Corazón roto

1016 Words
El rey apenas pudo dormir; él y la reina habían pasado horas revisando la habitación de Max en busca de señales. Cualquier indicio, una carta o un mensaje que sugiriera que su hijo más tierno estaba planeando quitarse la vida. Sin embargo, no encontraron nada que les hiciera pensar que Max estaba pasando por algo así. Maximiliano era el hijo dorado, siempre recordaba fechas, ayudaba a sus hermanos, cuidaba de la familia y era estudioso. Había aprendido sobre varias religiones, pero sus intereses no iban más allá del hogar y la familia. Max era el hijo del medio, el favorito, el mejor, porque siempre mantenía a sus hermanos unidos. Él era la razón por la que Elías regresaba a casa, la razón por la que Kamal recordaba las celebraciones, la razón por la que Farah no se había ido a estudiar a otro país y la razón por la que sus hermanos menores no habían destruido el palacio con su travesuras para no molestar a su hermano mayor. —Creo que le fallamos —dice Eleonor. —Mi amor, no podíamos imaginarlo —responde el rey. Sus hijos se unen a ellos en la habitación y Isam les hace espacio para darles la noticia. —Saben cómo nos regimos por el Corán y las órdenes del reino. —Nosotros somos el reino —le responde Elías. —Lo que pasa es que... mi abuelo dejó una ley para aquellos que cometen s******o. —Mi hermano va a tener un funeral —responde Farah con firmeza. —Mi abuelo dejó una ley muy clara para quienes se suicidan. —Pues llamaremos a esto un accidente. —Tiene una marca en el cuello. No podemos decir que estaba jugando y consumió un montón de barbitúricos. Alguien sabía que él... tomaba antidepresivos. —Yo. Yo lo sabía, los... compré —todos miraron a Lorenzo. —¡No te parece información importante! —Él estaba viendo a un psiquiatra por Skype. —¿Y por qué no nos lo dijiste? —Porque es privado, es como si ella quisiera que la llevara al ginecólogo o él a curarse verrugas genitales. Uno no revela los secretos de los hermanos —responde Lorenzo. —Él no era tu hermano —le acusa Kamal, y Elías rueda los ojos. —Miren, a mí la corona me importa un bledo. Ustedes dos si quieren ser mis vecinos de al lado, Dios los bendiga, pero Maximiliano es mi hermano mucho más que cualquiera de ustedes, y no quería que se hiciera daño. Yo busqué ayuda para él, tú te burlaste de él cinco segundos antes de que decidiera quitarse la vida. —Sí, deberías reflexionar sobre ti mismo —pide Elías. —Kamal, este es un momento que nos une o nos separa. Es el momento de que decidas si eres o no parte de esta familia —le anuncia su tío Isam. Para todos los hijos del rey Amir, estuvo claro desde el primer momento que si su tío había dejado toda su vida occidental, que era maravillosa y que le encantaba, a cambio de cuidar de ellos, era porque sus padres habían fallecido cuando eran pequeños. Farah apenas tenía un año, Max tres, y Elías cinco. Eran tan pequeños que entendieron que tenían un nuevo padre. Su tío ocupó ese lugar en sus vidas, especialmente para Elías, quien tenía más recuerdos de sus padres. Aunque amaba a sus padres, en particular a su madre, entendía que la persona que lo cuidaba en las noches cuando estaba enfermo y tenía un mal día, siempre estaba ahí, su papá. Honraban la memoria de sus padres, pero Isam y Eleonor ocupaban esos lugares en sus vidas. Kamal pensaba muy diferente, creía que su tío les había robado todo a sus hermanos y que había faltado al respeto al reino con sus decisiones maritales. Había dado un título a Lorenzo, que era un hijo ilegítimo, y había roto más de una regla por la nueva familia. —Vamos a realizar un funeral católico —dice el rey—. El público pensará que fuiste tú. —A duras penas se saben los cánticos —responde Zair—. Este es mi hijo más religioso y esa es la única forma de enterrarlo adecuadamente. —Pero no tendrá los baños, ni los cantos, ni las oraciones, no tendrá nada —dice Zair. —Cantaremos y oraremos por su cuerpo y por su alma. —¿Saben qué...? Esta es una lección para todos —dice Farah—. Es una lección para nosotros y para el mundo sobre la orientación s****l y la salud mental. Quiero un artículo en The New York Times y quiero que lo incineremos, porque nos va a doler, pero nos lo merecemos y más. —Estoy de acuerdo. Si el próximo rey tiene la misma mentalidad que el pueblo, al menos nosotros habremos alzado la voz. —No voy a referirme más a ese tema hasta que terminemos el periodo de luto. Kamal no será rey hasta que me muera o hasta que decida en su favor. Para mí, no estás listo. Hoy no se trata de ti, narcisista. Se trata de mi bebé. De mi hijo que se está muriendo sin entender que lo queríamos, sin saber... —Isam se quiebra en llanto, y su esposa lo abraza. —Quiero que me devuelvas mi título y a mi familia —exige Kamal al rey. —¿Kamal, por qué no te mueres? —pregunta Elías—. Ve y má-ta-te. —La reina interviene y les pide por favor que dejen de discutir, pero la pelea continúa. Las voces se elevan, todos tienen argumentos y quejas, se escucha el español de los más pequeños, el árabe de los mayores y el inglés de Lorenzo. Todos tienen un idioma, una opinión, una queja, y el corazón de la reina parece no poder soportarlo más. No puede soportar la muerte de su hijo, el que siempre se quedaba en silencio y razonaba con los demás. El más dulce de todos ya no les sonríe.
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