Celeste se rió de sí misma, una risa amarga y silenciosa.
¿Cómo pudo haber sido tan ciega? Había desperdiciado todo su amor, su tiempo y su vida por un hombre que no valía nada.
—Pero afortunadamente… no es demasiado tarde para darme cuenta —pensó con frialdad.
Juró que haría pagar a todos por la humillación que le habían hecho sufrir.
Con esa determinación ardiendo en su interior, Celeste regresó a la Torre DL.
Fue entonces cuando descubrió algo sorprendente: un mes en el Reino DL equivalía a solo un día en el mundo real.
Además, la poción refrescante para el cerebro le permitía reducir un 90% el tiempo necesario para aprender cualquier habilidad.
Eso significaba que solo necesitaba un año en el Reino DL para adquirir conocimientos que a otros les tomaría diez años aprender, y que ese año equivalía a apenas diez días en el mundo real.
En otras palabras, si regresaba al mundo real después de diez días, tendría el conocimiento y las habilidades de una maestra con una década de experiencia.
Y no solo eso: su aprendizaje sería más completo, profundo y sistemático que el de cualquier ser humano.
Después de pasar un mes en el Reino DL —es decir, un solo día en el mundo real—, Celeste logró crear un antídoto contra el veneno que llevaba en su cuerpo.
Lo bebió sin dudar, y de inmediato sintió un calor recorrerle las venas, una energía viva que purificaba todo dentro de ella.
Mientras tanto, en el hospital, la enfermera que cuidaba de Celeste notó algo extraño: el cuerpo de la paciente estaba otra vez cubierto de una fina capa de impurezas oscuras.
Sin comprenderlo, buscó un poco de agua y comenzó a limpiarla con paciencia.
Pero cuando pasó el paño por su rostro, quedó paralizada de asombro.
La enorme marca en la mejilla izquierda de Celeste… ¡había desaparecido por completo!
—¡Ah! —exclamó con incredulidad.
De inmediato llamó a los médicos y, tras la revisión, telefoneó a Caleb Moore.
—Señor Moore, la señora Moore está… —empezó a decir.
—¿Despierta? —preguntó él bruscamente.
—No, ella… —titubeó la enfermera.
—¿Muerta, entonces? —interrumpió Caleb con impaciencia.
—¡No…! —respondió la mujer rápidamente.
—¿Entonces por qué me llamas? —gruñó él, antes de colgar sin escuchar más.
La enfermera se quedó helada, sosteniendo el teléfono con incredulidad.
Mientras tanto, Celeste había escuchado cada palabra.
Su rostro permaneció inexpresivo, aunque por dentro ardía de furia contenida.
Sin vacilar, buscó con la mente el tablero de “lucha” dentro de la Torre DL y lo activó.
Comenzó a entrenar sin descanso, ignorando por completo la sorpresa de los médicos y el caos del mundo exterior.
Los días y meses pasaron dentro del Reino DL.
En un abrir y cerrar de ojos, habían transcurrido tres meses en aquel lugar, equivalentes a solo tres días en el mundo real.
Durante ese tiempo, su cuerpo, ahora libre del veneno, comenzó a transformarse.
Practicaba combate, fortalecía cada músculo, y el resultado era visible: había perdido casi treinta kilos.
Su figura se afinaba, su piel se aclaraba, su fuerza crecía.
Para Celeste, aquel cambio era natural.
Pero la enfermera que la atendía no podía creer lo que veía.
—Es normal que un paciente en coma pierda peso con el tiempo —pensó la mujer—, pero esto… esto es imposible. ¡Pierde más de dos kilos cada día! ¡Es como si su cuerpo se estuviera renovando segundo a segundo!
La enfermera la observaba atónita, sin imaginar que lo que presenciaba no era una enfermedad… sino el renacimiento de Celeste Darrow.
———
La enfermera venía cada pocas horas, y cada vez que revisaba el cuerpo de Celeste, no podía evitar sorprenderse.
¡Celeste había vuelto a perder peso!
—¡Esto es realmente increíble! —exclamó para sí misma, con asombro creciente.
Inquieta, decidió informar a los médicos.
Al igual que con la desaparición de la marca de nacimiento, ellos no lograron encontrar ninguna explicación lógica.
Sin embargo, había algo de lo que todos estaban seguros: Celeste se veía más saludable y fuerte con cada día que pasaba.
Celeste permaneció en el Reino DL durante unos meses más —equivalentes a solo seis días en el mundo real—.
Ahora pesaba apenas 54 kilos, con una altura de 1.65 metros.
Su cuerpo había cambiado por completo: era delgado pero firme, con curvas proporcionadas y una piel tan suave y luminosa que parecía de porcelana.
Ya no quedaba ni rastro de flacidez ni del aspecto enfermo de antes.
—Si no fuera porque la he estado cuidando desde el primer día que llegó a este hospital —murmuró la enfermera con incredulidad—, ¡juraría que no se trata de la misma persona! Esto es verdaderamente asombroso…
La joven enfermera no podía evitar admirarla.
—Señora Moore —dijo en voz baja, con una sonrisa—, cuando le den de alta, le pediré permiso para acostarme en su cama. Tal vez así también me vuelva tan hermosa como usted —bromeó mientras seguía murmurando para sí misma.
De pronto, alguien llamó a la puerta.
—¿Es esta la habitación de la señorita Darrow…? quiero decir, de la señora Moore—preguntó una voz masculina desde el pasillo.
La enfermera respondió enseguida:
—Sí, ¿quién pregunta?
El hombre del otro lado sonaba nervioso y algo agitado.
—Soy Will, empleado de la compañía de la señorita Darrow. Escuché por casualidad al director general hablando con el director Lorens… dicen que van a despedir al señor Blackwell.
La enfermera frunció el ceño, sin entender del todo.
Will continuó rápidamente:
—El señor Blackwell ha trabajado para la empresa durante quince años, desde su fundación. ¡Ha sido quien más ha contribuido a su éxito! Si lo despiden, me temo que la compañía será robada por Caleb Moore por completo. Tomé el valor de venir aquí porque pensé que la señorita Darrow podría detenerlo si aparecía… pero no sabía que estaba enferma y hospitalizada.
El muchacho hizo una pausa y, con preocupación genuina, preguntó:
—Señorita, ¿es grave su enfermedad? ¿Cuándo despertará?
Will le explicó toda la situación con detalle, y las palabras del joven hicieron que la enfermera se sintiera conmovida.
—La señora Moore está muy sana —respondió con voz amable—, pero… no puedo asegurar cuándo despertará.
Will asintió con una mezcla de alivio y tristeza.
—Me alegra saber que está bien. Gracias por cuidarla, señorita.
Era un joven respetuoso y sincero.
No se atrevió a acercarse demasiado al cuerpo dormido de Celeste, pensando que sería inapropiado.
Así que solo pidió a la enfermera que siguiera cuidándola con esmero, le dedicó una última mirada llena de respeto… y se marchó.