Capítulo 3.
Embocada.
Entro al estudio y rápidamente me despojo de los objetos, colocándome mi antifaz y preparándome para salir por los conductos de ventilación hasta llegar a la sala. Dejo un micrófono para seguir la transmisión, una medida desesperada ante este cambio de planes.
Marco mi ruta hasta la salida, deteniéndome al ver a unos rusos y varios autos estacionados. ¿El hotel?
R: “Ahora sí me vas a explicar lo que pasa?”
A: “No es él; envió a un impostor, un sustituto.”
R: “Sabía que podríamos estar ahí. Esto es muy extraño. ¿Entonces no vino?”
A: “Sí vino, está aquí. Solo piensa: tiene a diez hombres de seguridad nada más en el lugar. Un hombre como él no estaría con tan poca seguridad, por lo menos no en la entrada. En cambio, el hotel cinco estrellas frente al edificio de conferencias... analiza. Hay más de veinte hombres en la entrada, no están vestidos de seguridad, parecen simples civiles.”
P: “Demonios, sí, demasiados. ¿Cómo no lo notamos?”
R: “Por algo ella es la jefa; olfatea, nena, mientras investigo.”
A: “Vamos, Roxana, dame una entrada.”
R: “Calma, prima, estoy en ello.”
Espero paciente, analizando cada movimiento de los hombres en la entrada. No tienen uniformes, pero sí micrófonos de seguridad, todos moviéndose al mismo ritmo, como si intentaran camuflarse por si algo sucede.
R: “Ok, esto es extraño. En la suite presidencial no está; de hecho, no hay nadie. Las habitaciones de lujo no tienen registro. La mayoría viene con pareja, y solo una habitación está bajo el nombre de Palacios, un militante inglés. Solo que…”
Espero inquieta.
A: “Pelmeni, Roxana, un repartidor, ¿a qué hora dijiste que llegó?”
R: “Oye, nena, lo tengo, es él. Habitación 256. Las cámaras lo vieron pasar: hombre de lentes oscuros, elegante vestimenta, con un hombre mayor. Iba con cinco escoltas a la habitación. Las cámaras lo captaron entrando con el hombre mayor. Poco tiempo después, el hombre mayor sale y él se queda en la habitación.”
A: “Ok, ahora la parte importante, ¿cómo entro?”
R: “Vas a odiarme.”
Cierro los ojos una vez más.
A: “Conductos de ventilación.”
R: “Lo siento, pero ahora con tanta vigilancia, cualquier movimiento te pondría en evidencia. El registro del hotel está a nombre del mismo hombre mayor que lo llevó a la suite, así que debes tener precaución. Buena suerte.”
Me muevo por el techo hasta llegar a los canales de ventilación. Por un momento me detengo frente al enorme extractor, solo unos minutos, lo suficiente para poder desarmarlo y entrar.
O: “Está dentro,” escucho decir a una de mis primas, que me guía por el recorrido.
O: “Cuidado, Antonella, te necesitamos. No sabes a quién te vas a enfrentar.”
A: “Lo sé. Mantengan la calma y no intervengan a menos que dé la señal.”
R: “A la izquierda, luego dos veces más. Estarás en la posición de la ventilación del baño.”
A: “Ok.”
Me muevo lentamente. El lugar se vuelve más angosto cada vez que me acerco a la habitación. Escucho movimientos en la parte inferior: ratas. Me ponen tensa; las empujo con mi mano, intentando que se alejen, hasta que lo logro.
Encuentro la rejilla que da al baño. Antes de cualquier movimiento, me cercioro de que no haya nadie y, lentamente, sin hacer ruido exagerado, voy apartando la rejilla, que rápidamente hago a un lado. Primero mi cabeza y luego mi cuerpo. Ágilmente, me sujeto de la orilla del conducto, cayendo lentamente sobre el inodoro.
Estoy sudando. Ahora debo volver a poner la rejilla en su lugar, y, como si fuera un fantasma, me empiezo a mover lentamente por la habitación. Voy en movimientos lentos, desplazándome de una pared a otra, mientras escucho voces en la parte izquierda de la habitación.
Noto que no hay oficiales. Estoy parada cerca del armario, junto a él una pared que divide la zona de descanso, la cama. Noto un espejo sobre la cabecera que me permite visualizar la parte frontal de la habitación, donde veo a un hombre sentado en el sofá, con un vaso de whisky en la mano izquierda y un abano en la derecha. Por los movimientos que ejecuta, sé que es zurdo, lo que confirma que es mi objetivo.
El hombre está sentado de manera relajante, con un traje casual color n***o. Su cabello rubio natural es evidente, lleva un corte peculiar. De la parte trasera, se nota un hombre fornido, de 1.89 de estatura, tez clara y acuerpado. No logro ver su rostro en la posición en la que se encuentra, y la luz tenue de la habitación no ayuda, solo el reflejo de la TV lo ilumina con más claridad. Está enfocado, viendo la reunión desde la comodidad del lugar, apartado. ¿Pero por qué? ¿Para qué venir si no iba a presentarse personalmente? ¿Qué es lo que trama?
Mi inquietud se hace presente. El tatuaje en su cuello confirma su identidad, lo que me atrae aún más a sus acciones. De repente, se lleva el vaso de whisky a los labios, pero no prueba la bebida. Se detiene, baja su mano lentamente dejando el vaso sobre la mesita a su lado y toma de la misma mesa una máscara de antifaz que se pone.
Analizo cada movimiento antes de darme cuenta de que ha notado mi presencia.
“¿Quién eres?” Sus palabras me toman por sorpresa. Estoy fuera de su alcance, ¿cómo es que sabe que estoy presente?
Se levanta lentamente y se voltea en mi dirección. Su mirada de ojos azul grisáceos me paraliza. Camina hacia su chaqueta. Veo la funda de su arma en el colgante junto al armario y salgo de golpe, dando el primer golpe: una patada que lo aleja de su objetivo.
Cae al suelo. Su mirada me fulmina por unos segundos antes de levantarse con una acrobacia, poniéndose de pie de un jalón al poner sus manos sobre el suelo. Con un salto de ninja, se forma en posición de pelea.
“¿Quieres jugar?” pregunta, moviendo su cabeza. La acción emite un sonido como si su cuello se fuera a romper. Se toca la zona sin perderme de vista, se forma ante mí, señalándome. “Juguemos entonces.”