El rey apenas pudo dormir. Él y la reina habían pasado horas revisando la habitación de Max, buscando señales: cualquier indicio, una carta o un mensaje que sugiriera que su hijo más tierno estaba planeando quitarse la vida.
Sin embargo, no encontraron nada que los hiciera pensar que Max estaba pasando por algo así.
Maximiliano era el hijo dorado. Siempre recordaba fechas, ayudaba a sus hermanos, cuidaba de la familia y era estudioso. Había aprendido sobre varias religiones, pero sus intereses no iban más allá del hogar y los suyos.
Era el hijo del medio, el favorito, el mejor. El que mantenía a todos unidos.
Él era la razón por la que Elías regresaba a casa; la razón por la que Kamal recordaba las celebraciones; la razón por la que Farah no se había ido a estudiar a otro país; y la razón por la que los hermanos menores no habían destruido el palacio con sus travesuras, solo para no molestar a su hermano mayor.
—Creo que le fallamos —susurró Eleonor.
—Mi amor, no podíamos imaginarlo —respondió el rey.
Sus hijos se unieron a ellos en la habitación. Isam les hizo espacio para hablar con calma y darles la noticia.
—Saben cómo nos regimos por el Corán y las leyes del reino —dijo.
—Nosotros somos el reino —replicó Elías.
—Lo que pasa es que… mi abuelo dejó una ley para aquellos que cometen s******o.
—Mi hermano va a tener un funeral —respondió Farah, firme.
—Mi abuelo dejó una ley muy clara para quienes se suicidan.
—Pues llamaremos a esto un accidente.
—Tiene una marca en el cuello. No podemos decir que estaba jugando… y consumió una gran cantidad de barbitúricos. Alguien sabía que él tomaba antidepresivos.
—Yo. Yo lo sabía… los compré —confesó Lorenzo.
Todos lo miraron.
—¡No te parece información importante! —gritó Kamal.
—Él estaba viendo a un psiquiatra por Skype —respondió Lorenzo.
—¿Y por qué no nos lo dijiste?
—Porque es privado. Es como si ella quisiera que la llevara al ginecólogo o él a curarse verrugas genitales. Uno no revela los secretos de los hermanos —respondió con calma.
—Él no era tu hermano —acusó Kamal.
Elías rodó los ojos.
—Miren —intervino Lorenzo—, a mí la corona me importa un bledo. Ustedes dos, si quieren ser mis vecinos del lado, Dios los bendiga. Pero Maximiliano es mi hermano, mucho más que cualquiera de ustedes, y no quería que se hiciera daño. Yo busqué ayuda para él. Tú te burlaste de él cinco segundos antes de que decidiera quitarse la vida.
—Sí, deberías reflexionar sobre ti mismo —pidió Elías.
—Kamal —dijo Isam con voz cansada—, este es un momento que nos une o nos separa. Es el momento de que decidas si eres, o no, parte de esta familia.
Para todos los hijos del rey Amir, estaba claro desde el primer momento que su tío había dejado atrás toda su vida occidental —una vida que le encantaba— para cuidarlos.
Sus padres habían muerto cuando ellos eran pequeños. Farah apenas tenía un año, Max tres y Elías cinco. Eran tan niños que, con el tiempo, entendieron que tenían un nuevo padre.
Su tío ocupó ese lugar, especialmente para Elías, que tenía más recuerdos de sus verdaderos padres.
Aunque los amaba, sobre todo a su madre, entendía que la persona que lo cuidaba en las noches, la que estaba siempre ahí cuando se enfermaba o tenía un mal día, era su papá.
Honraban la memoria de sus padres, pero Isam y Eleonor habían ocupado su lugar.
Kamal, en cambio, pensaba distinto. Creía que su tío les había robado todo a sus hermanos, que había faltado al respeto al reino con sus decisiones maritales.
Le había dado un título a Lorenzo, un hijo ilegítimo, y había roto más de una regla por su nueva familia.
—Vamos a realizar un funeral católico —dijo el rey—. El público pensará que fuiste tú.
—A duras penas se saben los cánticos —respondió Zair.
—Este es mi hijo más religioso, y esa es la única forma de enterrarlo adecuadamente.
—Pero no tendrá los baños, ni los cantos, ni las oraciones. No tendrá nada —replicó Zair.
—Cantaremos y oraremos por su cuerpo y por su alma —sentenció Isam.
Farah, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso adelante.
—¿Saben qué...? Esta es una lección para todos —dijo—. Una lección para nosotros y para el mundo sobre la orientación s****l y la salud mental. Quiero un artículo en The New York Times, y quiero que lo incineremos. Nos va a doler, pero nos lo merecemos.
—Estoy de acuerdo —añadió Elías—. Si el próximo rey tiene la misma mentalidad que el pueblo, al menos nosotros habremos alzado la voz.
—No voy a referirme más a ese tema —dijo Isam, quebrado—. Kamal no será rey hasta que me muera o hasta que decida a su favor. Para mí, no estás listo. Hoy no se trata de ti, narcisista. Se trata de mi bebé… de mi hijo, que se está muriendo sin entender que lo queríamos, sin saber… —la voz se le rompió, y Eleonor lo abrazó con fuerza.
—Quiero que me devuelvas mi título y a mi familia —exigió Kamal al rey.
—¿Kamal, por qué no te mueres? —preguntó Elías, furioso—. Ve y má-ta-te.
La reina intervino, rogando que dejaran de discutir, pero la pelea continuó.
Las voces se elevaron.
Todos tenían argumentos, todos tenían quejas. Se escuchaba el español de los más pequeños, el árabe de los mayores y el inglés de Lorenzo. Cada uno hablaba un idioma distinto, una emoción distinta.
El corazón de la reina no podía soportarlo más. No podía soportar la muerte de su hijo: el que siempre se quedaba en silencio, el que razonaba con los demás, el más dulce de todos.
El que ya no les sonreía.