Capitulo 4

1036 Words
De pronto, el olor a comida caliente y humeante inunda mis fosas nasales. Estaba durmiendo tan cómoda que había soñado una locura. Abro los ojos de a poco. La pantalla estaba apagada, estaba apoyada cómodamente entre una superficie mullida, cojines y una abrigadora manta. Mis piernas, estiradas en toda su longitud. Frunzo el ceño ¿Cómo puedo estirar mis piernas? Miro por el pasillo. Que extraño, en mi sueño, también estaba en primera clase, solo que junto a Colin Earls. Volteo a mi izquierda y entonces lo veo, en sus manos tiene un libro, y se encuentra concentrado leyendo. Oh por dios pienso. No era un sueño, realmente estoy en un avión con El Vengador, quiero decir, Colin Earls. Santa madre de los cojones. —Veo que has despertado con la comida—dice de pronto, y despega sus ojos del libro para mirarme. Mis mejillas automáticamente se ruborizan. —Lo siento—digo, sintiéndome como una estúpida. El sonríe. —No tienes porque disculparte, la doctora dijo que te haría bien descansar—dice como si nada. Sonrio avergonzada. —Claro, claro—digo, sin saber que decir. Miro hacia el pasillo, aun quedan bastantes puestos antes de que llegue la comida.— Ire al baño. Me destapo y me enderezo de golpe. Mala idea, porque me mareo un poco. Cierro los ojos y me detengo unos segundos esperando a que se pase. —¿Estas bien? Puedo acompañarte si lo necesitas—dice preocupado. Volteo a mirarlo y sonrio, engando suavemente con la cabeza. —No es necesario, gracias—digo. Siento que estoy cavando mi propia tumba de la vergüenza, y cada vez estoy ams cerca del nucleo terrestre. A este paso, pronto llegare a China. —¿Segura? Me afirmo del asiento y me levanto. Apoyo un poco mi pierna golpeada, duele, pero no tanto como antes. —Segura—replico. Doy un paso. Bien, duele bastante más de lo que pensaba, es como una punzada que atraviesa toda mi pierna, pero cojeando, y apoyándome en los respaldos de los asientos, no es tan terrible. Logro llegar al baño, y apenas cierro la puerta, me mojo la cara. Dios, espero no haber roncado. Reviso mi cabello, esta algo enmarañado. Paso mis dedos por él, peinándolo un poco. Me siento en el inodoro a hacer pis y miro fijamente el papel higiénico. Todo esto es tan loco que me ha parecido un sueño. Comienzo a reír sola. Me imagino lo que Maya, mi mejor amiga, diría en esta situación: “tu solo lánzate, y cuando estén todos durmiendo, le dices que te acompañe al baño y tienen sexo salvaje”. Dios, hasta puedo imaginar su voz y expresiones. Pero claro, yo no soy Maya, y después de haber seguido una vez uno de sus consejos (le coquetee descaradamente a un profesor en secundaria), me di cuenta que eran muy malos. Cuando salgo del baño, intento calmarme. Debo mostrar seguridad. Después de todo, esto ha sido una cosa del destino, un accidente. Es un actor, famoso (y guapo), que ha sido bastante amable y simpático (y guapo). Ok cerebro, ya lo capte, es guapísimo. Llevamos un par de horas de vuelo, por lo que solo quedan once horas más (¡Ja! Solo once horas pienso con sarcasmo), puedo aguantar once horas sin ponerme en ridículo, y quien sabe, tal vez hasta conversemos algo. Me acomodo en mi asiento, controlándome para no mirarlo. Me siento orgullosa de que, en los treinta segundos que me toma sentarme, soy capaz de no mirarlo. —¿Qué vas a pedir?—pregunta, inclinándose un poco hacia mí. Me quedo paralizada, mirando la pantalla negra, sopesando si lo miro o no. —¿Qué?—pregunto, y no puedo evitar voltearme para mirarlo. —De cena ¿no has visto la carta?—pregunta. Abro los ojos como platos. —¿Carta?—pregunto incrédula. Él sonríe, haciendo que mi corazón se infarte tres veces en un segundo. —En primera clase podemos elegir entre varios platos, y esta aerolínea tiene una comida bastante decente, en comparación con otras—explica. No presto nada de atención a lo que dice, ya que me quedo, embobada, mirando sus ojos.— ¿Estas bien? —¿Ah? Si. Eh, la carta—digo aturdida. Su sonrisa se ensancha. Por favor, deja de hacer eso, o moriré antes de llegar a Roma pienso para mis adentros. —¿Qué has dicho?—pregunta. Mierda, lo dije en voz alta. —Nada. ¿Qué hay para comer?—pregunto, apartando la mirada y buscando en el bolsillo del asiento delantero la carta. —¿Hablas italiano?—pregunta. Lo miro de reojo y suelto una risa nerviosa. —N—no—tartamudeo. Me siento algo aliviada, porque lo que dije inconscientemente fue en español, por lo que difícilmente entendió algo.— Español. —¿Eres de España?—pregunta. Su curiosidad me aturde. Frunzo el ceño, haciendo como que me concentro en la búsqueda de la bendita carta. —No, soy de Estados Unidos, pero mis padres son cubanos—explico. —Yo tengo la carta—dice, mostrándomela. Entorno los ojos, sintiéndome como una estúpida (una vez más, pero quien lleva la cuenta). La cojo y lo miro avergonzada. —Gracias. —Cuba. Entonces, si hablas español, entiendes algo de italiano ¿no? Dicen que son algo parecidos—comenta. Hundo mi rostro de lleno en la carta, haciendo como si estuviese concentrada leyendo. —Mmm si, algo—replico, mientras respiro hondo, intentando que el rubor de mis mejillas se disipe un poco. —¿Ya sabes que ordenar? Porque las azafatas están a dos puestos—dice. Aparto mi cara de la carta y lo miro. Bien, definitivamente no seguiré el consejo que Maya diría, pero eso no significa que vaya a desaprovechar la oportunidad. Sintiéndome algo más confiada, al lograr controlar mi rubor, sonrío. —¿Qué me recomiendas tú?—pregunto. Dios, no tengo ni vergüenza de coquetearle, que me sucede. Se queda en silencio unos segundos, mirándome, algo descolocado con mi actitud. —Depende, ¿te gusta más la pasta o el pescado?—pregunta. Levanto una ceja y ladeo un poco la cabeza. —Pasta, pero presiento que en Italia comeré bastante—replico. El levanta las cejas y asiente, y una sonrisa, esas de película, se dibuja en su rostro. —Es cierto, tal vez sea mejor algo de pescado, luego allá podrás atiborrarte de pasta, pizza y cannelonis—afirma. La azafata llega a nuestro puesto, pero yo no puedo dejar de mirarlo, mis músculos no responden a mis órdenes. —Pescado, ambos. Con Sauvignon Blanc—ordena Colin, sin dejar de mirarme. Por fuera, aparento tranquilidad, levemente sonrojada, con una sonrisa coqueta en mis labios. Por dentro, oh por dios, estoy que flipo. Mi corazón late irregularmente, siento que el corazón se saldrá de mi pecho, y tengo la garganta seca, me siento incapaz de hablar. Si estoy, habiendo hablado con él cinco minutos, no lograre sobrevivir el resto del viaje.   
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD