Al siguiente día, Cíen llegó a su consultorio como siempre, atendió dos pacientes en la mañana y a eso de las once y media entró a cirugía. Su día recurría con normalidad mientras que el de Isabella se hacía cada vez más extraño. Despertó, porque sí, en algún momento se durmió, pero no despertó siendo golpeada o gritada, más sin embargo, sí asustada. Sentía que alguien la miraba. Y no se equivocó. El “verdugo” la miraba fijamente desde el otro extremo de la pared, ella se dio cuenta de su completa desnudez y, con un rápido movimiento de la mano, tomó la sábana para envolverse en ella, cómo si fuese esa una defensa idónea a lo que sea que el sujeto le haría. El hombre se puso de pie en su dirección y ella se hundió más en el colchón completamente intimidada. -El Señor Spectrus me ordenó

