La luz de la luna se colaba como un susurro prohibido por las rendijas de las cortinas, bañando la habitación en un resplandor plateado que hacía que cada sombra pareciera una caricia anticipada. Cris se erguía junto a la ventana, su camisa entreabierta revelando la línea tensa de su pecho, y yo, Ámbar, sentía cómo mi cuerpo respondía antes que mi mente. El pulso en mis venas era un torrente de lava, y el aire entre nosotros crujía con una electricidad que me erizaba la piel. Había entrado buscando excusas, pero lo que encontré fue la verdad desnuda: lo deseaba con una ferocidad que me aterrorizaba y me liberaba al mismo tiempo. Di un paso, y él se volvió, sus ojos devorándome con una intensidad que me dejó sin aliento. "Ámbar", ronroneó mi nombre como si fuera un secreto sucio, su voz gr

