Los besos de Camilla eran demandantes, ardientes y seductores, algo que a Luca le encantaba y lograba llevarlo más allá de sus pensamientos, aquello era como tocar el cielo con las manos.
Él la besaba y acariciaba con sus temblorosas manos, como si temiera lastimarla o dañarla, al contrario de las caricias de ella, que parecían tan desesperadas por contacto como sus besos.
Ninguno de los dos se dio cuenta que se habían estado moviendo, hasta que la espalda de Camilla chocó contra la rugosa superficie de un árbol añejo que se encontraba algo apartado del camino.
Fue entonces, cuando ambos se separaron levemente, con la respiración acelerada, las mejillas enrojecidas y sus labios hinchados.
—¿Estas bien?—preguntó Luca, con la voz ronca y la mirada cristalina, observando el rostro de Cami
