algo así como clones — continuó dejándolo completamente en silencio— pero lo que no tuvo en mente fue que la genética es como ya dije una rueda de azar. Quien diría que, entre los doce, aparecerían dos posibles “copias perfectas” — sonrió descaradamente — digamos que Diablo o más bien Damián es la copia mas cercana a nuestro padre. Pero ¿Qué pasaría si se enfrenta a alguien con las mismas caracteristicas?
La revelación era tan precisa como un disparo.
El doctor apoyó la espalda contra la pared en silencio. En su mente, todo comenzaba a encajar: el comportamiento del cuerpo de Beltrán cuando lo trató por heridas anteriores, sus valores, su estructura biológica… Era el mismo patrón que había empezado a sospechar en Mila, aunque distinto. Pero igual de anómalo.
Simón, sin saberlo, le había dado las piezas del rompecabezas.
— ¿Y tú por qué me ayudaste? —preguntó Beltrán, la voz más baja, cargada de algo más que rabia—. ¿Por culpa?
Simón negó lentamente.
— Porque eres lo único que él no puede controlar. Porque aún puedes decidir en qué te conviertes.
Y luego, por primera vez, bajó la guardia.
— Y porque, maldita sea… eres mi hermano.
Beltrán lo observó largo rato. No respondió de inmediato. La tensión en su mandíbula hablaba por él, al igual que el leve temblor en sus manos, apenas perceptible pero delatador. Su cuerpo parecía inmóvil, pero en su interior se libraba una tormenta que amenazaba con romper todo lo que creía saber. Su respiración era lenta, medida, como si se obligara a no perder el control frente a Simón, pero sus ojos… sus ojos lo traicionaban. Había furia, sí, pero también algo más oscuro: desilusión, traición, incredulidad. Era como si cada palabra que acababa de escuchar lo hubiera despojado de su identidad.
No había palabras suficientes para expresar la mezcla de emociones que lo atravesaban: la certeza de haber sido manipulado desde siempre, la rabia por haber vivido una mentira, el vértigo de descubrir que su vida no le pertenecía, que todo lo que había sido… era parte de un plan ajeno.
Del otro lado, el doctor se apartó del ducto con una mano en el pecho. El sudor frío le recorría la espalda. Sabía que acababa de escuchar algo que cambiaría todo.
Y tal vez… no debía ser el único en saberlo. Porque si alguien más hablaba primero, ya no habría forma de detener lo inevitable.