10. LO DIJO EL SILENCIO

1178 Words
[SOFÍA] El aire afuera es más fresco, pero no lo suficiente como para calmar el incendio que me recorre el cuerpo. Caminamos rápido, casi huyendo, aunque no sé si de los demás… o de lo que acabamos de hacer. Francesco no dice una palabra. Lo veo de reojo, con la mandíbula apretada y la mirada fija hacia adelante, como si la noche pudiera tragarse la culpa que le arde en los ojos. O el deseo que aún no se apaga del todo. Me abrazo a mí misma, como si pudiera contener los latidos desordenados de mi pecho. No fue un error. No para mí. Pero él no me ha mirado desde que salimos de esa habitación. Lo que pasó allá adentro cambió algo. Lo siento en mi piel, en mis labios, en la forma en que mi nombre sonó en su boca mientras sus manos me buscaban como si no pudiera resistirse. Pero ahora… hay distancia. Y me doy cuenta de algo aún más aterrador: no sé si esta noche fue el principio de algo que siempre estuvo ahí… o el principio del final. Conduzco en silencio, deseando que el motor tape el ruido que hace mi cabeza. Francesco va a mi lado, demasiado quieto, demasiado callado. Puedo sentir su incomodidad incluso sin mirarlo. Mis manos están tensas sobre el volante, como si al soltarme, todo se fuera a desmoronar y supongo que por eso quise conducir hoy. No sé qué duele más: lo que pasó en esa habitación… o lo que viene ahora. —Sofía… lo de esta noche… No fue parte del plan, ¿verdad? Su voz suena más rota de lo que esperaba. Cierro los ojos un segundo demasiado largo. Maldigo por dentro. No quiero tener esta conversación aquí, no ahora. Pero tampoco puedo mentirle. No completamente. —No. No lo fue. Mi voz es apenas un susurro. Lo siento moverse en el asiento, como si mis palabras lo hubieran tocado de alguna forma. No sé si para bien o para mal. —Porque si lo fue… si fue parte del show… entonces tengo que saberlo. No estoy jugando, Sofía. No con esto. No contigo. No conmigo. La culpa me atraviesa como un rayo. No debería haber dejado que pasara. No así. No sabiendo lo que sé. El semáforo en rojo nos obliga a detenernos. Perfecto. Como si el universo quisiera asegurarse de que no tenga a dónde escapar. Me aferro al volante con más fuerza. —No fue un show. No… para mí. Ahí está. La única verdad que me atrevo a decirle. Él se gira hacia mí. Y por primera vez, lo miro. De frente. Me arrepiento al instante. Porque en sus ojos hay algo que me desarma. Dolor. Esperanza. Preguntas. —¿Entonces qué fue? Quiero decirle que fue real. Que lo sentí. Que aún me tiembla el cuerpo por cómo me tocó, por cómo dijo mi nombre, por cómo me miró como si yo fuera la única persona en ese maldito mundo que realmente importa. Pero no puedo. Porque sí… la escudería me pidió que hiciera esto. Que lo ayudara a limpiar su imagen. Que fingiera una relación si era necesario. Y yo acepté. Sin pensar. Porque lo quiero. Porque lo he querido desde mucho antes de saberlo. Y ahora no puedo decirle todo. No sin perderlo. No sin que me odie. —Fue un error. Uno que no podemos repetir. Lo escucho respirar hondo, como si se estuviera conteniendo. —¿Un error? Su tono me atraviesa. No es enojo. Es decepción. —Sí. Esto empezó como un acuerdo. Una estrategia. No podemos perder de vista por qué lo hicimos. Mentira. Ya no sé por qué lo hago. O por quién. El semáforo cambia, pero me quedo quieta. Siento sus ojos clavados en mí. —¿Tú lo crees de verdad? ¿Que esto fue solo una estrategia? Trago saliva. No puedo contestar. Porque si digo que no, entonces todo se desmorona. Y si digo que sí… lo pierdo. —Yo… no sé qué creer. Él baja la voz, pero cada palabra suya se siente como un golpe directo al pecho. —Entonces dime. ¿Te lo pidió alguien? ¿Alguien más además de mí? Mi cuerpo entero se tensa. Él lo sospecha. Está demasiado cerca de la verdad. Y yo no sé mentirle. —¿Qué importa eso ahora? —¡Importa si hay alguien más manejando esta historia! Si tú estás conmigo solo porque alguien allá arriba te lo pidió… Arranco el coche, de golpe, como si huir de sus palabras pudiera salvarme. Pero el silencio que sigue lo dice todo. No le respondí. Y él lo entendió. —Gracias por confirmarlo. Su voz es baja, casi como si hablara solo. Pero me duele como si gritara. Sigo conduciendo, sin decir nada. Quisiera girar la cabeza, gritarle que no es así, que lo amo, que no fue solo una misión encubierta de relaciones públicas… Pero no puedo. Porque ahora él ya no me creería. El coche se detiene frente al hotel con un leve chirrido. El motor sigue encendido, pero ninguno de los dos se mueve. Afuera, la entrada está vacía, apenas iluminada por las luces cálidas del vestíbulo. Dentro, solo hay un silencio que nos separa como si fuera un muro. Francesco sigue mirando al frente. Yo también. No sé si me duele más lo que callé o lo que él entendió sin que yo lo dijera. Sus manos están entrelazadas sobre sus rodillas, tensas. Las mías todavía en el volante. Lo miro de reojo, queriendo decir algo, cualquier cosa. Pero todas las palabras se sienten inútiles. Tarde. Vacías. —Ya estamos. Mi voz suena extraña. Frágil. Como si hablara desde lejos. Asiente. Muy lento. Pero no se mueve. Lo escucho tomar aire, como si fuera a decir algo, y por un segundo me preparo. Espero una frase, una acusación, incluso un adiós. Pero lo único que llega es más silencio. —Francesco… Su nombre se me escapa. No sé si como pregunta, como súplica… o como despedida. Él finalmente gira la cabeza. Sus ojos están opacos. Distantes. Y aun así, algo en mí quiere aferrarse a ellos. —No hace falta que digas nada. Su tono no es frío, pero sí firme. Me corta el aliento. Abre la puerta del coche. El aire nocturno entra de golpe, y con él, la sensación de que algo entre nosotros acaba de romperse de forma irreversible. Baja sin mirarme otra vez. Pero antes de cerrar, duda. Su mano se queda en la manija, los dedos tensos. Quiero que se dé la vuelta. Que me mire. Que diga que no cree en lo que piensa de mí. Pero no lo hace. —Buenas noches, Sofía. Y cierra la puerta. Me quedo ahí, inmóvil, viendo cómo cruza el vestíbulo sin girarse. Cada paso suyo es como una distancia nueva entre nosotros. Cada paso, una oportunidad perdida. Apreté los labios, sintiendo cómo algo se me rompe dentro. —Buenas noches, Francesco. Y que alguien me diga… cómo se duerme después de esto.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD