La ayudante del callejón “s" también conocida como Mila, al igual que el resto de miembros activos de la mafia había sido reclutada a manos de Simón hace mucho tiempo atrás, a tan solo la edad de 16 años muchos niños eran reclutados o se ofrecían al cargo con tal de tener una mejor vida para sus familias al igual que ellos. El caso de Mila aunque similar, se destacaba por que sus padres habían caído como parte de un encargo, nadie sabía con exactitud cómo fue que fueron involucrados e incluso resultaba difícil de creer para una pareja tan común y corriente como ellos, no obstante, Mila testigo de aquella masacre sería la única capaz de recordar aquella escena como si un pecado inmortal se hubiera grabado a fuego ardiente en su pecho. Su hermano pequeño de tan solo cuatro años en aquel entonces lo habría olvidado y como era de esperar del mal nombrado Simón, adoptó a ambos para sus trabajos.
Cecil entonces quedaría completamente solo y sin nadie que lo cuidara más que una fundación que lo apoyaba económicamente en sus estudios, vagaría entonces como errante ermitaño por diferentes casas de acogida hasta que finalmente terminaría con una madre sustituta. Sin cuidado alguno por parte de sus familiares adoptivos, Cecil se concentraría solo en sus estudios, pero a la edad que ahora tenía; 16 años, le era difícil controlar sus sentimientos de ira y frustración que había aplacado con los años.
Cecil estudiaba en una prestigiosa institución cristiana, la agrupación de madres y hermanas nodrizas del oeste, un nombre curioso pero que a pesar del mismo era una institución privada por lo que sobrevivía en base al dinero de sus estudiantes. Muy pocas becas se repartían al año debido a ello, sin embargo, Cecil era el único que aún la mantenía pese a los años, consiguiendo superar a la mayor parte de becados en el colegio.
Ese mismo día en que todo ocurría en el callejón “s", Cecil caminaba por los pasillos hacia el curso de laboratorio de física, no era su materia favorita pero al pensar que podrían hacer experimentos como en Química se sentía un tanto motivado. Tan pronto como cruzó la puerta del salón, tomó asiento y junto a sus compañeros espero al profesor que aún no ingresaba, pero, como era de costumbre, uno de los estudiantes de pronto comenzó con comentarios despectivos hacia Cecil.
“ Tu ni siquiera tienes una familia" ¿Qué haces aquí? Fueron las palabras que alcanzo a escuchar, los ignoró como siempre hasta que otro comentario lo exaltó de pronto.
— Oye, CECILIA ¿ y tu hermana? — grito a todo pulmón otro de sus compañeros, todos sabían que el y su hermana habían sobrevivido al incidente pero nadie conocía a la hermana mayor de Cecilion, solo se conocía que su paradero era alguna parte del extranjero.
Un comentario como ese había provocado una ola de rabia tan intensa que todo lo que pudo hacer fue apretar el lápiz con todas sus fuerzas, se resistía hasta más no poder con tal de evitar agrandar el asunto, pero, sabía que era cierto, no recordaba el rostro de su hermana ya que era muy pequeño pero sabía que estaba con vida por sus mensajes que enviaba con frecuencia. Nunca recibió una llamada o algún video que le devolviera la esperanza y lo único que recibía en los días festivos de la institución era el mismo mensaje a veces acompañado por dulces o chocolates, los mismos año tras año.
— Ya cállate, Samuel…— respondió y se arrepintió en ese preciso instante.
Su cuerpo temblaba por aquel acto envalentonado que tuvo en ese momento, un tonto acto que solo provocaría la ira de aquel chico mientras en silencio se acercaba como predador a punto de degollar a su presa.
— ¿ qué dijiste? — interrogó con mirada amenazante, pero, Cecil no lo vio, permanecía con la cabeza baja mientras pensaba alguna excusa, cualquiera que por lo menos lo librara de aquella situación.
Cecilion permaneció silencioso frente a aquella bestia cuando sintió su camisa siendo hallada por el cuello, su primera reacción en ese momento fue temblar, no era tan grande como para enfrentarse a Samuel y mucho menos lo suficientemente valiente como para lidiar con todo lo demás, sus lágrimas querían salir de su rostro mientras cerraba los ojos fuertemente para evitar que escaparan.
Entonces un sonido se escuchó, “ solo eres un huérfano abandonado por su hermana, nadie te quiere”, la oración lo afecto haciendo que las lágrimas salieran finalmente para luego quedarse estático con el siguiente comentario “ a lo mejor tu hermana trabaja en cosas obscenas para darte esos chocolates", aquel comentario incendio una chispa en la cabeza de Cecil, su pensamiento fue un blanco total cuando vio como un puño salía volando hasta enterrarse en la cara de su agresor. En cuanto cayó al suelo, Cecil se dio cuenta que era su brazo el que había cometido semejante error, aún así, no se arrepintió esta vez, comenzó a lanzar golpes uno tras otro hasta que sus manos comenzaron a doler, mientras continuaba embistiendo a su ahora víctima, sus lágrimas continuaban chorreando por sus mejillas.
Quizá el recuerdo de haber perdido a sus padres le hacía un vacío en su pecho, o quizá el hecho de que su hermana lo dejó en aquel orfanato con tan solo una nota que decía: “ te cuidaré desde lejos" solo sabia en ese momento que si paraba las consecuencias serían terribles, si Samuel se levantaba aunque sea un centímetro podría hacerlo papilla con un solo puñetazo.
De pronto el profesor llegó y separó a Cecil para luego gritar interrogando lo ocurrido, momento oportuno que Sanuel aprovechó para levantarse, y como temía, lanzó un puñetazo que de inmediato tumbó a Cecil en el suelo, el profesor frustrado solo alcanzó a separarlos de nuevo antes de que empeore y luego de ello, los dejó en una sala de inspección.
El inspector era un fumador a todo pulmón, incluso viendo a esos estudiantes ensangrentados tan solo aspiro profundamente su cigarrillo para soltar luego soltar el humo de un exhalo, era un hombre bastante fornido y muy poco hablador, tan poco era expresivo o siquiera mostraba alguna alegría, de hecho cuando reía producía miedo en lugar de empatía.
—Saben que debo llamar a sus representantes ¿verdad?— indico sin soltar el cigarro de sus labios— las peleas están prohibidas— quito sus cigarro y lo apago en un cenicero.
— Fue su culpa— dijo Samuel sin dudar tan pronto como el cigarro dejó de ser tan solo una colilla en una cenicero de cristal.
— ¿ no dirás nada, Ceci? O como te llames.
— Puede llamar a mi tutora…— respondió de inmediato Cecil— se llama Mila, le daré su número.
— No dudas, me gusta— un rostro complacido se delineó en el inspector provocando escalofríos a los dos estudiantes.— un verdadero hombre que se hace cargo de sus actos.