Una voz temblorosa le sacó de esa absurda nada que comenzaba a tornarse deliciosa.
—¿Sergio? —su pregunta se antojaba más de incredulidad que de duda. Era como si ella no creyese en lo que veía.
Ligeros sollozos y negativas susurradas fue lo que, el que no podía moverse, estaba escuchando.
Podía imaginarla. Le había visto tantas veces llorar que no tenía duda de cómo era su rostro justo en ese momento. E imaginarle lo estaba matando.
Después de no sabía cuánto tiempo volvía a sentir dolor. Después de haberse resignado a no interactuar con el mundo volvía a enrabiarse por la impotencia de no poder hablar, de no poder moverse, de no poder reaccionar.
¡Cómo deseó poder abrir los ojos y mirarla! ¡Cuánto deseó poder levantarse y abrazarla! Pero no podía hacerlo. No podía reaccionar y lo odiaba tanto. Y se odiaba a sí mismo, también, por haberlos puesto en esa situación.
Y es que, aún después de pensarlo mucho, no había logrado entender por qué había actuado así. La razón de haber puesto en peligro su vida y la de la persona que amaba, no la tenía. Pero al menos ahora sabía que ella estaba viva, y bien.
» No puedes estar así... tienes que despertar... tienes que volver a vivir... —pedía entre sollozos la persona más importante en su vida.
Ella volvía a llorar, y de nuevo era por culpa de él. Sergio se maldijo por causarle tal dolor.
«Al menos no volveré a hacerte sufrir» pensó; y también pensó que al fin podría descansar en paz, pero esos no eran los deseos de ella.
Como si la chica conociera los pensamientos del que en la cama yacía inerte, le amenazó.
» No voy a perdonarte nunca si te rindes —dijo María y, como si las lágrimas de ella fueran las de él, sintió las cálidas gotas recorrer sus mejillas.
Ella estaba demasiado cerca de él, podía sentir su calor corporal invitándole a aferrarse a la vida y a pelear por recobrar la conciencia.
Pero las cosas no podían ir fácil. Aun así, Sergio pondría todo de sí para volver a recobrar la conciencia y poder volver a verla. No descansaría hasta volver a verle sonreír, esa era su meta, despertar para ver la sonrisa de María.
Así, mientras nadaba en esa angustiosa nada, Sergio renovó una promesa, vivir para hacerla feliz.
**
El tiempo pasaba y, aunque siempre la escuchaba llegar con un entusiasta "Hola", la mayor parte del tiempo a su lado solo había lágrimas y sollozos.
En sin fin de ocasiones la sintió recostarse a su lado y, después de un rato de llorar, deducía se quedaba dormida, pues los sollozos cesaban por un rato en que solo su corazón latiendo le alentaba a vivir.
Cada que la sentía así de cerca volvía a cuestionarse la manera en que las cosas llegaron a ese punto. Él la amaba demasiado, tanto que le costaba creer que fue capaz de hacerle tanto daño. Ni a causa de Javier la supo llorar así.
«¿Será que ella podrá perdonarme?» se preguntaba cada que la escuchaba llorar por él, pero no lo creía muy probable, ni siquiera él podía perdonarse tanto daño.
Definitivamente despertaría, necesitaba pedirle perdón.
La culpa que sentía era cada vez peor. Le carcomía el alma saberse responsable del dolor de esa chica que, de solo verle en el estado en que se encontraba, lloraba de manera incontrolable.
Por su parte, ella pensaba que quizá se merecían lo que estaban pasando y aun así le dolía ver apagarse la vida de ese que siempre había estado con ella. Si él moría ella tendría que aprender a caminar sola, eso lo sabía y le asustaba. No lo dejaría morir.
«¿Llora por dolor o por rabia?» siempre se lo peguntó, más no había manera de saberlo.
Él no podía hablar, no podía preguntarle y ella no era adivina. Aunque tal vez si lo era, o al menos lo conocía un poco, pues siempre tenía las palabras justas para aclarar sus pensamientos.
» Lamento lo que te he hecho pasar —dijo ella una vez que su llanto se calmó—... lamento que las cosas llegaran a este punto... No debí orillarnos a esto, no debí permitir que las cosas llegaran tan lejos... de verdad que lo lamento.
Después de cada frase había un montón de sollozos, y seguramente lágrimas, aunque no las pudiera ver.
«¡No!, ¡esto no es tu culpa!»
¡Lo que hubiera dado por poderlo gritar!
» Es mi culpa por no hacer lo que pedías —explicó la chica como si lo hubiera dicho en realidad—, por no escuchar lo que decías. Dijiste qué harías lo mejor para mí... prometiste hacerme feliz... debí confiar en ti y hacer lo que sugerías.
«Pero, ¿de qué estás hablando?... Esto no es tu culpa. No tienes la culpa de nada... Yo no debí ser tan celoso, no debí aferrarme a ti... ¡Maldición!... ¿Por qué no puedo hablar?» Se preguntaba en ese mar de frustración en que se encontraba.
No podía dejar de pensar que, si no se hubieran convertido en novios, si no le hubiera detenido en su camino alentándose a un amor que no existía, tal vez ella hubiera logrado enamorarse de alguien más, de alguien que no le hiciera enfadar, de alguien que no le hiciera llorar como él lo estaba haciendo.
«Debí ser más confiable... debí confiar en ti... debí no presionarte a amarme... tal vez no debí pedirte que fueras mi novia».
Reclamos para sí mismo.
«Esto no es tu culpa, es mi culpa por no saber ponerme un alto. No sé en qué estaba pensando, tú y yo éramos amigos, eso debió quedarse así»
Sergio se lamentaba mientras la escuchaba llorar.
«Si tan solo hubiera aprendido a quererte en lugar de buscar que aprendieras a amarme, hoy no estaríamos en este punto» dijo para sus adentros quien recibía otra nostálgica despedida de ella que, aunque siempre llegaba con una sonrisa, siempre se iba llena de lágrimas.
Pero aprender a quererla no hubiera sido fácil. Él la amaba a ella desde que podía recordar. Siempre la amó. Su deseo siempre fue protegerla de cuanta persona o situación le pudiese hacer daño. Irónicamente, buscando ser su protector, se convirtió en su verdugo.
Pensó en que lo haría de nuevo. Si esta era una nueva oportunidad, en definitiva lo haría mucho mejor.
Rememoraría tantas situaciones vividas como habían tenido y volvería sus pasos hasta encontrarse ese punto donde el amor los trastornó a ambos y lo solucionaría.
Aprendería a quererla. Aprendería a ser feliz por ella en lugar de intentar ser feliz con ella. Porque si algo había quedado claro es que ellos no estaban hechos para estar juntos, al menos no como pareja.
Como amigos no recordaba ni una sola vez en que la hiciera sufrir, pero como novios no podía recordar haberle hecho sonreír.
Se decidió a superarla. Sabía que esto no sería fácil, y sabía que le tomaría mucho tiempo, pero tal vez tiempo le sobraría, pues tal vez no despertaría nunca de ese coma en que permanecía.
Sólo esperaba qué, si de verdad no despertaba del coma, esa situación se alargara lo suficiente para que ella se acostumbrara a su ausencia y su vida tomara una normalidad en que no figuraba él. Sólo esperaba que, de a poco, ella lo superara a él también y así pudiera seguir con su vida.
Pero si sí despertaba, lo que quería era ya no sentir ese amor que la hería. Deseaba volver a ser su amigo, el que la acompañara, el que la escuchara y que, a partir de ese momento, solo la querría.
Esperaba poder ser el que la viera de lejos ser feliz y fuera feliz por ella.
Utilizaría su tiempo para superarla y deseaba ella usara el de ella para superarlo a él. Así podrían seguir uno al lado del otro sin hacerse daño.
«¿Será que puede suceder?» se preguntó rindiéndose de nuevo a la completa oscuridad.