CAPÍTULO 4

1834 Words
—Estás loca, Ánge —aseveró María, que no podía más que permanecer acurrucada detrás de los arbustos donde su loca amiga le mantenía justo en ese momento. Ánge era el sobrenombre que de cariño le había otorgado a una joven que quería tanto como a una hermana mayor y que, en todo su mundo, era su mejor amiga. Pero no era el único mote, a veces también la llamaba Angelaloca. » ¿Qué es lo que pretendes con esto? —preguntó un tanto exacerbada y levantando un poco la voz, por lo que la rubia debió acallar sus palabras poniendo su mano sobre la boca de su morena amiga haciendo un muy sonoro shhh. María apartó la mano de su amiga de sus labios y, muy molesta, le dedicó una fúrica mirada, pero ya no dijo nada. Ángela era de las que incluso agredían el espacio vital de una persona, y su integridad física, por conseguir lo que querían. Y aunque justo en ese momento no sabía que era lo que la rubia tramaba, porque solo la arrastró hasta ese parque sin explicar absolutamente nada, no se iría del lugar. La rubia estaba loquísima, y cada cosa de este estilo que hacía, que era muy seguido, además, siempre terminaba dándole dolor de estómago de tanta risa. Pero esta vez no terminaría tan feliz. Lo que Ángela pretendía era abrir los ojos de su amiga ante esa verídica situación que tan ferozmente se negaba a mirar. Esta vez, el estómago de María dolería mucho más que cuando la risa no le permitía respirar. —Aquí viene —susurró Ángela, logrando que María levantara un poco la cabeza para poder ver a quien se acercaba. Aunque no podía ver bien, estaba demasiado oscuro como para que su visión defectuosa captara con claridad la sombra acercándose a la banca donde una chica misteriosa se cubría del inclemente frío. —No veo nada. Dime que estamos haciendo, Ánge —pidió impaciente María, pues los escalofríos que tenía por sus húmedos cabellos recorriendo su espalda, aún sobre su suéter, le hacían sentir frío. —Ese idiota está engañando a mi amiga, vengo a conseguir pruebas —susurró Ángela y María suspiró. No era la primera vez que la hacía de auxiliar de detective. Ángela era bastante entrometida, y le fascinaba ayudar a los que realmente quería. —Eres una metiche —balbuceó con molestia María, ganándose una mirada llena de reproche de la que ya había recibido ese reclamo muchas veces antes. —No soy una metiche —se quejó la mayor—, solo no puedo dejar que ese idiota le vea la cara a alguien que quiero tanto. María negó con la cabeza y volvió a levantar la mirada para ver a los que al fin se encontraban. —Es... ¿Es Gaby? —preguntó confusa María. No se podía creer que una de sus mejores amigas fuera amante de alguien. Pero lo que descubrió después fue mucho más increíble. Su amado novio estaba besando a la, ahora, identificada chica, mientras le hacía cosquillas por la espalda, como tantas veces se las hubiera hecho a ella. » ¿Javier? —musitó incrédula. Sus pulmones parecían quedarse sin aire, un fuerte dolor en el pecho comenzaba a asfixiarle y las lágrimas en sus ojos corrieron sin permiso. —Mari, lo siento —quiso consolar Ángela. Pero María no quería consuelo, ella estaba bastante furiosa por muchas cosas y con todo el mundo, además. Estaba enojada con Ángela por enfrentarla a eso que, en el fondo, sabía que era verdad. Estaba enojada con Javier por traicionarla. Estaba furiosa con Gabriela porque se suponía que era su amiga y ahora se besaba con su novio. Y, sobre todas las cosas, estaba enojada consigo misma, por crédula, por inocente y por estúpida. Con mucha dificultad respiró profundo por su nariz y, después de contener el aire por algunos segundos dentro de sí, sopló el aire intentando calmarse. Presionó sus labios fuertemente uno contra otro y volvió a respirar profundo mirando al cielo para que las lágrimas se esfumaran. Sin atender a los insistentes llamados de su rubia amiga, a la que ahora una parte de su alma odiaba, se puso de pie dirigiéndose a la dirección donde una pareja de cariñosos traidores bufaba risillas entre besos fugaces. De manera casi silente, y sin que la su ex amiga lo notara, se ubicó detrás del que pronto sería solo un mal recuerdo en su vida, o eso era lo que la ira corriendo por su sangre susurraba para ella. Mordiendo su labio, conteniendo sus ganas de asesinarlos a ambos, se limitó a aplaudir fuerte y pausado, captando la atención de los dos que se giraron a verle. Sin importarle lo patética que pudiese verse, pues seguro su rostro era un asco debido al dolor de la traición recién descubierta, regaló a dos que la miraban, confundidos y asustados, una tétrica sonrisa. Javier soltó de inmediato la cintura de Gabriela y, en medida de lo posible, se movió intentando inútilmente que de cercanía entre ellos no hubiera nada. —Ma... Marí... a —trastabilló Javier provocando que el ceño de María se frunciera y sus ojos volvieran a inundarse. Javier había hecho lo que siempre María había amado, pronunciar su nombre, pero en esta ocasión una incómoda sensación se instauró en su estómago. «¿Eran nauseas lo que sentía?» Probablemente. Había detestado escucharle pronunciar su nombre y también había deseado que la próxima vez que lo hiciera se le quemara la lengua para que no pudiera decirlo nunca más. —Yo me voy —anunció Gabriela sin mirarle la cara a María. Pero no logró irse, las palabras de María le hicieron plomo los pies y la dejaron clavada al piso. —¿Por qué te vas, amiga? —preguntó la morena destilando sarcasmo en la última palabra que, además, se dio el lujo de pronunciar pausadamente—. Esto tenía pinta de ponerse bueno, mejor quédate, la que no lo pasa bien aquí soy yo —dijo María apretando los dientes y los puños. Lo que más quería era insultarla y golpearla hasta que toda la ira que contenía abandonara su cuerpo. Pero, si algo había aprendido en su colegio de la secundaria, era que no podía rebajarse al nivel de cualquier arpía. Ella era mucho mejor que todas esas personas que hacían daño a los demás. —Mari, yo... —comenzó a hablar Gabriela. Pero María no quería escucharla, ella solo quería poner distancia entre ellas para siempre. Porque una "amiga" que te hace tanto daño no merece tal honorifico. —No Gabriela —interrumpió la morena—... No se vale... Se supone que somos amigas... No puedes hacerme esto... Y mucho menos intentar hablarme después de lo que hiciste... Ten un poco de pudor, por favor, y desaparece de mi vista. Gabriela la miró primero apenada, pero de pronto su expresión se modificó. Fue como ver a alguien quitarse una máscara y revelar su verdadera identidad. —Esto es tu culpa... —soltó Gabriela con saña. El desconcierto de María se pintó en toda su cara. » Eres una mojigata —explicó la traidora—, si le dieras a Javier lo que necesita no lo andaría buscando conmigo..., o con otras. María repensó cada palabra de su examiga y sonrió incrédula. —Tienes razón —concedió la chica después de rodar lentamente los ojos y asentir a una que la miraba algo confundida—, esto es solo mi culpa, por idiota y crédula, por confiar en ti, por pensar que eras alguien digna de mi amistad, pero solo eres una zorra cualquiera —dijo logrando enfurecer a Gabriela. Gabriela empuñó sus manos y se dejó ir a acabar con la que le había insultado, pero, con gran agilidad, Javier la aprisionó por la cintura, logrando que Gabriela no llegara hasta María, que le miraba con sorna. » Eres una zorra —continuó María al sentirse un poco segura, pues sabía que Javier no soltaría a Gabriela—, porque te metiste con el novio de tu amiga; y una cualquiera, porque al parecer no te importa que él este con cuanta tipa le pasa enfrente. María hablaba con tranquilidad a la furiosa chica que, intentando liberarse, seguía retorciéndose entre los brazos de Javier. —¡A ti tampoco parece importarte! —gritó burlesca Gabriela. —Pero yo no me meto con él —informó la morena con una falsa, pero muy creíble, paz en el rostro—... No soy una de tantas, soy la que no tuvo. María terminó mirando los oscuros ojos de uno que parecía dispuesto a soltar su perro rabioso para que la despedazara. —María... —inició Javier, pero la chica mencionada no quería escucharlo, así que dio por terminada la conversación, y su relación con su siguiente frase. —Yo no voy a hablar contigo —dijo—, nunca, así que no vuelvas a pronunciar mi nombre jamás, ¿quieres? Y comenzó a caminar hasta Ángela que, a unos metros, atestiguaba lo que ocurría; y que con sorpresa concluía que, su ya no tan pequeña vecina, no era tan débil como ella creía. Javier soltó a Gabriela, empujándola lejos de sí, y se dirigió a paso veloz hasta la que casi conseguía huir ilesa. O al menos era lo que a él le parecía, pues no sabía qué tan resquebrajada y dolorida iba el alma de esa chica que caminaba con rostro apacible. El chico la alcanzó y la atrapó de un brazo repitiendo su nombre. La rabia que le ocasionaba a María escuchar su nombre en palabras de ese que ahora detestaba se imprimió en sus ojos y, jalando de su propio brazo, se deshizo del agarre de Javier. » Terminemos de una vez con esto —dijo María—. Lo dije ya, no me importaba que estuvieras con cualquiera, porque no sabía que mi "amiga" —La chica hizo las comillas con sus dedos— era una de ellas, y voy a aclararte que es eso lo que más me duele de esto, que tengan la desfachatez de querer que los escuche después de hacerme esto. El dolor, disfrazado de ira, envenenaba la sangre de María, que comenzó a traspirar rabia por cada poro de su piel. » Si quieres un escándalo de esto lo haré —prometió fulminando con la mirada a uno que había querido mucho, pero que quizá ahora odiaba—, lo único que tienes que hacer es repetir mi nombre para que yo haga arder Troya, pero eso no le conviene a tu reputación. » Puedes decir lo que quieras de la ruptura —continuó hablando mientras comenzaba a alejarse de Javier—, pero si te metes con mi reputación acabaré con la tuya —advirtió señalando a Ángela que, burlona, le mostraba una cámara de vídeo al chico que debió tragarse todo lo que María no quiso escuchar. 
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