[SOFÍA]
El sol entra filtrado por los enormes ventanales de esta suite, sus calidos y dorados rayos van tiñendo la habitación de un silencio suave. Francesco duerme aún, con el rostro hacia mí, una mano descansando sobre mi cadera, como si incluso dormido necesitara asegurarse de que sigo aquí.
Lo miro. Lo observo con ese cuidado que se reserva a las cosas que uno teme romper.
Está tan en paz. Tan distinto del piloto presionado, del hombre bajo escrutinio.
Y, por eso mismo, me duele.
Porque no le dije todo.
Porque aún no sabe que cuando acepté fingir estar con él… no fue mi idea.
Me lo pidieron.
Me lo vendieron como una ayuda temporal.
“Contamos con tu lealtad, Sofía. Francesco te necesita más que nunca.”
Y yo… accedí.
Al principio pensé que era solo eso: lealtad.
Pero anoche… fue todo menos una actuación.
Y ahora, mientras lo miro dormir, me doy cuenta de que estoy atrapada entre dos verdades:
La que él cree haber descubierto.
Y la que aún no sabe.
Se mueve. Frunce el ceño, como si sintiera el cambio en mi respiración.
Abre los ojos, lentos, verdosos un poco más oscuros. Me ve. Sonríe con esa expresión perezosa que casi nunca le muestran las cámaras.
—¿Estás bien? —pregunta, con voz rasposa.
—Sí —miento.
Él me estudia. Francesco siempre ha sido más intuitivo de lo que deja ver.
Desliza su mano por mi brazo desnudo, lento, sin apuro.
—Estás muy callada —dice.
—Solo pensaba.
—¿En qué?
Evito su mirada, pero su mano se detiene, insistente, como si buscara respuesta en mi piel.
—¿Sofía?
—En lo que somos ahora —respondo, casi en un susurro—. En si todo esto tiene sentido.
Francesco se incorpora un poco, apoyado en el codo. Me mira desde arriba, con esa intensidad suya que desarma más que cualquier palabra.
—¿Estás dudando de lo que pasó anoche?
—No. De eso no. Nunca —respondo rápido—. Solo... hay cosas que no sabes.
Un silencio espeso se instala entre los dos. Lo veo tensarse. La mano que me acariciaba ahora descansa inmóvil.
—¿Cosas como qué?
Respiro hondo. El corazón me late con fuerza, como si estuviera en plena recta de salida.
—Francesco… Cuando todo esto empezó, cuando fingimos estar juntos… no fue idea mía. No fue mía ni tuya. Fue la escudería.
Él no dice nada. Se queda quieto, pero algo en su mirada cambia. Se oscurece, se endurece.
—Lo sospechaba —dice, finalmente—. Pero quería pensar que tú lo habías hecho… por mí.
—Lo hice por ti —me apresuro a decir—. Solo que… no fui yo quien lo propuso. Me llamaron a una sala, me hablaron de tu imagen, de la presión, del escándalo… y yo dije que sí.
—¿Sin decírmelo?
—Tenías la carrera más importante de la temporada encima. Estabas hecho pedazos. Yo no quería... sumar otra carga.
Francesco se sienta por completo. Pasa una mano por su rostro. No habla de inmediato.
Me incorporo también, sentándome con las piernas cruzadas, envuelta en la sábana, temblando un poco. No sé si de frío o de miedo.
—No te mentí sobre cómo me sentía —añado, más bajo—. No anoche. No ahora.
Él asiente, pero no me mira.
—Entonces, ¿cuándo ibas a decirme? ¿Después de la temporada? ¿Después de que nos creyera la mentira por completo?
—No era mentira —replico, dolida—. Pero sí… debí contarte. Y no lo hice. Y lo siento, Francesco. De verdad.
Por fin me mira. Sus ojos ya no están llenos de furia, sino de una tristeza cansada. Como si todo en él pesara más de lo que puede cargar.
—Te creo —dice—. Pero duele. Porque si hay alguien en quien siempre quise confiar, era en ti.
Siento que algo en mi pecho se parte. No del todo. Pero se agrieta.
—Entonces… ¿qué hacemos ahora? —pregunto, con voz baja.
Francesco me observa. No con distancia. Con dolor.
—No lo sé —responde—. Pero necesito un poco de tiempo. No para dejar de quererte. Solo… para entender todo esto sin sentir que me están manipulando otra vez.
Asiento, tragando el nudo en la garganta.
Él se levanta, recoge su camiseta del suelo y se la pone. Se detiene un segundo en la puerta del dormitorio. Se gira, como si quisiera decir algo más… pero se va en silencio hacia el baño.
Me quedo sola en la cama, con las sábanas enredadas entre los dedos y el corazón más expuesto que nunca.
Y por primera vez desde que comenzó esta mentira, temo haber perdido lo único que era real.