La semana transcurría con la misma monotonía de siempre. Aisha se movía entre luces, cámaras y modelos malhumoradas que apenas comían, apenas dormían y exigían el cielo como si el estudio fotográfico fuera una alfombra roja personal. La fotografía, su pasión de toda la vida, a veces se sentía como un laberinto de estrés, expectativas y ego. Pero esa tarde en particular, el calendario le daba un respiro: era el cumpleaños de Amanda.
—Aisha, creo que el maquillaje es horrible —soltó Azucena, una de las modelos, pasándole por un lado con una mirada crítica lanzada a su reflejo en el espejo.
—No soy maquilladora, Azucena, habla con Raúl —respondió sin apartar la vista de las fotografías apiladas en su escritorio.
Raúl, su colega y compañero en aquel caos artístico, lidiaba en ese momento co
