Capítulo XVII Por último entró. Pero creo que fue más bien la lluvia la que lo hizo volver. En ese momento caía con devastadora violencia, que se apaciguó poco a poco mientras conversábamos. Sus modales eran muy sobrios y serenos. Su porte era el de un hombre taciturno por naturaleza, poseído por una idea. Mi conversación se refería al aspecto material de su conversación; tenía el único objetivo de salvarlo de la decadencia, la ruina y la desesperación que se ciernen con tanta rapidez sobre un hombre sin amigos ni hogar. Le rogué que aceptara mi ayuda. Le ofrecí argumentos razonables; y cada vez que levantaba la vista para observar ese absorto rostro liso, tan grave y juvenil, tenía la inquietante sensación de no serle de ayuda alguna, sino más bien un obstáculo para ciertas misteriosas,

