La tragedia del diablo (tercera parte)

1314 Words
El diablo recibía toda la información que necesitaba a través de los comunicadores de los hombres infiltrados en el territorio de su hermano menor. Los informes eran reportados a cada minuto que pasaba. cada palabra, cada noticia, y alguna que otra novedad llegaba a sus oídos, pero su mente apenas procesaba los detalles, era como si le interesara muy poco lo que sucediera con sus hombres en aquella misión suicida. Sus ojos, vacíos de vida y emoción, permanecían fijos en la mesa frente a él. No era la información lo que retenía su atención, sino el cuerpo de su amada que descansaba allí, inmóvil y frío. Ese lugar, donde el eco de su pérdida se hacía más palpable, era ahora su único punto de enfoque, solo había una noticia que deseaba escuchar: la cabeza del rompecorazones y Beltrán en manos de sus subordinados. El tiempo parecía estirarse interminablemente, y con cada segundo que pasaba, la furia dentro de él crecía, al igual que las ansias implacables de venganza. Su corazón, si es que aún latía por algo más que el odio, se consumía en el tormento de la pérdida y la necesidad de hacer pagar a su hermano. A pesar de todo, en medio de ese mar de emociones que ahogaba entre cada copa de licor mesclado con el humo de su cigarro favorito, una parte de él sentía una retorcida gratitud hacia su amante. En agradecimiento a ello, levanto la copa frente al cadáver y bebió una bocanada casi agotando todo su contenido. Su muerte le había dado, al fin, la excusa perfecta para desatar la tormenta que había estado gestando en su interior durante tanto tiempo, la idea de poder atacar a su hermano con ayuda de su amada le provoco una ligera sonrisa “incluso en eso estabas dispuesta a servirme” pensó de inmediato. Siempre había necesitado una justificación para atacar a Simón, su hermano menor a quien por puro capricho dejó con vida, solo un capricho por tener a alguien que hiciera los trabajos más pesados con tal de darle el poder sin que tuviera que ensuciarse, no obstante, la sensación de que en algún momento podría ser traicionado por su propia sangre lo aquejaba constantemente y más aún cuando apareció Mila, finalmente ahora la tenía. Ya no era una simple rivalidad entre hermanos, ni una lucha por el control de territorios. Era una cuestión de honor mancillado, de sangre derramada, era sobre todo el poder de todas las organizaciones en la palma de su mano, y él estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para borrar a Simón de la faz de la tierra. Con los años, se había fijado en como Simón se había fortalecido en silencio, acumulando poder y aliados. Ya no era el mocoso débil y dependiente que había conocido tiempo atrás, el gran intelecto y astucia que poseía su hermano menor rivalizaba a vencer a su fuerza temible. Ahora, Damián se consideraba el invencible diablo que dominaba por el lugar. Sin embargo, sabía que su hermano menor no debía ser subestimado. Aunque Simón carecía del poder que él había logrado reunir, poseía algo que siempre había sido su mayor arma: la astucia. Esa inteligencia fría y calculadora que había desarrollado, aunque ocultaba bastante bien bajo aquella mascara de burla y desinterés lo había mantenido con vida hasta ahora, y había frustrado más de un intento por eliminarlo en el pasado. Variadas ocasiones que había propuesto trabajos imposibles, asesinos que envió en secreto mientras mantenía alejada a Mila en sus trabajos, todos asesinados de alguna u otra forma, desaparecidos o incluso envenenados, aquellos informes de planes frustrados lo habían molestado desde hace tiempo. Pero esta vez sería diferente, se repetía el diablo en su mente. Esta vez, Simón no podría escapar de la trampa que él mismo se había tendido. Los infiltrados estaban en su lugar, el caos comenzaba a desplegarse, mientras tanto un grupo se dirigía discretamente hacia Simón, y el diablo por su parte, solo necesitaba esperar el momento adecuado para dar el golpe final. Se imaginaba con deleite el momento en que su hermano, derrotado y humillado, lo miraría a los ojos antes de su último aliento. Y entonces, finalmente, sentiría la satisfacción de haber saldado la deuda de sangre que ahora lo consumía. Mientras escuchaba los informes, apenas prestaba atención a las bajas de sus hombres. Eran meros peones en su juego, sacrificables, intercambiables. No sentía compasión por ellos ni por nadie que se interpusiera en su camino. Lo único que le importaba estaba tendido sin vida frente a él, ahora su atención era su venganza, y estaba dispuesto a arrasar con todo y todos para conseguirla. Con serio mirar dio la orden para que continuaran atacando, esas palabras de confirmación daba el ánimo necesario a los peones, ambos grupos que antes estaban separados se prepararon para continuar su avance, sabiendo que cada paso que daban los acercaba más al peligro, la pareja que estaba en el callejón preparaba sus armas listos para contraatacar fue entonces que detrás de ellos Mila los disparó sin pestañear, la reacción de los atacados fue apenas lo suficiente para esquivar las balas, aun así las heridas eran bastante graves; solo podían ver desde el cuelo como Mila se acercaba lentamente, la mujer de ropas negras y gabardina larga, sus ojos oscuros pero de alguna manera centellantes en la noche como si capturaran dentro de ellos las llamas del fuego a su alrededor. Aquella mirada solo tenía un objetivo: acabar con todos los que estuvieran allí, fue la primera y ultima vez que verían un rostro tan aterrador antes de su muerte, dos disparos fueron suficiente para acabar con la mujer. Por otro lado, el hombre con cicatriz solo podía esperar sentado contra la pared del callejón, su sonrisa era escalofriantemente aliviada, la sangre salía poco a poco desde su garganta mientras que su mirada por fin notaba a la mujer que decía ser el mejor asesino, la dueña del puesto siete en el top de asesinos. — Al fin, la asesina Rompecorazones — dijo con dificultad a punto de escupir sangre, el sudor frio resbalaba por sus mejillas— eres muy buena… casi no sentí tu presencia cerca de mí — soltó sangre mientras la mujer lo miraba sin rastro de emociones — que honor… ser tu víctima. Su ultimo aliento se dio a notar para la mujer que fijamente lo inspeccionaba, de pronto sintió algo extraño, su mano derecha tenía un interruptor, tan pronto como se dio cuenta salió corriendo, alejándose del lugar, era una bomba de luz que pronto hizo lo suyo: delatar la ubicación de la mujer. En el centro de todo, Simón observaba desde la distancia, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía que la situación estaba al borde del colapso, pero también sabía que, con las piezas correctas en su lugar, podía salir victorioso. Solo necesitaba tiempo, y para eso, necesitaba a Mila. De inmediato dio la orden de que emboscaran a los enemigos con bombas de luz, sabía que eso los distraería lo suficiente para poder atacar, envió a Beltrán en ese tiempo por uno de los túneles en las alcantarillas para que escapara a encontrarse con Mila entre que lanzaba la orden de disparar mientras estaban distraídos. Mila, por su parte, observaba el caos que había desatado con una mezcla de satisfacción y resignación, en un suspiro esperó que los enemigos que le faltaban se acercaran a la ubicación dictada. Sabía que el tiempo se agotaba, y que la orden de Simón no era solo una advertencia, sino una promesa. Ambos debían verse una última vez, al menos para explicar por aquella orden de entrenar a Beltrán como en el pasado. Pasaron unos minutos hasta que Mila notó como sombras se movían alrededor de las victimas que había dejado atrás. Era hora de comenzar con la pelea final.
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