Capitulo 5

1813 Words
Connie Sabía que tenía que buscar una manera de pagarle a ese hombre o jamás nos dejaría en paz, pero no se me ocurría nada, y meterme a su cama definitivamente no era una opción. Jamás había estado con un hombre y era denigrante su proposición. Soy una mujer decente y, aunque se escuchará anticuado, me gustaría llegar virgen hasta el matrimonio y disfrutar de esa noche de bodas tan especial. Pero ahora mismo no estoy para pensar en eso. Suspiro y sigo meneando la sartén, pues como había llegado temprano, me ofrecí a hacer la cena. Cuando he terminado, empiezo a servirles a mi padre y a mi hermano. Escucho que tocan a la puerta. Papá me sonríe y se acerca a ella. Cuando he terminado de servir la cena, suspiro y camino hacia donde está mi padre, pues ha tardado un poco, y ahí está él, con su porte elegante e intimidante. Cuando sus ojos se cruzan con los míos, me sonríe burlonamente. Yo solo cierro los puños para no acercarme a él y darle otra bofetada más. —Podemos hablar, Enrique. Si soy sincero, les conviene más a ustedes que a mí. Mi padre guarda silencio, así que yo soy la que habla. —No entiendo qué desea. Ya dejé muy clara mi postura. Y si viene a ofrecerme lo mismo, mejor guarde su proposición y váyase por donde vino.... Él ni siquiera me deja terminar de hablar y levanta una mano para que guarde silencio. Yo lo miro con los ojos entrecerrados; definitivamente, este hombre lo odio con todo mi ser. —Podrían escucharme al menos. Ya se los dije, les beneficia a ustedes, no a mí. Les estoy dando una opción para que paguen, pero si no quieren escuchar... Él se da la vuelta, pero mi padre lo detiene. Yo lo miro mal, pero él solo niega. —Está bien, señor Falcón, pase, por favor. Él ingresa a la casa y empieza a ver cada cosa que hay. La verdad es que no es gran cosa, pero al menos es nuestro hogar. Yo tomo asiento en uno de los sillones y mi padre hace lo mismo, pero él se mantiene de pie. —Si gusta sentarse, señor Falcón, mi casa es humilde, pero está limpia, eso téngalo por seguro. Él no dice nada más y se sienta frente a nosotros. Entrelaza sus manos y me mira, sonríe y después ve a mi padre. —No sé si está enterado, pero su hija fue a verme en la tarde. Me pidió trabajo, le hice una proposición, pero la rechazó. Sé que no tienen manera de pagarme y usted me dirá que no es su culpa, aunque si lo pensamos bien, realmente sí. Usted, por ser un blandengue con su mujer, llegó a esta situación algo vergonzosa. Pero tampoco quiero que crean que soy un monstruo, así que tengo una nueva proposición y espero que Connie acepte. Yo lo miro mal y carraspeo un poco. —Consuelo, señor Falcón. Solamente para los amigos soy Connie, y usted y yo nunca seremos amigos. Él me sonríe de lado y asiente, suspira y mira a mi padre. —Le ofrezco trabajo a Consuelo como mi asistente personal. Y antes de que digas algo, literalmente estarás pegada a mí todo el tiempo. Tendrás tu horario de trabajo, pero sinceramente no se respetará. Si yo te llamo a las 2 de la mañana, tú vas a donde te llamo. No tienes una hora de comida; siempre comerás conmigo, tampoco de cena, porque puede que llegues a tu casa a cenar o puede que tengas que cenar conmigo. Solo que tu sueldo será de $3000 dólares por semana. Se me hace una cantidad obscena, pero estuve investigando. Sé que no terminaste la universidad, pero eras una de las mejores estudiantes. Se te hará un descuento para que pagues tu deuda, pero de igual manera podrás mantener tu casa. No hay vacaciones, no hay día de descanso, no hay días feriados, nada. Tú harás exactamente lo que yo te diga. Estoy con la boca abierta. Este hombre se ha vuelto loco; quiere que mi vida le pertenezca completamente. Pero me pongo a pensar en el dinero que ofrece y la verdad es que es bastante. Jamás había visto una cantidad tan grande por una sola semana de trabajo. Estoy por refutar, pues mi hermano también necesita cuidados, pero mi padre toma mi mano y me mira casi suplicando. Yo solo cierro los ojos; creo que no tengo otra opción. —Acepto sus condiciones y acepto su trabajo. Solo dos cosas: la primera, mi padre y mi hermano están enfermos. Mi hermano ha tenido crisis muy difíciles; cuando sea necesario ir al hospital, lo dejaré solo, no importa dónde nos encontremos. Y segundo, por nada del mundo me meteré a su cama. Si estamos claros, si usted acepta mis condiciones, yo acepto el trabajo. Él me sonríe, pero es una sonrisa maliciosa. Se pone de pie y extiende su mano. Yo hago lo mismo y, cuando tomo su mano, siento una extraña corriente. Esto no es normal, pues él también se da cuenta, ya que la retira de inmediato. Se da la vuelta sin decir nada más, pero antes de salir de casa, voltea y me mira. —Mañana a primera hora en la oficina. No me gustan las equivocaciones, Consuelo. Si tú llegas un minuto tarde, el trato se rompe. ¿Entendiste? Él no espera respuesta alguna y se va. Yo suspiro y volteo a ver a mi padre, no muy convencida de lo que estoy haciendo. Ahora que lo pienso bien, no sé si sea una buena idea, pero no veo otra opción. Abrazo a mi padre y me pego a su pecho; quiero que esté tranquilo. Cuando me separo de él, él besa mi frente y levanta mi barbilla para que sus hermosos ojos cansados me vean. Se los juro que mis lágrimas están a punto de salir de la impotencia de tener que hacer lo que este idiota me está pidiendo, pero yo le sonrío a mi padre para que él esté tranquilo. Solo que me conoce tan bien, así que me pregunta: —¿Me vas a explicar qué fue esa última condición que le pusiste? ¿Por qué dices que no te irás a la cama con él? Yo suelto una carcajada y empiezo a negar, pues como dije, no quiero que mi padre se preocupe. —No es nada, simplemente que lo has visto. El hombre se cree el más guapo, el más rico, así que supongo que está impuesto a que todas las mujeres caigan rendidas a sus pies, pero obviamente yo soy la excepción. Jamás estaría con un hombre como él: frío, prepotente, orgulloso y, lo peor de todo, rencoroso. Porque a pesar de que quiso dar muestra de su buena fe, a mí nadie me quita de la cabeza que esto lo ha hecho porque mi madre se metió con su padre. Mi padre agacha la cabeza y ahí entiendo yo que, a pesar de todos estos años, todavía le duele cómo sucedieron las cosas. Yo tomo sus manos entre las mías y suspiro. —Lo siento, padre. Lamento haberlo dicho de esa manera, pero creo que no hay otra. Él me cree igual que mi madre y yo no soy ni cerca de lo que ella es, pero trabajaré mucho para que esto se termine rápido. Verás que vamos a salir de esta, te lo prometo. Una lágrima baja por su mejilla y yo la limpio. Él me vuelve a abrazar y me susurra: —No tienes una idea de cómo le agradezco a Dios que me diera una hija tan valiente, tan trabajadora y, aparte de todo, tan hermosa. Y no solo hablo físicamente, porque eres preciosa; hablo de tu corazón. Tienes un corazón noble, eres toda una guerrera. Después de estar un rato ahí juntos, pasamos a cenar. Yo apenas pruebo bocado, realmente hasta el hambre se me ha quitado. No voy a mentir, se ha quitado un peso de encima, pero ha llegado otro. Tengo miedo de cómo me pueda tratar. Soy una mujer que no se deja pisotear y no me importa quién sea él; jamás permitiré que me humille. Pero también en mis manos está la salud de mi hermanito y de mi padre, así que creo que me volveré loca pensando cómo hacer para, cuando él se quiera pasar de listo, patear las bolas y dejarlo sin descendencia. Y aún así, que no me despida. Vaya que estoy en problemas. Por la mañana me levanto. No tengo mucha ropa de oficina, pero como siempre he trabajado de mesera, un pantalón n***o de tiro alto y una blusa blanca linda sí la tengo, así que es lo que me coloco. Cuando me miro al espejo, suspiro resignada. De igual manera, no está tan mal. Me maquillo un poco, pues me imagino que este hombre trata con gente muy importante y no puedo dar una mala impresión. Levanto mi cabello rizado en una cola alta de caballo; me encanta cómo se ve. Cuando salgo a la sala, solamente mi padre se encuentra ahí con una taza de café. Él me mira de arriba abajo y me sonríe. Me ofrece la taza de café y yo la tomo. Después de terminar mi café, salgo de casa con demasiado tiempo, pues el hombre ni un minuto de tolerancia me ha dado y tengo que tomar dos bus para llegar a la empresa. Cuando por fin me paro enfrente del edificio, suspiro. Aquí vamos. Empiezo a subir las escaleras. Cuando llego a recepción, me cruzo de brazos y veo a la mujer que, según ella, me confundió con una limosnera, con una ceja alzada y una sonrisa en mi rostro. Ella solo vuelve los ojos con fastidio, pero eso a mí me encanta. —Otra vez tú aquí. ¿De nuevo quieres que mi jefe te eche como lo hizo la vez anterior? Créeme que fue un gran espectáculo verlo por las cámaras cómo te sacaba de su oficina a rastras. Yo coloco mis manos encima de su escritorio y me acerco mucho a ella. —Solo una pequeña pregunta: ¿tu jefe sabe que revisas las cámaras de seguridad de su oficina? Porque estás violando su privacidad. Si lo sabe... ay, no lo sabe. Lo puedo deducir por tu rostro. ¿Qué diría el gran señor Falcón si se enterara de eso? Ella abre muy grandes los ojos y mi sonrisa no se borra. Les digo que el karma es bien cabrón. Ella ha perdido el color y está a punto de decir algo cuando escucho una voz grave tras de mí. —¿De qué me tengo que enterar? Yo solo cierro los ojos. Mierda, creo que la he cagado y bien grande.
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