[SOFÍA]
8 de octubre
Se supone que deberíamos entrar a la fábrica tomados de la mano, sonriendo como si el mundo entero no estuviera a punto de devorarnos. Dar la imagen perfecta para los buitres con sus cámaras. Como si todo estuviera bajo control.
Pero después de lo que pasó entre él y yo en aquel cuarto en Luxor... nada está bajo control.
Ni él.
Ni yo.
Ni esto que creímos poder fingir.
Le dije que fue un error, y solo pronuncié esas palabras para no lastimarlo más.
Pero Francesco es muy inteligente.
Demasiado.
Sabe que la escudería está detrás de este plan, que no fue idea mía posar de su “novia perfecta” para calmar al consejo directivo ni a los patrocinadores. Sabe que, aunque me lo pidieron a mí, en realidad era una orden disfrazada de favor.
Lo que tal vez no sabe —o finge no saber— es que yo no necesitaba ninguna orden para decir que sí.
Lo habría hecho de todas formas. Por él. Como siempre.
Frente a nosotros, los flashes ya empiezan a estallar tras las rejas del portón. Los periodistas gritan su nombre, también el mío.
Desde cuándo les importa mi nombre, no lo sé. Quizá desde que lo besé frente a todos.
Desde que dejé que el mundo pensara que éramos algo más.
—¿Lista? —su voz suena baja, grave, demasiado cerca de mi oído.
Asiento sin mirarlo. No puedo. Si lo hago, voy a recordar sus manos en mi cintura. El calor de su respiración contra mi cuello. El temblor de mis dedos cuando me atreví a tocar su rostro en la penumbra del cuarto en Luxor.
—Sofía… —dice otra vez, más suave.
Solo necesito caminar. Tomarle la mano, sonreír y seguir el guion. Es solo un papel. Un papel que he aprendido bien. Pero cuando sus dedos rozan los míos, cuando entrelaza nuestras manos como si lo hiciera cada mañana, ya no sé quién está fingiendo y quién no.
Y ese es el verdadero problema.
[…]
Los motores en el banco de pruebas rugen al fondo del pasillo, pero ya ni siquiera los escucho. Tengo la vista clavada en la pantalla frente a mí, donde el trazado del circuito de Austin parpadea con cada actualización de telemetría.
Curvas rápidas, dos zonas de DRS, una recta que puede hacer o deshacer toda la carrera si no logramos balancear bien el setup.
Francesco está sentado a mi izquierda, inclinado hacia adelante, con los codos sobre la mesa y la mirada fija en el mapa. La chaqueta del equipo apenas disimula la tensión en sus hombros. Desde que entramos, no hemos hablado más allá de lo estrictamente necesario.
Quizás sea mejor así.
—El viento va a cambiar dirección el domingo —digo, sin mirarlo—. Necesitamos ajustar el alerón trasero, o vas a perder carga en la curva uno.
Francesco asiente en silencio. Toma el lápiz que lleva siempre en la mano y anota algo en su libreta. Es una manía que tiene desde las fórmulas menores: anotar todo, como si así pudiera controlar lo incontrolable.
—¿Y la degradación? —pregunta, sin apartar la vista del papel.
—Media-alta —respondo—. Si mantenemos el compuesto medio durante más de veinte vueltas, vas a empezar a perder tracción. La estrategia más segura sería ir a dos paradas.
Él asiente otra vez. Silencio.
Hay cinco personas más en la sala: ingenieros, técnicos, el jefe de estrategia. Todos hablan, opinan, proyectan. Y, aun así, el único silencio que me pesa es el de él.
No el de piloto. El de Francesco.
—Sobre lo de Luxor… —empieza a decir de pronto, en voz baja.
Mi cuerpo se tensa antes de que pueda evitarlo. No ahora. No aquí.
—No es el momento —le corto, sin girarme.
—¿Y cuándo va a serlo? —pregunta, sin perder la calma.
Esa es la maldita diferencia entre él y yo. Él puede separar todo. Yo no. Él puede besarme como si me necesitara y al día siguiente mirar mapas de carrera como si nada hubiera pasado.
—Estamos en medio de una estrategia de carrera —respondo, esta vez más fría—. Si quieres hablar de lo demás, hazlo después. O mejor, no lo hagas.
Él no dice nada más.
Solo vuelve a mirar el trazado, pero sé que ha dejado de verlo. Está pensando en mí. En nosotros. En ese “nosotros” que no debería existir, pero que está ahí, entre las tablas de datos y las decisiones de neumáticos. En cada segundo que pasamos fingiendo lo que ya se siente demasiado real.
Respiro hondo, fijo la vista en la pantalla y trato de volver a ser solo Sofía Conte, ingeniera.
Pero ya no estoy segura de poder separar las cosas como antes.