El aire en el palco era denso, cargado con el zumbido de los motores sublumínicos y el eco de nuestros jadeos. Ella se retorcía sobre mis muslos, una silueta recortada contra el resplandor violeta de la nebulosa que se filtraba por el escenario donde el Fantasma seguía cantando. Cada movimiento suyo era un latigazo de tensión eléctrica. Lo sentí antes de verlo: esa inminencia brutal, ese precipicio al que la había arrastrado. Estaba a punto de estallar. La percibí en la forma frenética en que sus caderas buscaban fricción, en la manera en que sus dedos se clavaban en mis hombros como garfios desesperados, en cada jadeo cortado que escapaba de sus labios entreabiertos. Pero lo que me consumía, lo que alimentaba la bestia oscura que llevo dentro, era escuchar ese susurro rasgado, casi una bl
