12. CONFESIONES

862 Words
[SOFÍA] —Box en vuelta 24, entonces —dice uno de los técnicos, sin percatarse del silencio denso entre nosotros. —Confirmado —respondo, intentando que mi voz suene firme. Francesco no levanta la vista. Acomoda el lápiz entre sus dedos como si con eso pudiera calmar el temblor invisible que le recorre la mano. Lo conozco demasiado. Sé que está conteniendo algo. Una pregunta, un impulso, una palabra que no debe decir aquí. Me obligo a revisar el resto de la tabla de simulación. Consumo de combustible, predicción de lluvia, ventanas de adelantamiento. Todo está bien. Todo es lógico. Ordenado. A diferencia de lo que pasa cuando él me mira como lo hizo anoche en el pasillo del hotel, cuando el mundo se quedó en pausa un instante y volvimos a cruzar esa línea que juramos no cruzar. —Sofía —vuelve a decir, más bajo. Casi como si se arrepintiera. No lo miro. —El simulador marcaba una diferencia de seis décimas con el compuesto duro en la última tanda. ¿Lo confirmaste? Él suspira. Apenas audible. —Sí. Lo confirmé. —Bien —respondo. Pero no lo es. Nadie más nota lo que ocurre en esta sala. La tensión no aparece en los gráficos ni en los sensores. No hay telemetría que registre el latido torpe de mi pecho cada vez que él está cerca. No hay estrategia que me ayude a controlar lo que siento. Y entonces, como si pudiera oír lo que pienso, él se levanta. —Voy al camión de datos —dice a nadie en particular. Se va sin mirarme. Como si yo ya no importara. Como si nunca hubiera importado. Y eso duele más que si me hubiera gritado. —Cinco minutos para el briefing con prensa —anuncia el jefe de estrategia. Asiento en silencio, pero mi mente ya está lejos. Está con él. Con sus dedos en mi espalda anoche. Con su voz en mi oído, pidiéndome que no lo alejara otra vez. Me levanto. Salgo de la sala. Y lo busco. Porque si no hablo ahora, tal vez no haya después. El camión de datos está en penumbra. Solo las pantallas iluminan el interior, proyectando números que se actualizan en tiempo real: velocidad, carga aerodinámica, temperatura de los neumáticos. Todo sigue funcionando como debe. Menos nosotros. Francesco está de espaldas, apoyado contra la mesa de análisis. Brazos cruzados. Mandíbula tensa. Lo conozco lo suficiente como para saber que no está mirando los datos. —Sabía que ibas a venir —dice sin girarse. —Francesco… —No me des otra vez la versión profesional. No me hables como si estuviéramos delante del jefe de estrategia. Doy un paso más. El aire en el camión parece más denso. —No fue el lugar ni el momento. —¿Y ahora sí lo es? —pregunta, girándose al fin. Sus ojos están cargados, no de rabia, sino de decepción—. ¿Ahora sí tengo permiso para hablar de lo que pasó entre nosotros? No respondo. —¿Sabes qué me molesta? —sigue, más bajo, pero sin suavizar el tono— Que no lo niegas. No dices que fue un error porque no lo sentiste. Lo dices porque crees que deberías sentirlo así. Porque estás asustada. —No, estoy siendo lógica —respondo, alzando un poco la voz—. Pensar que podemos mezclar esto con lo que pasa en pista es una locura. Lo de anoche fue… un desliz. —¿Un desliz? —repite, con una risa amarga—. ¿Eso crees que fue? —Sí —miento, con el corazón en la garganta—. No debió pasar. Francesco aprieta los puños. Mira hacia otro lado. Luego vuelve a mí con una intensidad que me desarma. —Lo peor no es que digas que fue un error, Sofía. Lo peor es que finges que no significó nada. Y tú no eres así. Nunca lo has sido. Silencio. —Estoy tratando de protegernos —susurro, casi sin voz. —¿De qué? ¿De qué me estás protegiendo? ¿De enamorarme de ti más de lo que ya lo estoy? Mi corazón se detiene. Por un segundo, no hay estrategia, ni datos, ni neumáticos. Solo él. Solo esa confesión brutal, inesperada, que me rompe las defensas. —Francesco… —No me digas que lo sientes. Solo dime si tú sentiste lo mismo. Porque si lo hiciste, y aún así quieres fingir que no pasó, entonces dime ahora. Mírame a la cara y dímelo. Lo miro. Y no puedo mentirle. —Sí lo sentí —confieso, bajando la guardia al fin—. Lo sentí en cada maldito segundo. Pero también sé que esto puede arruinarnos. —¿Y no ves que fingir que no existe también lo está haciendo? Sus palabras caen como un golpe seco. Nos miramos, respirando en silencio, atrapados entre lo que queremos y lo que creemos que debemos hacer. Fuera del camión, alguien grita que quedan dos minutos para la rueda de prensa. El mundo sigue girando. Pero en este momento, solo somos él y yo. Y la verdad que ya no se puede deshacer.
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