Nunca olvidaré la sensación que tuve cuando escuché el motor del auto de Jared detenerse frente a mi casa.
Era como si el corazón se me hubiera salido del pecho para ir a recibirlo antes que yo. Respiré hondo, intenté mantenerme firme, pero mis manos temblaban. No sabía si era por los nervios o por la emoción.
Me miré una última vez en el espejo. El reflejo me sorprendió.
No era la chica de siempre. La luz tenue hacía brillar el cabello ondulado que caía sobre mis hombros, el vestido plateado resaltaba mi piel, y los labios pintados de rosa daban la ilusión de que sabía lo que hacía.
Por primera vez me sentía… bonita. No una belleza como Charlotte o las chicas del grupo de Jared, pero una versión mía que valía la pena mirar.
Cuando abrí la puerta, lo vi.
Jared estaba recargado en su coche, con las manos en los bolsillos del pantalón n***o y esa sonrisa que parecía hecha solo para mí. Su mirada recorrió mi cuerpo de arriba abajo, y por un instante pareció quedarse sin palabras.
—Wow… —susurró finalmente—. Estás… impresionante, Eli.
Me sentí arder entera.
—¿De verdad?
—De verdad —respondió, acercándose. Me tomó de la mano, me giró suavemente para verme mejor—. Si alguien más se atreve a mirarte esta noche, juro que lo mato.
Reí, un poco nerviosa.
—No digas eso.
—No es broma. —Sus dedos se enredaron en mi cabello—. No puedo creer que seas mía.
Me besó entonces, despacio, con una ternura que me desarmó. Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Quise quedarme ahí, suspendida en ese momento. Pero luego, cuando abrió la puerta del auto, noté algo que hizo que todo ese brillo interior se apagara de golpe.
Charlotte estaba sentada en el asiento delantero.
Su cabello rubio recogido, su vestido largo color perla y esa sonrisa de anuncio de perfume. Giró apenas el rostro hacia mí, con una mueca que parecía una sonrisa.
—Hola, Elisa —dijo, arrastrando mi nombre como si fuera un chicle que no le gustaba.
—Hola —contesté, casi sin voz.
—Charlotte viene con nosotros —anunció Jared, intentando sonar casual—. Uno de los chicos del equipo se lastimó y no podrá venir. No quería que ella se quedara sin ir, así que… bueno, le ofrecí llevarla.
—Qué detalle —murmuré, tragando saliva.
—Puedo quedarme adelante, si no te molesta —añadió Charlotte, con falsa cortesía—. Me mareo un poco atrás.
—No hay problema —dije. Pero sí lo había. Todo el camino fue una tortura.
Ella hablaba y hablaba. Sobre el vestido, las luces del gimnasio, la lista de canciones, su peinado. Jared la seguía con comentarios sueltos, riendo a ratos. Yo los escuchaba en silencio desde el asiento trasero, viendo la nuca perfecta de Charlotte y la forma en que inclinaba la cabeza al reír.
Era como si yo no existiera.
Miré por la ventana, fingiendo que el paisaje me interesaba. Pero por dentro solo pensaba: ¿Por qué tenía que venir ella? ¿Por qué esta noche, justo esta?
Cuando llegamos, el estacionamiento del gimnasio estaba lleno. Las luces de colores se reflejaban en los autos, y la música escapaba desde el interior como una ola vibrante. Jared me abrió la puerta y me ofreció la mano, sonriendo.
—Vamos, preciosa.
Tomé su mano, intentando no mostrar lo molesta que estaba. Pero Charlotte, sin perder tiempo, se colgó de su otro brazo.
Por un momento quedamos los tres juntos, caminando hacia la entrada.
Las miradas nos siguieron.
Algunas chicas susurraban, los chicos reían, y yo sentí una punzada en el estómago. Parecía que Jared había llegado al baile con dos citas.
Y yo era la extraña.
Dentro, las luces de neón pintaban el lugar de morado y azul. Las mesas estaban decoradas con flores, y la pista se movía como un corazón gigante al ritmo de la música. Jared me apretó la mano, mirándome con complicidad.
—Olvida a los demás —me dijo al oído—. Solo mírame a mí.
Intenté hacerlo.
Intenté recordar que había sido dulce, que me había hecho sentir especial.
Pero cuando Charlotte se aferró otra vez a su brazo, me costó respirar.
Casi tropezamos con Dalton, que venía acompañado de un par de amigos.
—Elisa… wow. —Su voz era una mezcla de sorpresa y algo más profundo—. Te ves increíble.
Jared se tensó a mi lado.
—Gracias —dije, sin atreverme a sostenerle la mirada.
—No sabía que te gustaban los milagros —añadió Dalton, en tono de broma—. Porque verte así es uno.
Jared soltó una risa seca.
—Cuida lo que dices, Dalton.
—Solo un cumplido, amigo. Nada más.
Charlotte rodó los ojos.
—Por favor, hay veinte chicas iguales esta noche —susurró, lo bastante alto para que la escuchara.
No respondí. No quería darle el gusto.
La noche avanzó. Las luces cambiaban, los cuerpos se movían, y poco a poco, Jared empezó a dejar de lado a Charlotte. Me tomó de la cintura, me guió hacia la pista, y comenzó a bailar conmigo.
Al principio me sentí torpe, pero él me sostuvo con firmeza, moviéndonos al compás. Su perfume me envolvía, su voz se mezclaba con la música.
—Eres la más bonita del lugar —me dijo.
—Mentiroso.
—Lo digo en serio.
Su frente rozó la mía. Su respiración era tibia, su mirada, intensa. Por un instante todo el ruido desapareció. Solo quedábamos nosotros dos. Bailamos y nos divertimos gran parte de la noche, todo era nuevo y sorprendente para mí. Nunca antes había ido a un baile.
Cuando la música cambió, me susurró al oído:
—Ven. Quiero mostrarte algo.
Me tomó de la mano y me llevó por un pasillo lateral, hacia la parte trasera del gimnasio. El aire afuera era más frío, y el silencio, más denso. Había un rincón entre los árboles, apenas iluminado por una lámpara lejana.
Ahí me abrazó, fuerte, casi desesperado.
—No sabes cuánto te he pensado, no sabes cómo me enloqueces Elisa—susurró contra mi cuello—. Te ves tan irresistible que apenas puedo contenerme.
Sus labios buscaron los míos con una urgencia que me asustó un poco, aunque su toque era suave. Lo sentí diferente. No era el Jared dulce del principio, sino alguien más intenso, más demandante.
Me aferré a él, confundida, deseosa pero también asustada, mientras dentro se escuchaban los aplausos.
—Van a anunciar a los reyes del baile —dije, tratando de apartarme.
—No me importa.
—Deberías ir, Jared.
—¿Por qué?
—Porque eres tú. Estoy segura.
Me miró, sorprendido.
Segundos después, escuchamos su nombre retumbar por el altavoz, seguido del de Charlotte.
Él suspiró.
—Lo sabía. —Soltó una risa resignada y besó mi frente—. No te muevas, vuelvo enseguida.
Lo vi alejarse.
Y sentí algo parecido a una punzada en el pecho.
Volví al gimnasio. Todos aplaudían mientras Jared y Charlotte subían al escenario, coronas doradas sobre sus cabezas. Ella lo abrazó con una sonrisa perfecta, y cuando comenzó la música lenta, se aferró a él como si fueran la pareja del año.
La forma en que lo miraba… dolía.
Y lo peor fue que él no la apartó.
Sentí un nudo en la garganta.
Dalton apareció de pronto a mi lado, con una bebida en la mano.
—Demasiado linda para estar sola —dijo.
—No estoy sola.
—Claro que sí. Él está ahí, bailando con otra. —Su tono se volvió más serio—. No te das cuenta, ¿verdad? No va a dejarla del todo. Le gusta tenerte ahí, esperándolo.
—No sabes de lo que hablas.
—Lo sé mejor que tú —insistió—. Jared juega. No marca límites porque le gusta que todos lo adoren.
—No es así.
—Está bien, créelo. Pero cuando te rompa, acuérdate que te lo advertí.
Intenté alejarme, pero Dalton me siguió unos pasos.
—Ven conmigo afuera. No tienes que verlo, podríamos divertirnos tu y yo...
—No.
—Elisa…
—Dije que no.
Entonces vi a Hebert y Carmina cerca del buffet. Caminé hacia ellos con una sonrisa forzada.
—¿Se divierten?
—Mucho —respondió Carmina, aunque sus ojos se clavaron en Hebert cuando él me dijo:
—Estás increíble, Elisa. De verdad.
Carmina bajó la mirada.
Yo sonreí débilmente.
—Gracias. Tú también, Carmina.
Hebert no notó la incomodidad que flotaba en el aire. Pero yo sí. Y me dolió por ella.
El aplauso final interrumpió el momento. Cuando miré al escenario, Charlotte había besado a Jared. No un beso corto, no de cortesía, sino uno lento, seguro, lleno de intención.
Él la apartó con suavidad, pero el daño ya estaba hecho.
La música siguió. Yo no.
Sentí las lágrimas arder en mis ojos, pero me negué a llorar ahí.
Salí del gimnasio, atravesé el estacionamiento y seguí caminando sin rumbo. El aire frío me golpeaba el rostro, pero me ayudaba a pensar.
Quería irme. Quería desaparecer.
Escuché pasos detrás de mí.
—¡Eli! Espera, por favor.
Era Jared.
Se acercó corriendo, sin aliento.
—No te vayas así.
—¿Así cómo? —pregunté, girándome—. ¿Como una idiota que creyó que venía al baile con su novio y terminó siendo el mal tercio en su cita con otra?
—No es así, no fue mi culpa. Charlotte insistió, vino como una amiga. Yo no lo planeé. Solo fue un aventón.
—Pero tampoco hiciste nada para dejarle claro que tú si tenías una cita.
—¿Qué se supone que debía hacer? ¿Rechazar la corona?
—No sé, tal vez alejarte cuando te besó.
—Exageras, Eli. Estás arruinando la noche por nada. Nada de eso fue importante.
Esa frase fue como una bofetada.
—¿Por nada?
—Yo solo quería que fuera especial para nosotros. De hecho, preparé algo para después del baile, pero tú… tú solo ves lo malo.
Me crucé de brazos.
—Tal vez porque lo hay.
Él dio un paso hacia mí. Su voz cambió, se hizo más baja, más vulnerable.
—No lo entiendes. Te concentras en tonterias.—Sus ojos se humedecieron un poco—. No te das cuenta que tú eres lo único bueno que tengo, Elisa. Lo único que me hace sentir que no soy un desastre.
—Jared…
—No sobrevivo sin ti. —Su voz tembló—. No lo haría. No sin tu amor. No sin ti. Tu eres la única que no se da cuenta. Dejas que tú inseguridad sea más importante.
Me quedé muda.
Toda la rabia se mezcló con la compasión, con el miedo, con la culpa.
Porque verlo así, tan frágil, tan roto, me desarmaba por completo.
Quise creerle.
Quise pensar que de verdad me necesitaba, que su amor era sincero.
Lo abracé.
Y en ese instante, lo odié un poco por saber exactamente qué decir para retenerme.