El sol todavía estaba tímido sobre la villa cuando me levanté de la cama, todavía sintiendo el calor de la noche anterior en mi piel. El recuerdo de aquel beso, el roce de sus labios contra los míos, me quemaba la memoria y, a la vez, me hacía sonreír de manera estúpida. No podía dejar de mirarlo mientras él todavía dormía, con esa expresión arrogante que siempre lograba que mi corazón se descontrolara. Me levanté con cuidado, procurando no hacer ruido, y me dirigí a la terraza. El aire fresco de la mañana me golpeó suavemente el rostro, despejando un poco la niebla de sueño que tenía. Me senté en la silla de mimbre, sosteniendo un vaso de jugo frío, y observé cómo la villa despertaba lentamente: el sonido de la piscina, el aroma de las flores tropicales, los rayos de sol colándose entre

