Capitulo 3

1031 Words
Mientras me subo los pantalones, intento concentrarme en cualquier otra cosa que no sea él. Mi pierna está bien, mi cabeza… más o menos. El avión ya cerró sus puertas por lo que pronto iniciaría el despegue y el comienzo de mi aventura. Abro la puerta del baño, donde la doctora y la escultura humana hablan. Cojeo, pero creo que es más soportable que antes. Una azafata me entrega una bolsa de hielo y yo me quedo mirándola sin saber qué hacer. —¿Lista?—pregunta Colin Earls (dios, creo que jamás me acostumbrare a él y a su intensa mirada). —Aja—musito, sintiéndome incapaz de emitir palabra. Vuelve a cargarme hasta llegar a su asiento. Con ayuda de la doctora, me siento cuidadosamente en mi nuevo asiento. Coge la bolsa de hielo y me la muestra. —Colócatela en la pierna, tienes un hematoma bastante feo y grande, pero no es más que eso. He logrado conseguirme unos analgésicos, vendré a verte en dos horas. Si llegas a sentirte mareada, con nauseas o llegas a vomitar, me llamas inmediatamente ¿de acuerdo?—dice ella. Sus instrucciones me abruman pero asiento. —De acuerdo. —¿En qué asiento esta?—pregunta Colin a mi lado. Me estremezco al escuchar su voz cerca de mí. —Veintitrés A—responde ella, mirándolo. Noto un leve rubor en sus mejillas. —Muchas gracias—le digo. Ella me mira y me da una cálida sonrisa. —No hay de que, nos vemos—me dice, luego mira a mis espaldas, en dirección a Colin.— Avíseme cualquier cosa. —Por supuesto, y gracias, doctora Fowler—dice el a mis espaldas. Me volteo lentamente para mirarlo de reojo. —De nada—dice ella, y se va por el pasillo hacia su asiento. Estoy sola junto a Colin Earls en un avión que demorara trece horas en llegar a su destino. Bien, que no cunda el pánico, todo está bien, todo está perfecto… excepto porque estoy al lado de Colin Earls en un vuelo de trece horas. Demonios, tal vez si las circunstancias fuesen otras estaría menos nerviosa. No, es imposible, ¿Cómo no voy a estar nerviosa junto a él? —Ya escuchaste a la doctora, debes colocarte la bolsa en la pierna—dice de pronto. Levanto la cabeza y lo miro. —Si—digo, y coloco torpemente la bolsa en donde tengo el hematoma. —¿Estas bien?—pregunta. Levanto la vista y fijo mis ojos a los suyos.— Te ves algo pálida. —Y—yo, eh sí. Un poco nerviosa—tartamudeo. No podría ponerme más en vergüenza aunque quisiera. —¿Primera vez que viajas a Roma?—pregunta, levantando sus cejas. Asiento y parpadeo, embelesada con su mirada. —Si. Primera vez que viajo sola, en realidad—replico, y sonrío nerviosa. —Te encantara—dice, y sonríe. ¿Es posible que una sonrisa me dé un infarto? Creo que tal vez debería llamar a la doctora, porque siento que mi corazón se saldrá de mi pecho. Desvío la mirada, sonrojada. Tal vez debería drogarme para dormir durante todo el viaje y no ponerme más en ridículo. No, mala idea, ¿Qué pasa si babeo? —Así que… viajas sola—dice a mi lado. Miro la pantalla delante de mí fijamente, porque no creo que pueda mirarlo sin entornar los ojos y exhibir que estoy babosa por el.— ¿Estudios? —Turismo—digo, y me atrevo a mirarlo. El asiente y vuelve su vista a su teléfono, que tiene en sus manos. —Eres una aventurera, entonces—dice, y levanta la vista para mirarme. Parpadeo, sintiéndome sorprendida por su interés. —Algo así—replico. Abre la boca para decir algo, pero entonces comienzan a dar las instrucciones de seguridad. Ni siquiera me di cuenta de cuando comenzamos a movernos, supongo que teniendo a magnifico ser junto a mí no es posible prestar atención a nada más. Respiro profundamente, mirando la pantalla y memorizando las instrucciones. Normalmente no soy así de miedosa, pero los aviones me dan terror. Los mayores riesgos de un accidente aéreo son al despegar y al aterrizar, por lo que me sentía completamente atemorizada en este momento. Coloco mis brazos en los apoya brazos y entierro mis uñas en la mullida tela. El avión se posiciona en la pista de despegue, cierro mis ojos y me concentro en mis respiración. —No eres fanática de los aviones ¿ah?—dice él a mi lado. Abro los ojos y volteo a mirarlo. —No realmente—respondo. —¿Malas experiencias?—pregunta. Resoplo. —Bueno, una sola, ya que esta es la segunda vez que viajo en avión—replico. Levanta las cejas sorprendido. —Vaya. Supongo que lo he arruinado aún más golpeándote antes de siquiera empezar el viaje—dice. Me rio nerviosa. —Ha sido un accidente—digo. El avión comienza a acelerar. —Ya, pero podría haberlo hecho más fácil, en cambio estas aquí, con un golpe en la cabeza y tu pierna amoratada—sentencia. —Sí, pero también estoy en un asiento mucho más cómodo, con una pantalla para mi sola, y probablemente más comida. Allá hubiese estado en un asiento apretada, sin poder estirar mis piernas, probablemente con niños llorando y alguien que ronca mientras duerme—replico. Me queda mirando y se ríe por lo bajo. Muerdo mi labio y sonrío. —Del ronquido no te has librado, eso te lo puedo asegurar—dice, y nos reímos. ¿Cómo es posible que sea tan relajado y tan fácil hablar con él? Un bamboleo hace que vuelva a la realidad. Observo por la ventana que ya estamos en el aire y nos vamos elevando cada vez más. Abro la boca sorprendida, ni siquiera sentí cuando despegamos. —La mejor técnica para dejar de estar nervioso, es distraerte—comenta Colin. Lo miro sorprendida. —¿Lo has hecho a propósito?—pregunto, aun sin poder creerme lo amable que es. Se encoge de hombros y sonríe de lado, haciendo que mi corazón se acelere. —Ya he hecho que tu aventura empezara con el pie izquierdo, quería hacer algo más fácil para usted, señorita Mendoza—replica. Me quedo mirándolo, incrédula. —Lina—digo, después de unos minutos. El frunce el ceño. —¿Perdón? —Llámeme Lina—digo. —Con la condición de que dejes de tratarme de usted—dice. Arqueo mis cejas. —De acuerdo—replico. Me tiende su mano. —Un placer conocerte, Lina—dice, dando énfasis a mi nombre. Sonrío y estrecho su mano. —Igualmente, Colin—respondo. Nuestras manos se mueven de arriba abajo, y corrientes eléctricas se expanden por mi brazo. —Desearía que hubiese sido en mejores condiciones—bromea, y me rio. —Tan solo he perdido unas cuantas neuronas, pero quien lleva la cuenta—digo, y nos reímos. Suelto su mano y muerdo mi labio, fijando mi vista en la pantalla. Me concentro en colocarme los auriculares para comenzar a ver películas, pero no puedo evitar darle unas miraditas de reojo. Tal vez este viaje resulte ser mucho mejor de lo que esperaba.   
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