Esquinas

A Paris todos la mencionan como la capital del amor. Dedican monólogos enteros a sus luces de un amarillo desgastado que caen mágicas sobre las parejas que caminan de la mano por sus callejones, susurrándose promesas de amor robadas de versos de poetas muertos. A Paris todos la alaban por dar vida a historias de amor majestuosas, dignas de libros, pero nadie habla de los corazones rotos que pavimentan sus calles, dignos testigos de como el resplandor del amor se destiñe con la muerte de los calendarios. Theodore permanece quieto, con las manos en los bolsillos de un abrigo demasiado viejo como para protegerlo del frío, lleva el cabello teñido de un rojizo otoñal que se confunde con el metal oxidado en el que se recuesta, sus ojos fijos en la señal del paradero donde las rutas de los autobuses comienzan a borrarse por el tiempo y el clima. No hay nadie esperando el transporte público a esas horas y le resulta inevitable que su mente no le lleve de regreso a la primera noche que pasó con Jules en Paris. Tres años y medio atrás. En aquel entonces, Theodore era sólo un estudiante de primer año de universidad que deseaba comerse al mundo con sus sueños. No le importaban las miradas ni los insultos, siempre que su saxofón estuviese entre sus manos, Theo era indestructible. Jules, por el contrario, era un chiquillo en busca de aprender a valerse por sí mismo, forastero en una ciudad demasiado grande para él y temeroso de mostrar a otros la magia que hacía con sus manos y un carboncillo. Theodore era el día y Jules la noche. Aquella noche, la primera de muchas más, mientras corría con Jules siguiéndole los pasos de cerca, Theo había dado por sentando que siempre sería así: Uno junto al otro, el mundo rindiéndose ante ellos porque estaban hechos para compartir sus vidas. Habían sido creados con el único propósito de encontrarse en el camino y, aunque aquella noche había sido apresurado decirlo, amarse como sólo en Paris puede hacerse. Ahora, no son nada. Ahora, él es un estudiante de cuarto año de Música Aplicada, un saxofonista con futuro que pasa sus noches de bar en bar con amigos. Ahora, Jules es un joven estudiante de Arte que le mira con rencor desde la distancia. Años después de esa noche mágica, ambos recorren Paris por calles separadas, opuestas entre sí porque siguen siendo el día y la noche, pero por sólo pueden existir separados. Sus ojos vagan por el pequeño paradero, tratando de encontrar en sus recuerdos las frágiles imágenes de Jules bajando del bus con dos maletas y una sonrisa temerosa. Trata de hallar las imágenes de la noche en que todo comenzó, cuando simplemente tomó su mano y se prometió jamás volver a soltarla porque encajaba a la perfección con la suya. Sólo se encontró con las imágenes de dos días atrás, en el mismo lugar en que permanece ahora. Su mente lo lleva de regreso al momento exacto en el que dejó ir a Jules para siempre.   Seis meses después de terminar.