Cumpleañeros

2674 Words
Si algo ha marcado mi vida es el pasado. El pasado del reino: pasar de una dictadura, a una monarquía democrática, a una unificación de reinos, a esta modernización forzada. Entendiendo por qué todos esperan o desean que me case por el bien del reino. No es que mi abuela le inyecte ideas en la cabeza a nadie; es que mi abuelo pasó el suficiente tiempo fuera del país para entender que el mundo se mueve de manera maravillosa si le devuelves la libertad a tus ciudadanos. Pero es cierto que mis familiares han sabido elegir a gente de fuera, gente que ni siquiera hubiese visitado Tierra del Sol, mucho menos amarlo para gobernarlo. —Leonor —me llamó mi tía. —Majestad. —Como estamos celebrando tu cumpleaños número 18, quería saber si debería presentarte… prospectos. —¿Prospectos? —repito. —Te quiero buscar un marido. —Gracias por aclarármelo, Sol. —Yo vi las fotos, están guapos algunos. —No voy a casarme hasta después de los 30. —No puedes gobernar sola. —“Sola” y “soltera” son dos cosas diferentes —respondo, y mi tía Farah suspira, me acaricia el pelo y después se va. Mi papá toca el tema del marido y yo reviso mis opciones. Están guapos, hay que darles eso. Ninguno es bajo, todos están equipados adecuadamente, tienen conexión con la realeza de Ramil y la aristocracia de las Tres Tierras. Es fascinante que mis papás y mis tíos hayan armado un álbum con el currículum de estos hombres. —Quiero que para mi cumpleaños número 25 me construyan un castillo o una pista, así, una que conecte todas las ciudades al palacio. Tipo disco, ¿sabes? Que los guapos vengan a mí. —Leonor, me preocupa que seas tan inmadura. —Quiero casarme por amor o por una muy buena movida política, y tengo ya decidido no casarme antes de los treinta. —Yo me casé a los dieciocho —comenta mi madrastra, y yo sonrío. —¿Y te separaste de él, o cómo fue bien la historia…? Mamá no estaba lista ni feliz. —Tu mamá y yo hemos sido muy felices. —Después de que maduraron. —Bueno, mi amor, yo no quiero que te cases, pero sí que conozcas a alguien apropiado —comenta Leonel y sonríe. —Quieres que folle. —No fue lo que dije… ¡Leonor! —mi mamá me acaricia el pelo. —Mira, es tu cumpleaños, es una presentación en sociedad. Les das una miradita y los dejas queriendo más por 10 años, y todos felices para siempre —comenta mi madre y me acaricia la espalda. Mi papá se ríe con eso de dejar a alguien esperando por la eternidad, porque probablemente ha sido parte de la historia de su vida, y su exmarido se niega rotundamente al sexo prematrimonial y al desorden: un marido de una vez y con el tiempo que me adapte. —¿Quién se adaptó a quién? —Yo a ti, querida, yo a ti —su esposa le da un golpe juguetón. Yo señalo el jardín: mi abuela le está aplicando bloqueador a su esposo, él se ríe, le toma la mano y le besa los nudillos. Ella sigue echándole el bloqueador y él admira sus manos; los dos ríen y siguen caminando. —Yo quiero eso. O lo que ustedes cuatro tienen. Quiero un compañero. Mi mamá me vio un par de segundos y mi papá asintió, sorprendido. Los dos me dan la razón: que hay que concentrarme en un buen compañero. Eso no quiere decir que cancelen la lista de prospectos en la fiesta. Mi tía Farah me invita a una de las sesiones del congreso. Toma asiento en el puesto presidencial, todos a su alrededor la ven, la escuchan con respeto, intentan plantear nuevas opciones para sus respectivos pueblos, y lo entiendo. Yo estaría molesta, preocupada, pero al final el reino es como tener un negocio: o lo haces crecer, o empieza a crecer sin ti. Es obvio que no se establecieron aeropuertos ni se ha invertido en hoteles solo para tenerlos como edificios simbólicos, pero también es una forma de borrar lo que somos. Los extranjeros vienen por curiosidad sobre la situación política, por visitar los palacios, por turistear por el desierto y por favorecer un cambio en nuestra cultura, sobre todo en los ideales de nuestras familias, aunque nadie se los haya pedido. El desierto se ha construido bajo la constante supervivencia y resiliencia de nuestros pueblos. —Majestad, vamos a abordar la persecución a nuestras raíces —pregunta uno de los concejales. —Sé que no estás a favor de los cambios, pero son necesarios si queremos ofrecerle una mejor calidad de vida a nuestra gente. —No lo has escuchado —comento lo suficientemente alto como para que todos pongan su mirada sobre mí. Mi tía Farah cierra elegantemente su lapicero y asiente. Él da la palabra al hombre y las dos escuchamos cómo critican que los niños sean partícipes de sus negocios, de sus técnicas de regateo y prácticas artesanales que se han ido pasando de generación en generación. Irrespetan nuestra religión, lo cual creo que nace del hecho de que somos de los pocos países en compartir una fe absoluta. Uno de ellos está horrorizado con la idea del catolicismo. A mí me parece fantástico: mis amigas van una hora y luego viven sus vidas a su antojo. Libre albedrío, gente, libre albedrío. Pero lo que me gusta de mi gente es que estarán reunidos orando sin importar qué o a qué hora el Señor consideró necesario. —Respóndeles, Leonor, ¿cómo resolverías esto? —El turismo es parte importante de la movilización de nuestra economía. Es cierto que es una de las fuentes primarias, pero apoyar el proyecto de Su Majestad, la reina Farah, para convertir la zona sur de Ramil en un centro de producción nos permite tener un ambiente cerrado para que los extranjeros trabajen, visiten y se acoplen a nuestra cultura sin lastimarla. —Princesa del Sol, si uno de nosotros toma forzadamente el sur de Ramil sería para imponer reglas similares o más estrictas que las suyas, dársela a un grupo de actrices y actores para que finjan una vida que será televisada. Probablemente solo afectará y engrandecerá todo lo malo que creen sobre nosotros —responde. —Esto es parte de un proyecto mucho más grande que ha sido aprobado por un grupo de ustedes y por nosotros, con el que hemos trabajado y con el que pensamos costear la alimentación de las personas mayores, así como la construcción de hospicios para los mismos. No dejaré que el proyecto se vaya por diferencias culturales. —Estamos perdiendo identidad, princesa Leonor —grita el hombre, y mi tía se pone en pie. Les da las gracias a todos por asistir. Todos se ponen en pie, hacen una reverencia. Yo le sigo hacia la salida ante miradas llenas de indignación y otras de preocupación, y le recuerdo mientras subimos al auto que un mal rey es aquel que no escucha ni conecta con las necesidades de su pueblo. —Yo atiendo las necesidades de mi pueblo, las de mi familia y las de una corona, Leonor. No creas que es fácil sentarse a que critiquen el trabajo que has construido por meses, por el cual has abandonado a tu hijo. Tu primo está próximo a ir a la universidad en dos años y tratará de venir lo menos posible a la casa, porque no está interesado en reinar. Y su mamá ha estado ocupadísima estos últimos años para que tú y tu mamá se fueran a vivir a otro país y ella disfrutara de sus cinco hijos y su amor. Yo tuve que sacrificar el tiempo y la atención de mi hijo, quien prefiere a su padre, entonces intenta convencerlo de irse los dos juntos a vivir la vida y dejarme aquí, reinando, para que tú me critiques —dice con tristeza. Farah toma mi mano y asegura que la maternidad y el reinado son difíciles de gestionar, y la constante dura que inyectan los 20 hombres que defienden los diferentes territorios del reino simplemente lo hace agotador. —Quiero que seas muy feliz, que crezcas y que tengas todo lo que tu corazón y tu mente se propongan. Pero entre más rápido te enteres de que reinar no es andar bonita y aprobar lo más popular para tu pueblo, sino trabajar duro por lo que tu pueblo no puede anticipar que necesita, mejor estaremos todos. Yo no dije nada más. Tomé más atención a lo que decía mi tía. Somos privilegiadas por ser hijas del rey, con la capacidad y la responsabilidad de poder reinar. Pero me quedó más claro cuando mi padre nos acompañó a una de las reuniones del consejo, la previa a mi gran fiesta de cumpleaños. —Majestad, es consciente de que están desmantelando el país y regalándolo a cambio de nada. —No es la versión oficial. Has hablado de esto en las últimas tres sesiones y no vamos a perder el tiempo. La construcción de la productora cinematográfica inicia la próxima semana y, concomitantemente, los dos estadios deportivos: uno en Ramil y otro en Azhalam. En seis meses finalizará la construcción aquí en Tierra del Sol. ¿Cuál es el siguiente tema en la agenda? —pregunta mi padre. Y con solemnidad, el secretario lee el siguiente punto. El hombre no vuelve a levantar la mano ni a alzar su voz. Está ahí, pero la vergüenza y el miedo al hombre que tiene enfrente son enormes. Yo le doy la mano a mi tía esa tarde mientras subimos al auto. —Vete con ellos. Sé feliz. —Me queda un año más de reinado. —Mi tío y mi primo te adoran. Yo me iría con ellos dos sin dudarlo a donde fueran. —Oh… Leonor, no te enamores —advierte—. Es lo más lindo pero doloroso del mundo —me dice y me da un beso en la mejilla. Esa noche mi mamá y mi tía me obligan a practicar cómo voy a bajar escalón por escalón, me critican la sonrisa, la postura, la velocidad. Me tienen harta, pero elijo la paz y hago tal cual me indican. La celebración por mi cumpleaños… Es curioso porque los 18, para mi pueblo, inician mi vida misma. Como todos los años, comparto un desayuno enorme y copioso para celebrar con mi papá, que compartimos fecha, y decidimos este año que, dadas las cuentas, era mejor comerse el pastel primero. Todos en la familia se ríen cuando levantan su bandeja y encuentran el pastel de chocolate más chocolatoso y mi pastel de caramelo con nueces, mi favorito. Continuamos con una sesión de fotos en el jardín: una de los tuyos, los míos, los nuestros. La gente ha venido a celebrar al palacio: algunos dejan flores, otros comida, otros animales. Este año, mis hermanos y yo salimos a saludar por el perímetro del palacio. Algunos tienen historias del día que nací, otros de experiencias que han vivido con miembros de mi familia. Es una locura que el palacio se paralice: tiene una celebración en todos los pueblos. Así que en la mañana me dirijo a Ramil, para la tarde a Azhalam. Elijo por primera vez agregar el Valle de las Mujeres Solas como una de mis paradas. Por último, me llevan a cambiar y vestir para llevarme en un carruaje al tercer destino. Mi padre y yo celebramos con el pueblo, lo cual es bonito: hay comida, bebida, tantas risas, historias y juegos. Mis hermanos me traen todo lo que les es posible sin romper el protocolo. La fiesta es amplia: hay militares, médicos, maestros, enfermeros, rescatistas, como todos aquellos que hacen grandiosa nuestra ciudad. Están los socios de los hoteles, restaurantes, todo lo que hemos construido. Vino la familia, los amigos. Es grandioso ver a tanta gente; y aun así, si te asomas al balcón, puedes ver a todo un pueblo disfrutando de bailes, música, alegría. —Majestad —me llama un joven, y sonrío. Me entrega un regalo el cual observo con una sonrisa. Es un juego de anillos: uno grande con un cuarzo rosa para que encuentre el amor, probablemente unas bandas delgadas de oro que todo el reino sabe que me encantan (siempre me las ando robando del pueblo —palabras de mi madre—) y por último un anillo de celebración, el cual dice “Princesa de Sol y Azhalam”, chapado en oro. —Qué maravilloso —respondo, y él sonríe—. Me lo voy a poner. ¿Sabes? Este parece un anillo oficial del reino. —Imran es hijo de un minero —comenta mi tía Farah sin discreción alguna—, y se dedica a las joyas. —Imran está casado —respondo en español. —Nuestra materia prima para nuestra joyería sale de Tierra del Sol. Su abuelo dio muchos permisos a mi familia y siempre le estaremos agradecidos al rey Murat —responde el joven en español con cierta dificultad. Yo creo a Farah y ella a mí. El joven se ríe—. Me alegra haberla hecho feliz por su cumpleaños, majestad. —Gracias. —Es una lástima porque está muy guapo —comenta mi tía Farah. —Siempre podemos deshacernos de su esposa. —Por el amor de Dios, niña… —se queja y yo me río. —¿Me invitan al chisme? —pregunta Selene, mi madre. Le peino el cabello y la pongo en contexto. —Pues mira, había una tradición antes de mis abuelos que si al rey le gustaba tu mujer, llegaban, te cortaban la cabeza y ya: estabas viuda y estabas disponible. —Ay, Leonor, por eso pasas leyendo libros de historia —me río aún más y mis amigas se acercan. —Siento que estás tramando algo —comenta Alice. —Voy a matar a la esposa del hombre que más me gusta y después a esposarlo en contra de su voluntad —mis amigas se ríen, pero son las únicas dos personas en el mundo que creen que no es un chiste al 100%. Anastasia tiene un plan: soy la primera de nuestro grupo en cumplir la mayoría de edad. Segundo, los futuros maridos que eligió mi tía están algo creepy y todos, todos son de Ramil, lo cual me parece horrible. Es como si quisieran unificar el reino en mi útero. Que quede claro: respeto el plan, no planeo seguirlo sin ganar nada a cambio. No sé, oro, dinero, unos cuantos viajes por el mundo. De todas formas, ellas me hacen de celestinas: me presentan a algunos de los chicos que han estado estudiando a lo largo de la fiesta y señalan a uno en especial porque se ve gay, muy gay. Y si me acerco y le hablo y parece que estoy coqueteándole, mi familia va a estar temporalmente feliz, y yo estoy feliz con eso. Ahmed es hijo de una de las dinastías de militares más viejas de Ramil. Sí, tía Farah, sí… todos habían ido a la academia militar y han mantenido buenos rangos. Él me mira un par de segundos y yo le hago conversación, porque tampoco planeo aburrirme en estas fiestas. —Ellos se niegan a entender que soy gay. —No se te nota —respondo irónica. Él me mira, los dos reímos y le pregunto si quiere ir a bailar. Asiente y me toma de la mano. Me acompaña a la pista. Hablamos de cómo su familia está torturándolo y yo me animo a decirle que todas las familias son una tortura. Esa es la base del amor que ofrecen. Él se ríe, y después de esa fiesta tan sintética disfruto de algo más íntimo: algo con las personas que más importa. Perdón por la tardanza, esta semana se me complicó muchísimo, pero ya estoy de vuelta.
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