CAP.7 - LIDIA, UN EJEMPLO DE MUJER PODEROSA
Martina Chapanay, nació de la unión de un cacique huarpe y una cautiva blanca. Fue oficial del ejército libertador dirigido por el general José de San Martín, y se diferenció también por haber vengado la muerte del caudillo riojano Ángel “El Chacho” Peñaloza.
Una mujer que prefería vestir de hombre desde pequeña y que se hizo experta en el manejo de animales
Está enterrada en Mogna bajo un algarrobo atrás de la Iglesia de Santa Bárbara
Lidia y Martina personifican figuras femeninas fuertes y resiliente en la historia y la vida usual de los lugares que moran. Lidia, como maestra rural en Mogna, halla en Martina Chapanay una musa que la conecta con el pasado y la estimula a afrontar los desafíos presentes.
Martina Chapanay, una mujer tradicional en San Juan y regiones contiguas, es recordada como una imagen valiente e intrépida: una bandida que combatía por la justicia, ayudaba a los más pobres y desafió los estereotipos de su época. Su vida estuvo marcada por la acción y la protección, preservando a su pueblo y exponiendo una fortaleza inmutable.
Como Martina, Lidia tiene que adecuarse y luchar en un medio hostil, Mogna. Aunque su lucha no es contra los poderosos, sino contra las circunstancias extremas de indigencia y reclusión, ambas muestran una resiliencia similar.
Martina era una protectora de su sociedad, mientras que Lidia, como maestra, ejerce un rol guardián y guía, especialmente tras salvar la vida de un niño. La conexión entre ambas es indiscutible: ambas ven en su labor una ocasión para convertir vidas.
Lidia, como Martina, reta las expectativas. En un lugar donde los recursos disminuyen, Lidia se convierte en una líder que ilumina a los demás, un reflejo de la valentía de Martina en su época.
Lidia siente que, aunque no pueda sujetar un arma como Martina, su herramienta es la educación, y desde ahí lucha por un futuro mejor para Mogna.
Martina Chapanay luchaba por su pueblo de manera franca, enfrentándose a injusticias y resguardando a los más frágiles. Lidia, en cambio, utiliza la educación como su herramienta de cambio. Cada clase que da, cada vocablo que enseña, es una forma de fortalecer a los niños de Mogna, dándoles los instrumentos para aspirar a un futuro superior. Su acto épico al salvar al niño de la asfixia demuestra que, al igual que Martina, está dispuesta a actuar en minutos críticos, convirtiéndose en un sostén de esperanza para la sociedad.
Como Martina, Lidia está hondamente naturalizada a la tierra que habita. Su senda diaria en caballo es un símbolo de esa unión, atravesando los paisajes estériles de Mogna mientras lleva consigo el deber de mejorar la vida de su gente. Mogna la ve como alguien que no solo enseña, sino que protege al estilo de Martina.
El incidente con el niño y la frágil situación de salud en Mogna se convierte en el catalizador que de brío a Lidia para actuar más allá del salón. Iluminada por el arrojo de Martina Chapanay, Lidia desea tomar medidas para convertir su comunidad:
Lidera la estructura de eventos como la Festividad Cultural para recolectar fondos y mejorar las situaciones de salud. Busca sustento en organizaciones de San Juan y más allá, tal vez narrando historias que reflejan la escasez urgente de Mogna.
Forma grupos de estudiantes para instruirlos sobre colaboración y cuidado de los demás, sembrando las simientes de una generación futura más afanosa.
Con el tiempo, Mogna comienza a ver a Lidia no solo como una maestra, sino como una heroína actual, una defensora que, al igual que Martina, se convierte en un emblema de lucha contra los infortunios. Las madres del pueblo mencionan cómo Lidia no solo enseña a sus hijos, sino que les da ilusión para un futuro mejor.
Encuentra inspiración continua en Martina Chapanay, leyendo sobre ella, buscando historias de su bravura y valor. Y en momentos de duda, Lidia recuerda a Martina y piensa que, aunque las épocas han cambiado, los valores y el compromiso por la buena fortuna del pueblo siguen intactos.
Lidia, dentro de Mogna, personifica la fuerza y la capacidad de adaptación de su comunidad. En su lucha por mejorar la vida en el pueblo, encarna la esencia de Martina Chapanay, demostrando que el valor no tiene épocas, y los héroes pueden salir en cualquier lugar del mundo.
Su constante planteo de: - ¿Cómo lo haría Martina? refleja no solo su admiración por esta silueta histórica, sino también su deseo de estar a la altura de ese legado. Esto cambia cada decisión de Lidia, desde perseverar en Mogna hasta enfrentar los reveses, en un acto juicioso de honor y deber.
Lidia podría establecerse en lugares mejores destaca su sacrificio personal. Es probable que en algún instante haya tenido ocasiones de mudarse, a lugares con más recursos, lujos y donde su labor sería menos desafiante. Como cuando Lidia recibe una esquela oficial del supervisor regional de educación. En la carta, le informan que una vacante ha surgido en Jachal, un pueblo con colegios bien equipados, acceso a tecnología en clase, y un sistema de salud contiguo, con médicos y personal competente
Infraestructura educativa destacada: Aulas con libros actualizados y materiales didácticos abundantes.
Una paga significativamente mayor, con bonos por desempeño.
Una casa especialmente reservada para los docentes, con todas las comodidades, como agua potable, electricidad constante y conexión a internet.
Un equipo de maestros colaborativos y acceso a talleres de formación en la ciudad.
Además, la oferta destaca el impacto positivo que su experiencia podría tener en los estudiantes de Jachal, convirtiéndola en una coyuntura de desarrollo personal y profesional.
No obstante, Lidia observa el sobre con cierto peso en su espíritu. Aunque reconoce que las condiciones en Jachal son excelentes, su vínculo con Mogna y sus habitantes la detiene. Recuerda a Martina Chapanay y piensa: "Martina nunca renunció a su gente, incluso cuando enfrentó infortunios. ¿Cómo podría yo hacerlo?" Pero su afecto a Mogna va más allá de lo razonado: su unión es emocional, casi espiritual. Al igual que Martina, ve a Mogna no solo como un territorio, sino como una extensión de sí misma. Su pretensión de ser enterrada allí, como Martina Chapanay, encarna su arraigo y amor por su sociedad, como si quisiera que su condición permaneciera para siempre en la tierra que ayudó a erigir y proteger.
Y cuando duda, imaginar cómo habría actuado Martina no solo la ilumina, sino que también guía su camino. Cavilaciones que robustecen su papel como figura coetánea, tomando decisiones que prevalecen el bienestar de los demás sobre su propia prosperidad.