Capítulo 1
— ¿Estás lista? – escucho su voz gruesa, de mando, que me transmite seguridad y confianza, levanto mi vista hacia él, allí está, tan igual desde el día que llego a mi vida.
Hace cinco años que estamos juntos. Hace cinco años que se convirtió en mi soporte, mi familia, mi guarda, mi amor, mi única persona en el mundo prohibida.
No sé cuantas veces he tenido que escuchar esas palabras de su boca desde ese día donde lo perdí todo, donde solo me quedo este encierro, donde lo único que importa en mi vida tiene seis años de vida y pronto serán siete.
— ¡Siempre lo estoy! ¿No lo sabes tú? —le respondo mientras lo veo a los ojos y me acerco a él, su olor es tan perfecto, dominante, ese perfume que te hace saber que tienes a un hombre totalmente completo, rudo, seguro y directo en todo lo que hace y quiere en la vida, solo hay una excepción… Yo.
—Vamos es el momento. Todos esperan.
Me subo a la camioneta negra, que me llevará a la oficina principal de Imperio International Stanton. Y siento cuando sube a mi lado.
—Estamos listos. Quiero a dos grupos delante de seis cada uno y cuatro atrás de ocho, no quiero errores, debe ser un trayecto directo, limpio y sin contratiempo. ¿Entendido?
Es bueno en su trabajo, cuidarme es lo que mejor hace. No da tregua y aunque a veces pienso que exagera en la cantidad de protección, no me opongo, las dos últimas veces que confié en que era suficiente, perdí a mi familia.
Siento como las camionetas se ponen en marcha y escucho los coros de ¡Sí, señor! Y los “¡despejado!” De cada cuadra que avanzamos, a veces las voces en las radios de seguridad de las camionetas son tan ensordecedoras que me generan pánico, y me siento idiota por no tener valor de arriesgarme a salir, sin tanto a mi lado.
—Toma. —dice mientras se acerca más a mí.
Me coloca los audífonos del Iphone que siempre lleva consigo, me conoce tan bien que sabe, sin que yo le demuestre o diga que estoy a punto de tener un ataque de pánico y devuelva toda la comitiva a casa y seguir allí encarcelada, él me entiende. Coloca un volumen que me ayuda aislarme.
Escucho las notas musicales, esta es su canción sé que es su manera de decirme que aunque no estamos juntos, me ama. O eso quiero cree yo.
A veces se que si que pierdo la cabeza
y puedo aparentar que esto no me interesa
hasta puedo llegar a ser indiferente
si no estás conmigo...
Pero no mi amor tú no eres así
no me digas adiós si esto no ha comenzado
déjame demostrar que esto no ha sido en vano
cuando te conocí la vida entendí…
Porque no estabas tú...
Con tu adiós el dolor se mete en mis sueños
nuestro amor no murió y eras mi veneno
nos dejamos llevar, fuimos indiferentes
y lo nuestro llego a su fin...
Siento como la letra me llega al corazón, sí; lo amo y lo tengo todo el día cerca de mí, no puedo controlar anhelarlo, desearlo tanto a morir, mi vida se siente sin sentido cuando solo se aleja de mi por segundos. Mis lágrimas amenazan con salir, no he llorado hace dos años desde aquella vez que tuve en el cielo, pero luego volví a mi infierno personal.
Su mano toma la mía, no dejo de ver por la ventana tintada de la camioneta, es tan gruesa que apenas se distingue el paisaje, seguro terminare mareada sumándole la alta velocidad con la que nos desplazamos.
Aprieta mi mano, es mi señal de estoy aquí contigo. Volteo a verlo y su mirada esta fija al frente y al GPS, que ubica cada camioneta de la comitiva, cada seguridad lleva uno que indica dentro del punto más grande que están ubicados donde deberían, si alguno se aleja de su puesto tendría muchos problemas.
Voltea a mirarme y nos perdemos en nuestras miradas ámbar, me dice todo y nada por medio de ella y yo que solo quiero abrazarlo y besarlo, perderme en él y quedarme allí con el rico calor de su cuerpo junto el mío.
Reacciono, y justo cuando voy a decir lo más importante que he sentido en cinco años. Me suelta la mano y sube su muñeca a la boca para hablar. Y es hasta allí, que duró nuestro momento mágico. Quito los audífonos y vuelvo a la realidad del momento.
—Repite la información —su voz se hace eco dentro del auto. Gracias a que el sistema de comunicación interno está conectado a las cornetas de los reproductores de todos los autos.
—Señor. Hay un accidente a veinte metros. Y sólo queda un canal para pasar, además del borde de los terrenos, señor. El trafico esta lento por los curiosos que frenan. Sugiero otra vía.
Lo escucho maldecir por lo bajo y lo veo mover sus dedos en la pantalla del GPS, ama la tecnología y es insufriblemente inteligente en ella. Así que gran parte de la casa está llena de cosas que él llama respaldo tecnológico, yo lo llamo vigilancia, pero de no ser así no estaría cerca si quiera de respirar.
—Sigue la ruta señalada, no hay caminos alternos. —su voz es fuerte y dura, no grita pero aun así, se que envía escalofríos a todos los que lo estamos oyendo, él no toma rehenes en los temas de seguridad.
—Señor, la comitiva líder se ha detenido al parecer un carro trato de bordear el accidente y quedo estancado —informa Jean, uno de los supervisores de guardias, personal de confianza de Jason.
—Tendremos que improvisar otra ruta Señor. —concluye Tayler
— ¡Joder! No quiero otra maldita ruta, esto no estaba en el plan Jean, Tayler. Quiero mi camino libre ¡YA!
Siento un frío recorrer mi espalda, no es por su voz, ya estoy acostumbrada a ella, es lo que tomar otra ruta genera en mi, mis manos se duermen, siento sudar frio, el aire que entra en mis pulmones comienza a escasearse y mi corazón aumenta su ritmo, la vista se nubla y trato de levantar mi mano para que Jason me ayude, pero él está concentrado en las ordenes y las rutas, necesito aire, necesito bajarme de esta maldita camioneta y caminar lejos de toda esta tensión, escucho los gritos de una discusión, una que no está pasando en esto momentos pero que si sucedió en mi vida años atrás, mis vista oscurece, se hace más pesado respirar y solo puedo ver la cara de mi amor cuando logro pronunciarse nombre en apenas un susurro, antes de entrar en completo ataque de pánico que me lleva a la más oscura pesadilla. Mis recuerdos.
—Jas…Jason —murmuro antes de que todo sea oscuridad.
— ¡Diablos! —es lo último que logro escuchar.