Hace años que nos vinimos a vivir al campo donde actualmente residimos en una finca. El anterior propietario había plantado olivos y nosotros los mantuvimos porque nos gustaron y había mucho terreno para poner la pequeña huerta que era nuestra ilusión de siempre.
De los olivos nunca nos ocupamos y mantuvimos el contrato con una almazara cercana que tenía el anterior propietario. Ellos se ocupaban de la recogida y la poda anual. A cambio nos daban un porcentaje del aceite que obtenían. Era una manera de mantenerlo sin gastos y sacarle algún beneficio sin esfuerzo por nuestra parte.
Era ya finales de marzo cuando nos llamaron para decirnos que el lunes siguiente venían a recoger la aceituna a nuestra finca. Es un trabajo que normalmente dura dos o tres días porque la parte de olivar que tenemos no es muy grande. Nada más acabar de recoger la aceituna se ocupaban de podar los olivos y apilar toda la madera en la zona donde tenemos almacenada la leña.
Al lunes a primera hora de la mañana se presentaron los operarios con el tractor y el remolque. Eran dos y lo primero que hicieron fue extender las redes y varear los arboles para que cayera la aceituna. Fue una buena cosecha y tardaron dos días completos en recogerla. Solo faltaba la poda y colocar toda la leña, un trabajo duro de verdad.
El miércoles vino solo un operario de los dos que habían estado recogiendo la aceituna. Era un chico oscuro de piel que según me dijo más tarde era del norte de Marruecos, muy cerca de la ciudad de Melilla. La verdad es que era guapo el condenado y cuando se quitó la camiseta sudando después de llevar un rato podando, me quedé prendada de su cuerpo. Lástima que por edad podía ser mi hijo, pensé en un primer momento.
Al medio día me pidió permiso para coger la manguera de agua y remojarse un poco antes de sentarse a comer el bocadillo que llevaba preparado. Le dije dónde estaba y ni corto ni perezoso se quitó los pantalones cortos que llevaba y los calzoncillos, quedándose completamente en pelotas mientras yo esperaba para abrir el grifo. Cuando me dijo que ya podía darle al agua, me quedé atontada mirándole semejante polla y eso que estaba completamente caida.
La tenía absolutamente desproporcionada en relación al cuerpo. No mediría más que yo y mido uno sesenta y cinco de estatura. Me miró y se percató de que estaba totalmente absorta mirándole la polla. Se la cogió con una mano y se la descapullo. Estaba para comérselo enterito. Con el cuerpo brillando al sol por el sudor que le empapaba el cuerpo entero y el c*****o reluciente tirando un poco hacia morado, me dieron ganas de agárrasela y besársela.
Se me quedó mirando fijamente y cuando levanté la mirada hacia su cara centro sus ojos fijos en los míos y empezó a meneársela. No sabía que hacer ni como reaccionar. La verdad es que de pronto sentí un calambre entre los muslos e inmediatamente noté el sexo húmedo. Se acercó a mí, me cogió la mano y se la puso en el m*****o. Nada más agarrárselo, noté como empezaba a crecer dentro de mi mano y como se me separaban los dedos. No se conformó con que se lo tocara y empezó a masturbarse con mi mano.
Yo no sabía como reaccionar. Por una parte, estaba encantada. Aunque la situación me superaba un poco. Por otra parte, me preguntaba si sería capaz de dejarme follar por un pene de semejantes dimensiones.
El chaval no se cortó para nada y me dijo que me levantara la falda y obedecí como hipnotizada. Después me dijo que me quitara las bragas y se las diera. Volví a obedecer sin siquiera plantearme lo que estaba haciendo y nada más dárselas seleccionó justo la parte que se pega a la raja y se las metió en la boca. Solo conseguí reaccionar cuando alargo la mano y me acarició el pubis, centrándose y presionado el vértice superior.
Acercó su cara a la mía y tras darme un lametón en los labios, metió la lengua dentro de mi boca. Casi me dio una arcada cuando alcanzó la campanilla. La tenía casi tan grande como la polla. Al notar mi reacción la sacó y volvió a lamerme la cara para acabar en el cuello, produciéndome estragos. Es uno de mis puntos débiles. Es como si estuviera directamente conectado con el clítoris.
Por mi reacción al agitarme supo que estaba lo suficientemente excitada para que no hubiera vuelta atrás. Me puso en cuchillas sobre las cajas de utilizamos para guardar aceitunas y se agachó entre mis mulos para meter la lengua en mi raja. Aquella tremenda lengua no dejo sin lamer un solo resquicio del coño y ni del culo. Me la iba metiendo en uno y otro agujero alternativamente, hasta me empecé a correrme y entonces se centro en el clítoris y me metió dos dedos en el culo.
Tras el primer orgasmo no cejó en su empeño y siguió chupándome. Ahora me había metido un dedo por delante y uno solo por detrás, presionando el perineo. Fue un tercer orgasmo devastador y me tuvo que ayudar a bajarme de las cajas. Cuando me incorporé sentí liquido caliente en los muslos. Me estaba orinando sin ser capaz de evitarlo, algo que no me había ocurrido nunca.
Se subió él a las cajas para quedar a la altura adecuada y me dijo que se la chupara. Al principio fue difícil meterme aquello en la boca. Poco a poco conseguí introducir el c*****o entero y entonces empezó a follármela. Me agarró el pelo con las manos a modo de apoyo y tuve que frenar con la lengua sus embates para evitar que me entrara más de lo que era capaz de admitir. No tardé en sentir su corrida en la boca y pasé la lengua por la punta.
Al sacármela me dijo que le chupara los huevos y el culo. La polla seguía prácticamente igual de erguida y dura. Se apoyó en las cajas y me dijo que me colocara detrás de él. Tenía las pelotas grandes, pero conseguí metérmelas en la boca de una en una. Mientras con la mano metida por debajo de sus piernas le acariciaba la polla. Al principio me dio reparo chuparle el culo, pero en cuanto recordé lo que había sentido cuando él me metió la lengua entera, me dejé los remilgos y se lo comí metiendo la lengua todo lo que pude.
Cambiamos las posiciones. Ahora era yo la que estaba apoyada en las cajas y él detrás de mí. Enseguida noté la polla pugnando por entrar dentro de mí y lo hacía con cuidado, pendiente de no hacerme daño. Entró sin problema una vez metió la punta. Eso sí, me sentí como si me estuviera penetrando con un bate de beisbol.
Hizo que me corriera enseguida. Al principio fue suave follándome y a medida que me excitaba, aumentó el ritmo y acabó golpeándome en la matriz. Las primeras veces sentí dolor, pero después cada golpe era como una punzada de placer. Nada más correrme noté humedad en el culo. Giré la cabeza y vi que me estaba poniendo saliva. Me introdujo un dedo y cuando me dilaté lo suficiente, me metió otro más.
Aún no me había recuperado del orgasmo cuando noté que los dedos abandonaban el recto y los sustituyó por la polla. Me alarmé y le dije que no lo hiciera, pero ya era tarde. Me penetró como un animal y sentí como me desgarraba por dentro. El dolor fue inmenso y las lagrimas afloraron irremediablemente, pero no cejó en su empeño pidiéndome que aguantara un poco a que se me pasara el dolor, porque no me iba a arrepentir.
Y así fue. El dolor dio paso al placer y justo cuando empecé a correrme, volví a sentir liquido resbalando por mis muslos. Me estaba meando encima de nuevo y esta vez si que lo sentí. El dolor no desapareció, pero el orgasmo fue brutal y justo cuando empezaba a recuperarme sentí su corrida en mi interior y el morbo me lanzó a un nuevo orgasmo.
Dos horas después le vino a recoger su compañero. Cargaron todas sus cosas y se marcharon. Al hacerlo sacó la mano por la ventanilla y se despidió lanzándome un beso. Me quedé mirando como se alejaba la furgoneta con sentimientos encontrados. Me había follado como nadie lo había hecho en mi vida, pero me dejaba un dolor de culo que no me iba a permitir sentarme en una semana.