La tragedia del diablo (segunda parte)

1301 Words
Los hombres del diablo se movilizaban poco a poco con dirección al este, su misión principal era de atacar el centro donde se encontraba Simón, sabían que la asesina “rompecorazones” estaría junto a ese hombre pasara lo que pasara, su experiencia con Silvia y su jefe los hacía pensar así erróneamente, no obstante, ese pensamiento les pasó una mala jugada cuando cerca del edifico numero quince a tan solo medio kilómetro del objetivo todo explotó, el edificio completo en un solo destello se volvió un montón de escombros que caía sin demora sobre los infiltrados, algunos con gran dificultad los evadían mientras que otros quedaban a la deriva de la lluvia de piedras que no hacía más que dejar rastros de cuerpos sin cesar, varios asesinos se percataron entonces: aquella explosión solo podía ser la apertura del pronto concierto sangriento que se orquestaría, dos de ellos se ocultaron en el callejón cerca de la explosión mientras que dos más pasaron de largo hacia el edificio siguiente. La explosión había sido lo suficientemente fuerte para que distrajera a todos, Mila simplemente miró la pantalla, admiró ferviente su trabajo y se sintió aliviada de que eso le quitara al menos la mitad de la basura que le tocaba recoger. Simón por su parte solo podía sostener una sonrisa nerviosa, estaba encantado por la acción de su mejor empleada, pero estaba furioso por las perdidas que significaba cada uno de los edificios donde guardaba su preciada mercancía. — Mila, escucha con atención — señaló por medio del comunicador en su oído — solo debes encargarte del sector quince, no me causes más daño — volteó a ver a Beltrán y le entregó una pequeña caja en su mano — enviaré a Beltrán en dirección al este, en cuanto termines búscalo y enséñale tal y como yo te instruí. Mila frunció el ceño, desconcertada por la orden. Había esperado que Simón la dejara acabar con todo allí mismo. Sabía que, si le daban la oportunidad, podría acabar con todos los hombres del diablo en un abrir y cerrar de ojos. Pero Simón era más cauteloso. Sabía que Mila estaba herida, aunque ella intentaba disimularlo. Y también sabía que había una recompensa por su cabeza, una recompensa tan tentadora que incluso los aliados más cercanos de Simón podrían traicionarla por ella. — Sabes que puedo acabar con todo aquí — respondió sin comprender aquella orden, su voz resonaba con una mezcla de orgullo y confusión — si ataco en este momento… — No seas tonta — resopló de inmediato casi dejándola petrificada, aquel tono cortante como un filoso cuchillo pareció cortar con la rabia de la mujer — estas herida y te pusieron una recompensa demasiado atractiva hasta para mí, será mejor que te libre de esto. Pero no ahora, aprovecha la distracción y en cuanto te dé la oportunidad, escapa. Las palabras de Simón la dejaron helada ¿incluso para él? ¿estaba declarando abiertamente que podría traicionarla en cualquier momento? La idea la revolvió un segundo, pero entonces reflexionó: Simón se preocupaba por ella a su manera, eso la enojaba aun más, ya que aunque lo odiaba conocía a su jefe, él no quería que ella continuara en un sitio donde sus compañeros podrían aprovechar y matarla fácilmente ahora que estaba débil. Simón era un hombre implacable que en muchas ocasiones se notaba burlón, pero al mismo tiempo era astuto, y cualquier paso en falso que se diera en su contra era una audaz señal de pedir la ruina para si mismos. De nuevo un rugido ensordecedor viajó en el aire, de nuevo otro edificio tembló hasta los cimientos, en solo cuestión de minutos la imponente estructura caía una vez más, esta vez era el edificio donde estaban los otros dos asesinos, ya solo quedaban cuatro asesinos en total, al menos del lado de Mila así era, por el lado norte, la situación empeoraba aun con la ayuda del equipo que atacó a Furer en un principio. Las balas cruzaban por doquier entre los pasos acelerados de varios atacantes. Los asesinos quedaban cubiertos de polvo y con los oídos zumbando por la cantidad de ataques que se daban mutuamente, era difícil mantener la concentración, cada vez se dificultaba al punto de que algunos simplemente caían por cansancio dejando sus cuerpos a la deriva del ataque. Mientras el caos se desataba en el norte, por el lado de Mila los hombres del Diablo comenzaban a reagruparse, sus ojos alerta ante cualquier signo de peligro. Uno de los que lideraba se encontraba allí, Roderick, uno de los mejores asesinos, de hecho, el mejor de los diez, su habilidad con el arma era casi certera y su capacidad física igualaba con creces a la de Mila, en aquel momento si tuvieran que enfrentarse “seguro me gana” pensó la asesina mientras tomaba el arma a su costado y se dirigía al lugar donde se encontraban sus enemigos. Las calles era un desierto ardiente en llamas y escombros que hacían del paisaje uno de los más escalofriantes en el mundo, estando allí, el líder contrincante se detuvo detrás de un coche volcado. Su rostro estaba cubierto de sudor y polvo, pero eso no lo detendría, sus ojos estaban fijos en el horizonte, buscando cualquier señal de movimiento. Ordenó de inmediato a su compañeros que revisaran sus municiones y se lanzaran hacia sitios estratégicos, su plan en ese momento era ocupar la mayor cantidad de espacio, de modo que si uno era atacado los demás podrían rematar desde varias ubicaciones. — Esto no está bien — murmuró uno de ellos, sus manos estaban temblando y apenas podía sostener la pistola, sus ojos temblorosos miraban fijamente su arma — Nos están cazando. Roderick no respondió de inmediato, tragó saliva y esquivó la mirada. Sabía que Marco aquella persona que soltó el comentario tenía razón, pero no podía permitirse el lujo de admitirlo en voz alta. El ánimo de los demás estaba en juego de cualquier comentario que dijera. En cambio, frunció el ceño y escudriñó la oscuridad. —Tenemos que seguir avanzando —dijo finalmente, su voz baja pero firme—. Si nos detenemos, estamos muertos. Aun tenemos posibilidades, además está sola. Con esa simple afirmación, los demás hombres se pusieron en marcha nuevamente, avanzando hacia su objetivo con una mezcla de determinación y desesperación. Sabían que la misión estaba comprometida, pero también sabían que no podían fallar. El precio del fracaso sería demasiado alto. Mientras tanto, en el callejón donde se escondían los otros dos infiltrados, las sombras parecían cobrar vida. Los dos hombres, ocultos tras unos cubos de basura, observaban la escena con atención, las imágenes de no solo uno sino dos edificios sacrificados con tal de eliminar a los infiltrados, nadie se hubiera atrevido a semejante acto. El polvo aún flotaba en el aire, y los escombros seguían cayendo de vez en cuando. Uno de ellos, un hombre corpulento con cicatrices en la cara apretó los dientes mientras observaba cómo se desarrollaba el caos. —Esto es una trampa —gruñó, sus ojos brillando con ira—. Nos han tendido una trampa, y estamos cayendo como moscas. Su compañera, una mujer más joven y nerviosa, tragó saliva y asintió lentamente. —Tenemos que retroceder —dijo en un susurro—. Si seguimos adelante, no saldremos vivos de esto. El corpulento hombre fulminó con la mirada a la muchacha quien apenas parecía poder mantenerse en pie, sus manos crispadas en puños y su pequeñísimo cuerpo, apenas parecía una asesina; realmente lo eras, pero el miedo de tener que enfrentar al “rompecorazones” era inimaginable, aquel hombre lo comprendía en cierto modo, pero la humillación era más grande. —No retrocedemos —gruñó—. Avanzamos. Cumplimos la misión o morimos intentándolo.
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