Aún en la adversidad

1346 Words
Mila suspiró. Su profundo exhalo se perdió en el aire helado de la noche, aquella calidez dejó un rastro ligero. El viento frio azotaba su rostro dejando un sabor amargo en la boca. Eran los rastros de sangre y polvo que aún flotaban tras la batalla. Pero había algo más. Un ligero sabor metálico en sus labios la sorprendió. Era sangre. “Tengo heridas internas” pensó mientras se movía con dirección al sector norte. Sus heridas comenzaban a pasarle factura. El ataque sorpresa había resultado en un esfuerzo sobrehumano que había exigido demasiado a su cuerpo, y ahora lo sentía. Aun así, su tarea estaba hecha. Pero el precio había sido alto. La herida de bala se había abierto de nuevo. La sangre empezaba a brotar sin tregua, empapando su ropa, las pequeñas manchas crecían humedeciendo las vendas de un rojo puro. Su cuerpo se sentía pesado como si cada paso fuera una condena, sentía las extremidades entumidas. Apenas obtenía respuesta, para moverse. Moverse era un suplicio, sin embargo, detenerse no le estaba permitido. El sector norte estaba a medio kilometro de distancia, por lo que caminar no le era conveniente. Mila lo sabía. Y aun así, estaba dispuesta a desobedecer la orden de Simón con tal de verlo. En el este, se encontraba Beltrán y la orden de Simón de instruirlo. En el norte, estaba el grupo de mafiosos que se acercaba lentamente a su jefe. La decisión no era difícil. Simón representaba un escudo, no solo para ella sino para su pequeño hermano. Si algo le sucedía podía provocar en un daño irreparable, ir con Beltrán significaba abandonar aquella valiosa protección. No podía permitírselo. Por otra parte, el Diablo recibía el informe desde su asiento. La noticia de que su equipo había dejado de responder lo hizo apretar con fuerza su vaso de cristal. Aunque no le importaba menos perder un equipo completo, esperaba al menos una respuesta positiva en su plan de venganza, sin embargo, había subestimado a la guerrera de su hermano menor. — ¡Esa maldita chiquilla! —rugió, su voz resonando en el salón — ¡Quiero que la busquen y me entreguen su cabeza! Furioso se levantó de su asiento y en un impulso de rabia lanzó el vaso al suelo, haciéndolo estallar en mil pedazos— ¡destruyan la ciudad si es necesario! El estallido del vaso dejó la sala en un silencio absoluto, nadie se atrevía a respirar. Los hombres del Diablo se miraron entre sí, temerosos de lo que podría pasar nadie movía un musculo como ratones a punto de escapar a su suerte, esperaban que alguien venciera el miedo y hablara. Hasta que uno de ellos, con voz temblorosa se atrevió, su cabeza se mantenía baja y su cuerpo se notaba a punto de perderse entre tanto miedo. — Señor, la ciudad es grande … pero si la chica esta herida, no llegará lejos. El Diablo lo miró con desdén, sus ojos fulminaban a la desgraciada alma que se dirigía a él, apretó los puños con fuerza. No quería excusas, nunca había tenido que mostrar sentimiento alguno, aun así, Mila había conseguido molestarlo al punto de desesperarlo. Antes de que soltara una desgarradora amenaza frente a sus subordinados. Una risa seca rompió la tensión. — Déjelos, jefe — escapó una voz desde la sombra de la habitación — Son inútiles, lo sabes bien. Todos giraron instantáneamente tras escuchar aquella sonora risa. Un hombre alto y delgado, con una sonrisa torcida, se adelantó entre los presentes. Sus ojos, fríos y vacíos, se clavaron en el "Diablo" su cuerpo era por así decirlo, flacucho y pálido, pero bastante bien tonificado como si hubiera entrenado. Su nombre era Zack, el asesino número seis en la lista de los mejores del mundo, había construido su reputación a base de precisión y crueldad. Pero había algo que le molestaba: Mila estaba justo detrás de él en el ranking. Solo un puesto. Era una niña tres años menor. Y, lo peor de todo, una mujer. Esas eran las condiciones perfectas para que el hombre hirviera en una rabia inmediata. Lo enfurecía pensar que alguien como ella pudiera superarlo. Por eso, el día que enfrentó a Silvia; su primera gran humillación, juró que nadie más le robaría el triunfo. Ahora, con Mila en su camino, el odio se renovaba. Su rabia creció aún más cuando escuchó la noticia: Mila había eliminado a un escuadrón completo. Zack frunció el ceño, sintiendo una emoción incómoda dentro de él. "Tiene habilidad." Pensó en un arranque de ira. Apretó los puños antes de volver a mirar a su jefe con absoluta confianza. El "Diablo" lo estudió por un momento, meditando sus palabras. — ¿Y qué harás diferente a los idiotas que ya murieron? Zack dejó escapar una risa baja. Su mano se deslizaba libremente por su rebelde melena oscura mientras con un aire de superioridad se relamía los labios de la emoción. —Jugaré con ella. — respondió extasiado— Haré que huya hasta que no pueda más… y cuando esté a punto de llegar a su preciado Simón, la haré pedazos. El "Diablo" entrecerró los ojos un momento, sopesando su propuesta resguardo un minuto en silencio antes de dar su sentencia final. Luego, una sonrisa cruel se dibujó en su rostro. —Hazlo. Pero tráeme algo más que su cabeza. Quiero que sepa lo que es el miedo antes de morir. Nadie sabía con exactitud que es lo que tramaba el Diablo, primero había enviado a ejecutarla y al mismo tiempo que acabaran con su hermano, ahora corregía sus palabras y pedía que fuesen capturados con vida, no obstante, tan pronto como vieron la sonrisa maniaca del hombre, entendieron. No era con vida, bastaba con que respirasen. Zack inclinó ligeramente la cabeza en señal de aceptación. Entendió perfectamente el mensaje sin necesidad de ver a su jefe a los ojos, pero su mente ya estaba planeando cada detalle. Esta vez no perdería y ansiaba desesperadamente ver a la mujer suplicar. Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Simón y Beltrán permanecían en silencio mientras el informe llegaba. Beltrán, hasta el momento, se negaba a marcharse sin obtener las respuestas que buscaba. Enterarse repentinamente de que tenía familia, y que esta quería liquidarlo, era solo la parte visible del problema. Lo que realmente lo inquietaba era la razón por la cual Simón lo protegía con tanto empeño. La tensión en la habitación era palpable. Quizá el motivo era la venganza, pero intuía que había algo más. ¿Le basta con protegerme a ciegas? se cuestionó. Por un momento, observó fijamente a Simón y notó una cicatriz bastante grande en su cuello. El cuello de su camisa la disimulaba bien, pero seguía siendo visible. Seguro es venganza... pero ¿por qué llegar a estos extremos? ¿Perdió a alguien? La idea lo golpeó de lleno. Es como yo, pensó mientras dirigía su atención de nuevo a los monitores. Trató de concentrarse en la situación y comenzó a sugerir estrategias para contener a los asesinos que quedaban sin sufrir bajas innecesarias. Simón, por su parte, lo observaba con detenimiento. No solo era un líder en los negocios; también sabía qué decisiones tomar bajo presión. Su juicio era claro, calculador, casi frío. En ese momento, Simón se dio cuenta de algo inquietante: Es como ver una fusión del Diablo y de mí en una sola persona. De pronto, la verdad golpeó a Beltrán como un relámpago. — Nosotros somos su objetivo —dijo con el ceño fruncido mientras analizaba los monitores. Rápidamente pidió un mapa de la ciudad y marcó los sitios de ataque. En las pantallas, los enemigos se movían en distintas direcciones. No era un ataque desordenado; era una estrategia. Se estaban acercando. Simón entendió a la perfección. — Si no actuamos rápido —Simón miró el mapa y luego los monitores intentando encontrar a Mila, tan pronto la vió acercándose continuó, con una tensión palpable en su voz—, no solo Mila estará en peligro. Toda la ciudad caerá con ella.
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