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La mano de la muerte

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Blurb

A Ekaterina no le gustan los cambios en absoluto, se esfuerza por llevar una vida ordenada y fuera de preocupaciones debido a que conoce muchas cosas que deberían quedarse en secreto, no obstante, la desaparición de su hermana menor la pone en una situación muy difícil, aún más cuando necesita la ayuda de él, de quien siempre ha huido. La mayor contrariedad para su mundo de parsimonia y sosiego antes de la desaparición de su hermana.Damon había acudido a ella pero como todos saben él no hace nada porque sí, tenían un trato y el hombre le prometió no dejarla en paz hasta obtener su parte del mismo.

Y el precio a pagar que exigía, era su cuerpo.

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Capítulo I
Cuando el sol desapareció dejando ostensible el fascinante ocaso Ekaterina supo que algo no iba bien. La sonrisa divertida que había adornado sus labios había desaparecido dejando ver lo que parecía ser una mueca de preocupación, tal vez fuera su evidente obsesión por tener siempre a la vista a su hermana menor pero su instinto dictaba que algo estaba por ocurrir. Desde que su padre había muerto y su madre se había marchado con otro hombre del cual no quería saber nada, ella misma tuvo que ocuparse de Félicité como si fuera su propia madre y hasta el momento había mantenido todo bajo control, sin embargo, tener a cargo a una chiquilla de apenas dieciséis años que quería siempre salirse con la suya no resultaba ser del todo sencillo. Ella sabía cómo persuadirla e incluso a veces lograba cosas casi imposibles, sabía que su hermanita la respetaba pero la adolescencia era la adolescencia, los chicos querían parecer más grandes frente a los otros chicos solo por ganar un poco de atención, incluso respeto, algo absurdo pero de eso se trataba y Ekaterina sabía que Félicité pertenecía a esa categoría, por desgracia. Esa tarde le había dado el beneficio de la duda, confiaba en su hermana pero no en esas amigas que calentaban su cabeza para hacer cosas que no se debería hacer, sabía de sobra que su hermana se dejaría llevar por las provocaciones no obstante había dejado que asistiera a esa fiesta y ahora estaba tan arrepentida que se encontraba a punto de echarse a llorar. Para cuando el reloj dio las doce en punto su cordura pendía de un hilo, no había recibido ninguna llamada de Félicité y su teléfono sonaba apagado lo cual era más sospechoso todavía ¿Y si le había pasado algo? Ekaterina siempre había sido muy protectora con ella pero aquella agitación que sentía en su interior no era normal y solo la había tenido una vez en la vida, ese fatídico día que su padre fue asesinado. No podía llorar, se negó con los ojos ya embargados por las amenazantes gotas saladas que trataban de escapar. —Debes calmarte Terie, no sabes si todo está bien, ella está en una fiesta, debe estarse divirtiendo y ha olvidado llamarte —Dijo Jay llegando a su lado. Él pasó uno de sus musculosos brazos alrededor de sus hombros y la atrajo hasta su torso acariciando su cabello mientras que Diana acariciaba su mano en señal de consuelo. A pesar de eso no consiguieron lo que buscaban, es decir, la calma de Ekaterina. Comenzaba a hiperventilar como si sintiera que algo le estaba pasando a Félicité y no pudo contenerse más así que de un brinco se levantó sobresaltando a sus amigos. —Necesito ir a buscarla, tengo que ir, sé que algo no va bien… ella me hubiera llamado. —Pero… —Iremos contigo —Afirmó Jay poniéndose de pie cortando cualquier cosa que fuera a decir Diana. La castaña lo miró y entonces se levantó también dándole una sonrisa sincera a su amiga llena de convicción. —Vamos a por esa mocosa. Ella no dejaría sola a Ekaterina, mucho menos con lo angustiada que estaba aunque Diana realmente dudaba que Félicité estuviera en alguna clase de problemas. Normalmente la chica buscaba escapar a donde le diera la gana. * Le escocían las muñecas y los tobillos por estar amarrada por tanto tiempo, la garganta le ardía por los gritos ahogados que se había esforzado por dar, para llamar la atención, para que la escucharan, sin embargo, no había conseguido nada más que ese dolor. Sus lágrimas empapaban sus arreboladas mejillas pero ella no se daba por vencida, trataba de quitarse la soga que mantenía sus manos juntas fue entonces cuando un sonido llamó su atención, alzó la mirada rogando al cielo que no fuera uno de sus captores que había jurado violarla, su corazón latió desbocado cuando contempló una cara desconocida. ¿Por qué tenía que pasarle eso? Un sollozo lastimero escapó de sus labios, sonido censurado por la tela que impedía que pudiera hablar. Desobediente. Había engañado a Ekaterina contándole sobre una fiesta ficticia para poder salir con Beck, quien había resultado ser uno de sus secuestradores. Se sentía tan estúpida, tan temerosa, quería volver a ver a su hermana, necesitaba su perdón. —Voy a soltarte las muñecas —escuchó esa voz tan seria y fría entonces se estremeció—, intenta hacer algo y voy a dormirte por el resto de tu vida, ¿Entiendes? Con recelo Félicité asintió sintiendo el miedo llenarla al verlo acercarse. Ese hombre era tan aterradoramente alto que se hizo un ovillo, temblorosa cuando se acuclilló al frente de ella mientras que él solo se dedicó a soltarle las muñecas como le había dicho, sin levantar la mirada. —No voy a hacerte daño —Soltó antes de ponerse de pie una vez más. Ella se mantuvo allí, con la mirada clavada al suelo y acariciando sus muñecas con el dorso de sus dedos. Dolía, pero poco le importaba cuando tenía a esa torre humana frente a ella. ¿Por qué era tan alto? Sus pensamientos quedaron suspendidos en el aire cuando vio una gran mano frente de su cara que la hizo sobresaltar, Félicité se hizo hacia atrás y casi juró que estuchó una leve risa burlona de parte del grandulón. —Levántate, necesitas un baño. Y vaya que lo hacía, arrugó la nariz ella, no necesitaba que su estúpido carcelero se lo recordara, ofendida se levantó y cuando iba a dar un paso se fue hacia adelante estúpidamente cayendo en los brazos de él. Casi por instinto alzó la cabeza encontrándose con un par de extraños ojos color mercurio que la dejaron sin habla. Lo vio sonreír y algo extraño sucedió en su interior. — ¿Has olvidado desatar tus tobillos preciosa o deliberadamente querías caer sobre mis brazos? Sonrojada y con las lágrimas aún bañando su rostro apenas pudo murmurar un: —Imbécil. A lo que el extraño solo rió. * No estaba. La fiesta nunca había existido. Félicité le había mentido y ella estaba a punto de volverse loca, si no fuera por Diana y Jay habría perdido la cabeza por completo. Su hermanita no aparecía por ningún lado y ese sentimiento extraño que se había albergado en su interior amenazaba con no abandonarla. ¿Y si le habían hecho daño? ¿Y si…? ¿Y si...? Dios, todos sus y si terminaban muy mal. —Esto es mi culpa, si a Félicité le pasa algo, yo… —No es tu culpa Ekaterina, ella estará bien, vamos a encontrarla —Prometió Diana mientras la abrazaba. Se sentía terriblemente culpable por dudar de ese instinto de Ekaterina que nunca se equivocaba respecto a su hermana, la había tachado de paranoica en su interior y aunque no se lo había dicho de frente se sentía terriblemente apenada. Ella también se preocupaba por Félicité y rogaba a Dios que pudieran encontrarla sana y salva. Félicité era demasiado joven para ser lastimada. —Llamé a los hospitales más cercanos y Félicie no está, necesito que mantengas la calma Terie… Pero ella no pudo escuchar nada más, si su hermana no estaba en los hospitales tendrían que buscar en… Chilló espantada derramando las lágrimas que había mantenido hasta ese momento al borde sin embargo esta vez no había podido mantenerlas a raya. —No, tengo la dirección de dos chicas más, voy a buscarlas tal vez ellas sepan dónde está. Necesitaba tener fe, de no ser así terminaría hundida en la pena. Jay y Diana asintieron siguiéndola, por todo el camino Ekaterina oró como nunca antes lo había hecho, sin embargo, ninguna de las chicas supo dónde podría estar su hermana. —Voy a llamar a Alexandrine ¿Y si está con ella? Era algo muy poco probable, sus amigos lo sabían cuanto más ella. Su hermana odiaba a su madre tanto como ella misma lo hacía pero necesitaba cubrir todas las probabilidades de lo contrario tendría que buscar en la morgue aunque le doliera el corazón. — ¿Félicité está contigo? —preguntó una vez que su madre había contestado sin darle tiempo a nada. Y después de un breve silencio una voz masculina respondió. —No Ekaterina, Félicité no está aquí. Ekaterina maldijo su suerte ¿No podía Alexandrine contestar su propio teléfono que tenía que hacerlo su amante? A punto de colgar la voz de su madre la interrumpió. — ¡¿Félicité no está en casa a esta hora?! ¡No es posible! ¡¿No cuidas de tu hermana?! ¡¿Qué estabas haciendo…?! —Creo que lo hago tan bien como tu ¿No es cierto Alexandrine? Ni siquiera sé porque llamé, es obvio que si Félicité quisiera huir, contigo sería la última persona con quien iría —Dijo con voz tan fría que apenas se reconoció. Una vez que colgó el teléfono sintió el abrazo de Jay envolverla. Iba a sacar fuerzas de donde no tuviera, sabía que su hermana estaba viva, quizás sufriendo y eso era lo que le dolía pero estaba viva. Ella no la abandonaría como hizo su madre con ambas, siempre había cuidado de Félicité y esa vez no sería la excepción. * Después de dejar a Diana en casa Jay la llevó a la de ella, no quería dejarla sola no obstante ella si necesitaba estarlo. Lo necesitaba con desespero. —Jay vete, ya has hecho mucho por mi hoy, descansa. — ¿Cómo hacerlo si tú no lo harás? Quiero que estés bien. Ekaterina le sonrió a duras penas agradeciendo a Dios por darle un amigo tan maravilloso como lo era Jay. Lo abrazó apoyando su frente en su hombro sintiendo su aroma masculino. —Te quiero Jay, ve a casa, estés o no estés no voy a estar bien hasta que vuelva a ver a Félicité sana y salva. Mañana me acompañarás ¿verdad? —le pregunté aunque de antemano sabía su respuesta. Jay le sonrió antes de acariciar su mejilla con dulzura. —Te acompañaré hasta el fin del mundo muñeca, solo tienes que llamarme y apareceré. Vamos a encontrar a esa pequeña bruja, ya lo verás. Eso esperaba. Lo que más deseaba es que no fuera demasiado tarde cuando lo hicieran o su corazón se rompería por completo. —Vete ya —lo empujó levemente. Jay se puso de pie ayudándola a levantarse. —Entra —habló Jay reacio a dejarla en la fría noche. Sin embargo ella negó. —No, esperaré a que te vayas. El chico arqueó una ceja sonriendo coquetamente. —Deja tu obsesión por mí, muñeca —Dijo guiñándole un ojo. Ella sonrió quedamente, por más que quisiera levantarle el ánimo no podría y Jay lo sabía pero le daba el mérito por intentarlo, eso demostraba lo buen amigo que era. —Esos son tus anhelos perdedor —dije burlona aunque la diversión no tocó mi voz. —En mis anhelos pertenecen a alguien más —Añadió sonriendo con chulería. —Oh créeme, lo sé. Ekaterina esperó que Jay se fuera para volver a sentarse en su jardín con la cabeza entre sus brazos y su frente descansando sobre sus piernas flexionadas. Secretamente esperaba con fervor que Félicité apareciera de una vez por todas. Pero ella no llegó. Esa noche seguramente no dormiría. ¿Cómo hacerlo si su hermanita estaba perdida? Alzó la vista cuando sintió una corriente recorrerla y los vellos de sus brazos erizarse, sabía a qué se debía… él estaba allí, en la otra cera mirándola con ese par de ojos como el hielo que la hacían estremecerse, cerró los ojos para romper la conexión con su mirada y se levantó para entrar a la casa como siempre solía hacer cuando se lo topaba, huía de él porque así debía mantenerse, alejada de Bélanger. Él era mucho más peligroso de lo que aparentaba.

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