CAPÍTULO 9 — Demasiado para Ignorarte

1007 Words
Aún no habían pasado ni dos horas desde que despertó cuando el teléfono de Ella vibró sobre la mesa de noche. Era temprano, demasiado temprano para mensajes de trabajo o pendientes urgentes. Esa vibración tenía otro peso, otro ritmo, otra intención. Y cuando ella tomó el celular, lo confirmó. Un mensaje de él. Darell: Buenos días… Me tienes pensándote demasiado. Hoy trabajo desde casa… espero poder concentrarme. El pulso de Ella se aceleró apenas un par de latidos, pero fue suficiente para recordarle lo que él le generaba cada vez que decidía aparecer. No importaba si era un simple saludo, una frase ambigua o una confesión disfrazada: él sabía entrarle al cuerpo con precisión quirúrgica. Ella apoyó el teléfono sobre su abdomen y dejó que la sonrisa se formara sola, sin esfuerzo, sin defensa. Había algo en ese hombre que la encendía desde el núcleo, algo que no sabía poner en palabras pero reconocía con absoluta claridad en su piel. Respondió sin pensarlo demasiado. Ella: Qué rico despertar con un mensaje tuyo. Aunque… no prometo ayudarte a concentrarte. No pasaron ni quince segundos antes de que la pantalla volviera a iluminarse. Darell: No ayudas. Y menos cuando me dices eso con esa seguridad tuya… Me dejaste muy prendido. Ella sintió un cosquilleo ascenderle por la columna. No era explícito, no era vulgar, no era exagerado; pero detrás de cada frase había un fuego bien contenido, uno que él dejaba escapar solo cuando hablaban a solas, lejos de reuniones y formalidades. Inspiró profundo. Quizá fue un impulso. Quizá una necesidad. Abrió la galería del celular y buscó una de esas fotos que sabía exactamente el efecto que causaban en él: encaje rojo, su cintura marcada por la luz suave, su mano bajando apenas un poco más de lo permitido. Una imagen sutil, insinuada, hermosa. Lo suficiente para desordenarlo. La envió. No acompañó la foto con texto. No hacía falta. El resultado llegó al instante. Darell: … No hay forma de que yo trabaje así. Pero hay una sola cosa que no me gusta de esta foto. Ella arqueó una ceja, divertida. Él jamás decía algo así sin que viniera acompañado de una intención calculada. Ella: ¿Ah sí? ¿Y qué cosa sería esa? La pausa que siguió fue cruel, deliciosa y precisa. Él sabía jugar. Sabía esperar el momento exacto. Sabía cómo hacerla sentir observada incluso desde kilómetros de distancia. Darell: Que se me borra muy rápido. De resto… absolutamente todo me fascina. Ella soltó una risa baja, esa que le salía solo cuando el deseo empezaba a recorrerle el cuerpo como un hilo caliente. Cerró los ojos un segundo. Podía imaginarlo viéndola, deteniéndose en cada detalle, perdiendo la compostura silenciosamente detrás de la pantalla. Ella: Pues entonces tendrás que guardarla en tu mente… Porque me tengo que ir en un rato. La respuesta llegó sin dudar. Darell: No te preocupes. Ya la guardé. Cada detalle. Te mando besos… en todas partes. Muy bien ubicados. El calor subió un grado más. ¿Cómo lograba eso? ¿Cómo podía tocarla sin tocarla? Ella: Qué delicado tú… Un beso para ti también. O mejor… varios. Y él, como siempre, no dejaba que la tensión cayera. Darell: Imagínate lo que más te dé placer. Eso mismo estoy pensando hacerte. Ella sintió un escalofrío eléctrico. No era solo el contenido. Era su tono. Esa forma en que él decía las cosas, como si las pensara mientras las confesaba, como si apenas pudiera contenerse, como si su autocontrol fuera una cuerda cada vez más tensa. Se mordió el labio. Imaginó la escena. El cuerpo le respondió antes que la mente. Ella: Si lo hago… Si llego a imaginarlo demasiado… Te lo haré saber. La respuesta de él llegó con esa seguridad silenciosa que la desarmaba. Darell: Estaré esperando. Créeme. Ella dejó el teléfono por un momento. Intentó volver a su rutina, pero la sensación seguía ahí: una vibración interna, una atención desviada, una necesidad que ya no sabía ocultar. Él tenía esa habilidad peligrosa de entrarle a la cabeza y quedarse allí, moviendo piezas, despertando partes que ella creía dormidas. El resto de la mañana se movió entre intentos fallidos de concentración, sorbos de café y miradas furtivas al teléfono, por si él decidía volver a escribir. No lo hizo. Y eso la encendía todavía más. Cada minuto sin mensaje era una anticipación. Cada silencio era una provocación invisible. Era como si él supiera exactamente cuándo retirarse para dejarla queriendo más. A mediodía, mientras organizaba documentos, el pensamiento la golpeó con la claridad de una verdad incómoda: lo que él le provocaba ya no era fácil de ignorar. Quizá nunca lo había sido. Había algo en su voz, en su forma de nombrarla, en su seguridad madura, en sus silencios cargados que la hacían perder control. Algo que iba más allá de la atracción física o el juego verbal. Era la manera en que él parecía conocer sus reacciones antes de que ocurrieran. La forma en que la miraba a través de la cámara. La intensidad con la que respondía a sus provocaciones. El deseo evidente en cada frase escrita con contención imperfecta. Ella respiró hondo y volvió a mirar su teléfono. Sabía que no debía abrir el chat. Pero lo abrió igual. Allí estaban los mensajes de la mañana, la foto que había enviado, las palabras que él había dicho como si las estuviera sintiendo en ese mismo momento. Cerró los ojos. Le tembló algo adentro. No quería admitirlo, pero la verdad era simple: Él se estaba metiendo en un lugar al que nadie más había llegado. Un lugar profundo. Un lugar peligroso. Un lugar que ella no sabía si quería o podía controlar. Sabía que el día apenas estaba empezando. Sabía que él no iba a quedarse callado por mucho tiempo. Sabía que esa dinámica se estaba acelerando a un ritmo que ninguno de los dos parecía querer frenar. Y aun así… No pensaba detenerlo. Porque, aunque fuera imprudente, intenso, arriesgado y completamente insensato… Ella lo deseaba. Demasiado para ignorarlo.
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