Episodio 2

4472 Words
— ¡Eres un maldito imbécil, ya deja de quejarte! Bien merecido te lo tenías... eso de estarme robando no te lo perdonaré nunca, ahora continúa trabajando estúpido desagradecido de mierda, quien sabe desde cuando me habías estado quitando dinero como una asquerosa rata, y yo ni siquiera me daba cuenta, de solo pensar que me viste la cara de tonto por quien sabe cuánto tiempo, me dan ganas de molerte más a golpes — Le grita el Sr. Suarez a Andrew que estaba encogido sobre un auto, escuchando las reprimendas del hombre. Había transcurrido un mes desde la última vez que Andrew se tardó en abrir el taller, desde ese día, todo había estado marchando en su curso normal, hasta hace una semana que Suertudo apareció con quemaduras de tercer grado en su cuerpo, al parecer una terrible persona le arrojó un líquido caliente a su mascota, dejándole varias llagas principalmente en el lomo del canino, un lugar donde ahora la carne viva sin pelaje supuraba de una manera que parecía bastante dolorosa, Andrew se sentía tan culpable por no poder tratar como debía las heridas de su perrito, al punto que tuvo que recurrir al Sr. Suarez, por primera vez en los 10 años que tenía trabajando con el mexicano, le pidió algo de dinero para comprarle medicinas al canino y así tratarle las quemaduras, pero como Andrew se lo temió, el Sr. Suarez se lo negó rotundamente diciendo que no iba a botar su dinero de esa forma, el joven le imploró al mayor que lo pensara, e incluso tuvo la osadía de arrodillarse ante el gordo, sin embargo, todos sus esfuerzos no dieron resultado, logrando que el muchacho se sintiera desdichado por saber que era tan inútil que ni siquiera tenía un solo centavo para ayudar con las medicinas de su único amigo, es por eso que pasados dos días después de que le pidiera dinero a su jefe, no soportó más y decidió robarle, con sumo cuidado en un momento de distracción del Sr. Suarez, Andrew se encaminó a la caja registradora, sacó nerviosamente varios billetes y luego de la misma forma rápida que cometió el delito, se metió el dinero mal habido en los bolsillos, y ahora con un paso bastante nervioso regresó a su trabajo, deseando que fuera de noche para ir a una farmacia cuanto antes. Pasada la noche cuando estaban a punto de cerrar, el Sr. Suarez que era cualquier cosa menos idiota, volvió a contar su dinero para ver cuando habían ganado en efectivo, notando que en sus cuentas faltaban unos cuantos billetes que el juraba había contado a comienzos del día, es por eso que para no confiar en su raciocinio, buscó la libretita donde tenía anotado sus cálculos mentales, percatándose que efectivamente le faltaba dinero, el hombre achinó sus ojos viendo al muchacho, que en ese momento estaba encerando un auto mientras lo veía de soslayo, su actitud era demasiado sospechosa, es por eso que el mayor decidió hacer algo: vigilaría sus movimientos esa noche, solo para salir de dudas. Cuando el hombre se despidió del joven, se montó en su auto y se escondió estratégicamente en una parte bastante alejada de su taller, percatándose que a los 15 minutos que supuestamente se había marchado, Andrew salió a paso apresurado con el perro lisiado tras él como todo un guardián, el Sr. Suarez sigilosamente lo siguió en su auto manteniendo una distancia prudente, el muchacho se había parado en una farmacia, duró unos cuantos minutos dentro, hasta que lo vio salir con una bolsa llena de medicamentos, el mayor con sobrepeso oscureció su mirada cuando veía como el joven sonreía e incluso corría para que el horroroso perro le siguiera, de cierta forma no le agradaba verlo feliz, y mucho menos que pensara que se había salido con la suya, la simple idea le revolvía el estómago. El dueño del taller dejó que Andrew entrara junto con el canino, permitiéndole al muchacho tiempo para que hiciera lo que pretendía hacer, hasta que después de varios minutos decidió entrar, observando al descarado ladrón en el suelo untándole una crema al miserable animal que se encogió de hombros al instante que lo vio, ya que al parecer era tan estúpido y sumiso como el dueño, el cual cuando vio la presencia de su jefe frente a él, se pudo percibir con claridad como el tono de su piel levemente bronceada se tornó pálida como el papel. —Que hace ese perro sarnoso dentro de mi taller... y ¿de dónde sacaste esas medicinas? — Pregunta el mayor haciéndose el desentendido, viendo como el joven lentamente se ponía de pie con una expresión completamente aterrorizada. Andrew sintió como repentinamente su corazón comenzó a latir como potrillo desbocado por el terror que invadió todo su torrente sanguíneo ¿Qué podía decirle? ¿Qué hacia su jefe aquí? Esas y otras preguntas pasaban por su mente mientras sentía como un nudo se formaba en su garganta, impidiéndole hablar o siquiera moverse. —¡RESPONDE! — Grita de improvisto el hombre, cercenando el incomodo silencio y haciendo temblar al castaño. — Yo... n-no, no lo sé... — Musita Andrew sin saber lo que realmente estaba diciendo mientras mira como Suertudo se escondió detrás de sus piernas. El Sr. Suarez con sus manos empuñadas, se acercaba a paso lento hasta Andrew que continuaba petrificado en el mismo lugar. — ¿No lo sabes? ¡entonces quiero que botes esas porquerías ahora mismo! Oh... mejor ¿sabes qué? quiero que quemes todas esas estúpidas medicinas ¡Muévete imbécil! —Grita con tanta fuerza que Andrew se estremece. — No... no me haga hacer eso señor... — Musita retrocediendo un par de pasos mientras el mayor ya lo tiene acorralado. —Suertudo... quiero decir — Se corrige rápidamente — Mi perro las necesita, está quemado y... —Sus suplicas son interrumpidas por un bofetón tan fuerte que logró tumbarlo al suelo. Al momento de caer, las medicinas y ungüentos se desparraman en el suelo, es por eso que Andrew rápidamente se arrastra para recogerlos mientras Suertudo comienza a ladrarle al hombre que aparta al perro con una patada. —¡No! — Grita el muchacho cuando escucha el chillido del perro entremezclados con la risa del regordete individuo. El Sr. Suarez sintiéndose muy divertido por la situación de ver como Andrew protegía esas medicinas como si de eso dependiera su vida, decidió que le obligaría a que las soltara a la fuerza, y que mejor método que el de la violencia, es por eso que el hombre comenzó a darle puntapiés al muchacho que se encogía más en el suelo, apretando con mayor fuerza los empaques sin receta médica, logrando colmarle la paciencia al mayor que ya se estaba cansando de patear al muchacho que, para su sorpresa estaba demasiado renuente para su gusto. — Por favor... no me haga botarlas, se lo ruego, mi perro las necesita —Repite Andrew en susurros omitiendo por completo el dolor que sentía. — ¡Ya cierra la boca y levántate imbécil! — Exclama agachándose para poner de pie al muchacho, le sujeta el brazo sin sutileza alguna, y en un santiamén Andrew estaba de pie frente a él completamente encogido de hombros. —¿Me robaste dinero para comprar esas porquerías no es así? — Pregunta mientras se saca lentamente su cinturón, y Andrew al ver eso abre sus ojos como platos mientras retrocede un par de pasos — ¡No muevas ni un solo musculo basura inútil... ahora quítate la camisa mientras me respondes lo que te pregunté! — Agrega entre gritos rabiosos. El muchacho se muerde su labio inferior dejando lentamente los medicamentos en el suelo para poder quitarse la camisa, sabía que si reprochaba le iba a ir peor de lo que veía a simple vista, es por eso que, con paso lento, dejó la parte superior de su cuerpo desnuda, y como si estuviese condenándose, lentamente comenzó a asentir con su cabeza ante la pregunta inicial del mayor. — Tomé prestados un par de billetes... —Musita encogido de hombros sin ver al rostro del Sr. Suarez que frunció sus labios con molestia. — ¿Tomaste prestado? ¡¿desde cuándo un miserable como tu tiene para pagar lo que supuestamente toma prestado?! — Pregunta acercándose aún más al joven que prefiere quedarse donde esta, ya que retroceder no tenía ningún sentido. — ¡Estaba desesperado! Si no compraba algo para curarle las quemaduras de mi mascota, se le iban a infectar más —Explica el joven que sabía a la perfección que sus palabras no iban a causar ningún efecto, pero, aun así, necesitaba dejar ver la razón sus actos. El Sr. Suarez después de escucharle comienza a reírse a carcajadas. — ¡Voltéate y ponte de rodillas! — Vocifera con autoridad dejando a un lado su antigua risa descontrolada. Andrew después de escuchar aquello titubea, mientras siente como sus ojos se inundaban en lágrimas que estaban llenas de frustración, miedo, ira y tristeza, él lo único que deseaba era ayudar a su único amigo ¿Qué tan malo podría ser eso? ¿Por qué ese hombre tenía que ser de esa forma? ¿Por qué su mundo funcionaba de esa manera tan cruel? El muchacho en medio de sus interrogantes, no le queda de otra más que obedecer, tenía miedo y aunque dijera algo más, el Sr. Suarez lo iba a lastimar de cualquier otra forma, incluso pensó en decirle lo siento, sin embargo, él sabía que esas inservibles palabras no le ayudarían a salir de esa situación, es por eso que se volteó arrodillándose para recibir su castigo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete salvajes correazos, lograron hacerle sudar la frente al hombre que decidió detenerse, después de ver como la piel blanca del muchacho contrastaba el enrojecimiento de la carne lastimada e hinchada por el paso del cinturón de cuero sobre la ya marcada espalda de Andrew, donde antiguas cicatrices eran un recordatorio de golpizas pasadas, con un tono de voz cansado, el mayor le ordenó que recogiera los medicamentos para que los metiera en un balde de acero, luego de esto le mandó que los impregnara con gasolina para que después le echara un fosforo encendido, dando como resultado que en cuestión de segundos las medicinas ardiesen en llamas, y mientras el muchacho veía como todo se volvía cenizas, el Sr. Suarez se encargaba de recalcarle que si volvía a robarle dinero, lo mataría a él y a su sarnosa mascota. Y ahora pasados varios días después de aquel incidente, al vengativo hombre no le bastaba con recordarle a cada instante su "delito" a Andrew, si no que desde ese día, el chico no había probado un alimento decente, puesto que al Sr. Suarez le encantaba además de castigarlo verbal y físicamente, amaba quitarle el simple derecho a comer, razón por la cual Andrew se encontraba más famélico que nunca, quejándose con disimulo de las secuelas de la golpiza y el vacío tan horrible que sentía en su estómago, mientras como era de esperarse, trabajaba prácticamente sin descanso alguno en el negocio que él sacaba a flote por su ardua labor que no era más que una esclavitud en su más descarado nivel. Cuando el muchacho terminó de lustrar la carrocería de una lujosa camioneta que ya estaba lista para que el cliente se la llevara, se acercó al sujeto con la vista baja para decirle que ya podía pagar e irse, no quería verle porque desde hace rato se había percatado que el hombre iba por el tercer hot dog, el cual se había comprado en el puestito que no estaba muy lejos del taller, el muchacho tragando saliva se metió el trapo que estaba utilizando en el bolsillo trasero de su jean mientras caminaba a paso lento hacia el cliente. — Ya está listo... sí tiene algo que cancelar, hágalo con mi jefe, esta allá sentado —Dice Andrew señalando al señor Suarez que leía tranquilamente el periódico. El hombre asiente con la cabeza — Oh okey, si tengo que cancelar mitad ¿Dónde hay un basurero? — Le pregunta el cliente a Andrew que rápidamente va hacia la cocina para buscar el recipiente de la basura. Cuando llega a paso rápido, se lo coloca frente al sujeto que al instante botó prácticamente la mitad del hot dog en la basura junto con las servilletas, el muchacho al ver aquello abrió tanto sus ojos como platos que el hombre se dio cuenta. — Ya no me cavia más... — Explica el hombre asumiendo los pensamientos del joven mientras se termina de limpiar la boca con un pañuelo — Oh por cierto... toma aquí tienes una propina, si quieres te compras un refresco o algo, no me gusta cargar monedas, el tipo que me vendió los Hot Dog me vio cara de alcancía —Agrega el cliente colocándole un puñado de monedas en las manos de Andrew que casi no sabía cómo ocultar su asombro — ¿aceptan tarjeta de crédito? — Pregunta nuevamente el cliente observando que Andrew aun en shock asentía con su cabeza. El joven calmando sus ganas para tomarse el tiempo de contar las monedas que ese hombre le dio, se las metió en el bolsillo, porque una de las cosas que el chico sabía hacer, para sorpresa de incluso él mismo, era que sabía mucho de matemáticas, podía sumar, restar, dividir, multiplicar e incluso sacar cuentas grandes en su mente, pero aunque podía hacer eso, no sabía cómo escribir los números en papel, ya que toda su "sabiduría matemática" era exclusivamente mental por muy extraño que pareciera. Sin embargo, dejando a un lado su pequeña alegría por el dinero que tenía en su poder, decidió encargarse de "la basura" que arrojó el cliente, este se volteó viendo que el hombre con su jefe estaban muy entretenidos en sus asuntos, razón por la cual Andrew no perdió el tiempo para meter su mano dentro del contenedor de basura, cogió el hot dog a medio terminar partiéndolo por la mitad, aun no entendía como ese hombre había arrojado su alimento, ya que fácilmente lo hubiese envuelto en una de esas servilletas para comérselo más tarde. — Quizás es millonario... — Pensó el chico partiendo la comida chatarra en dos partes iguales para dejarle el resto a Suertudo, mientras de un solo bocado se comió su porción, sintiendo como su estómago le daba las gracias. Cuando la noche llegó y con ella el maravilloso momento de descanso, Andrew cerró el portón del taller, pasadas varias horas su jefe aún seguía adentro, y por lo que él veía, no tenía planes de irse todavía, de tan solo pensar en eso, se le ponía la piel de gallina al muchacho, porque eso solo significaba una cosa: el hombre se descargaría con él alguna frustración que él por supuesto siempre desconocía. — Voy a ducharme... — Musita Andrew frente al hombre que estaba con los brazos cruzados obstruyendo el paso hacia la cocina, porque el señor Suarez más que nadie sabía que para bañarse debía llenar los dos baldes de agua. — Dame el dinero que te dio el hombre de esta tarde, el cliente de la camioneta gris — Espeta extendiendo su mano para que el muchacho le diera lo que este estaba pidiendo. Andrew frunce sus labios mientras empuña sus manos. — No sé de qué está hablando... — Miente mientras desvía la mirada hacia otra dirección, escuchando como el señor Suarez emitía un largo suspiro. — ¡No te hagas el idiota! Sabes exactamente lo que estoy hablando, ese tipo te dio dinero, yo lo vi, así que dámelo ahora mismo, esto no es un puto bar donde recibes propinas... — Gruñe mostrando como su molestia aumentaba con cada minuto que pasaba. El joven empuña aún más sus manos sintiendo como ese coctel de ira, molestia, tristeza y frustración lo volvían a embriagar por completo, no quería darle ese dinero, ya que esas monedas eran de él, se suponía que dentro de poco las contaría para ver si le alcanzaban para comprarle, aunque sea un ungüento y así tratar las quemaduras de Suertudo que para ese tiempo estaban muy infectadas. — Ese dinero es mío... no se lo daré... — Murmura entre dientes sin ver al Sr. Suarez que abre sus ojos como platos. — ¿Qué dijiste? — Pregunta fingiendo que no escuchó. — ¡Que no le daré ese dinero, es mío, ese hombre me lo dio y lo usaré para comprar medicamentos! — Exclama con un tono de voz tan alto que sabía que a partir de ese momento estaba sentenciándose a una muerte lenta y dolorosa, pero a pesar de eso no lo pudo evitar, estaba desesperado por ayudar a su mascota. Andrew cerró sus ojos con fuerza para esperar el primer golpe, pero este nunca llegó, si no que más bien el hombre se había apartado de su lado encaminándose hasta la puerta, la abrió y así mismo salió, el muchacho miraba la escena con perplejidad ¿El señor Suarez no lo iba castigar? Eso sí que era extraño, sin embargo, cuando escuchó un chillido proveniente de un perro, entendió por qué el hombre había salido. — ¡Suertudo! — Exclama corriendo con alteración rumbo a la puerta. Cuando pretendía salir, el hombre que estaba entrando lo empujó para que no saliera del lugar, Andrew cayó al suelo viendo completamente aterrorizado como el mayor tenía sujetado al perro por su cuello como si fuese una gallina muerta, el hombre zarandeaba al perrito mientras le quitaba violentamente la rudimentaria silla de ruedas que Andrew le había hecho, el cual al ver todo eso se levantó para salvar al canino que parecía estar a punto de morir estrangulado. —¡Basta, déjelo li...! — No termina de decir sus palabras cuando el hombre lo calla de un solo puñetazo en su rostro. — ¡Este maldito perro ya me tiene obstinado! Voy hacer lo que debí haber hecho hace mucho tiempo — Exclama lanzando con fuerza al perrito en el suelo. El animal emite un quejido al momento de impactar en el suelo, y Andrew al igual que su mascota grita como si hubiese sido su persona la que recibió el impacto. — ¡Basta, basta, basta! Aquí tiene, este es el dinero, eran unas monedas — Farfulle entre movimientos nerviosos buscando entre sus bolsillos las monedas, y con un pulso tembloroso se las extiende al mayor. El señor Suarez sonríe recibiendo el montón de monedas de cobre mientras que Andrew observa que Suertudo está sangrando por sus oídos, de tan solo ver eso comienza a llorar acercándose lentamente al perrito que prácticamente no se movía, mientras tenía una respiración muy entrecortada, pero cuando estaba a punto de cargarlo, no vio venir una patada del mayor que lo alejó bastante del canino, Andrew emitió un quejido mientras se encogía en el suelo, le había dolido demasiado aquella patada que recibió en todo su costado izquierdo. — ¿No le vas a decir unas últimas palabras a tu horrible mascota? ¿Cómo es que se llama? ¡Oh si!... dile adiós a Suertudo — Dice de repente el mayor, Andrew levanta su cabeza del suelo para ver al gordo sin entender demasiado a lo que se estaba refiriendo. — ¿Qué?... — Pregunta intentando sentarse mientras se quejaba por lo bajo. Pero luego cuando observó que el Sr. Suarez colocó su pie sobre la cabeza de Suertudo se alarmó al instante y fue en ese momento que entendió las extrañas interrogantes que le había dicho aquel desalmado hombre, el cual comenzó a sonreír por lo bajo. — Espero que esto te sirva como lección, que jamás en tu miserable vida vuelvas a atreverte a alzarme la voz, además ya no tendrás razón para robarme — Aclara el hombre de manera demasiado sombría. Andrew intenta levantarse para impedir lo que sea que su jefe pretendía hacerle a Suertudo, cuando en ese mismo momento el hombre levanta su pie, y como si la cabeza del perro moribundo fuese un insecto, sin quitarle la vista de encima del aterrorizado joven, el sádico individuo aplastó la cabeza del canino con todas sus fuerzas, escuchándose en el proceso un horrible sonido que al muchacho lo hizo gritar como nunca antes en su vida. — ¡Nooo! — Exclama Andrew a todo pulmón en medio de llantos después de haber gritado. Y para que eso no fuese suficiente, el hombre volvió a repetir su violento acto, aplastando por segunda vez la cabeza del pobre animal que para ese momento ya no seguía con vida, Andrew en medio de llanto y turbación se levanta torpemente para arremeter en contra del Sr. Suarez. — ¡Como pudo hacer eso, él era mi único amigo, el único ser querido que me quedaba! — Exclama el muchacho entre sollozos. Andrew comenzó a lanzarle golpes al hombre por donde le cayeran, ya no le importaba si lo mataba con una golpiza después de hacer eso, ya que de alguna forma necesitaba drenar todo el dolor y rabia que sentía dentro de su corazón, e incluso su cuerpo, mientras en su mente se repetía una y otra vez la muerte tan horrible que tuvo que vivir su mascota, que no se merecía ese final, el cual de cierta forma Andrew se sentía culpable, él siempre tenía la culpa de todo lo malo que ocurría en su vida y en la de sus allegados. Sin embargo, mientras continuaba arremetiendo en contra del asesino de su mascota, el cuerpo de aquel muchacho se encontraba tan débil por la falta de alimento, y el resto de los abusos que recibía, que apenas y lograba lastimar al hombre que con facilidad detuvo sus endebles puñetazos como si se trataran de los de un niño de 5 años. — Ya, ya déjate de estupideces, de todas formas, ese perro sarnoso se iba a morir, eras tan inepto que ni siquiera lo cuidabas bien, mira lo asqueroso que estaba, le hice un favor... ahora sácalo de aquí, mételo en una bolsa de basura, y cuando regreses limpia todo este desastre — Murmura el hombre empujando a Andrew para que lo dejara en paz. El muchacho se deja caer al suelo, sintiéndose terriblemente destrozado, luego a paso lento gatea hasta el perro muerto y sin importarle nada lo abraza por un largo tiempo mientras continúa llorando por lo bajo. — ¡Apresúrate, bota esa asquerosidad, está manchando el piso de sangre! — Grita repentinamente el Sr. Suarez a Andrew que se limpia sus lágrimas mientras se levanta. — Ya me desharé de él señor... — Murmura aun con voz quebradiza —Me iré de aquí... escaparé —Piensa mientras se encamina hasta el depósito donde dormía. El muchacho busca una bolsa metiendo en ella su poca ropa y junto con ella una delgada cadena de oro que era de su madre, esta tenía una linda medalla con un escrito gravado que él no sabía que decía, nunca se la ponía porque de ser así seguramente el Sr. Suarez se la hubiese quitado hace años, y al ser ese su único tesoro debía guardarlo bien, ahora con su equipaje listo, utilizó una de sus camisetas más viejas para envolver con sumo cuidado a Suertudo, este camina hasta la salida cargando al perrito como si fuese un bebé mientras que aprovecha para esconder en él su bolsa de "equipaje", no podía seguir ahí, no tenía ni la menor idea a donde iría, pero estaba seguro que cualquier lugar en la calle era mejor que permanecer con ese hombre, el cual le había quitado de una manera terrible a su pobre amigo peludo. Cuando Andrew salió del taller comenzó a caminar con paso apresurado viendo en todo momento hacia atrás, temiendo que el Sr. Suarez quizás sospechó sus intenciones y probablemente lo seguía, es por eso que el muchacho comenzó a correr y a correr para alejarse lo más que podía de ese lugar, aunque todo su cuerpo le dolía y ya se estaba quedando sin aliento por correr tanto no se detenía, ya que pensaba que, al hacerlo, regresaría de nuevo a un infierno que no deseaba pisar jamás. A pesar de sus deseos de continuar corriendo para huir de lo que él ya veía como su pasado, su cuerpo colapsó sin poder dar un paso más, Andrew con una respiración completamente agitada tuvo que recostarse sobre una pared para recuperar el aliento, con cuidado se dejó caer sentándose en el suelo viendo que frente a él había un parque, el muchacho sonrió un poco mientras descansaba, ya que al parecer había encontrado el lugar perfecto para enterrar a su mascota, así mismo, los minutos se convirtieron en horas mientras Andrew aún seguía sentado en el suelo, se sentía tan sediento, cansado y adolorido que no le provocaba ponerse de pie, pero pese a eso hizo el esfuerzo, y como si fuese un anciano de 70 años se levantó en medio de quejidos y achaques con su perro aun en brazos, no tenía idea de la hora que era, ni el tiempo que estuvo corriendo porque sorprendentemente el lugar estaba desierto. El muchacho caminó buscando el lugar más alejado del parque algún árbol para enterrar ahí a su mascota, pensando que podía venirlo a visitar todos los días, algo que siempre deseó hacer con la tumba de su madre, sin embargo, esa era una petición que para ese momento de su vida era imposible, porque ni siquiera sabía dónde le habían dado santa sepultura. Al estar frente al árbol que Andrew encontró como el indicado, el chico se arrodilló colocando la bolsa y a Suertudo a un lado para comenzar a cavar con sus manos, el joven primeramente quitó el césped con cuidado para colocarlo encima después de haber enterrado al perrito, es por eso que después de haber hecho esto, inició su ardua labor rogando que el cansancio que sentía no le hiciera perder el conocimiento a medio camino. Andrew cavó un hoyo profundo que le tomó hasta la madrugada hacerlo, luego cuando terminó colocó con sumo cuidado a Suertudo dentro, llorando en el proceso, es por eso que, para no nublarse la visión, removía sus lágrimas con sus manos sucias de tierra las cuales solo le curtían el rostro, detalle que al joven le tenía sin cuidado. — Vendré cuando pueda a verte... — Murmura el joven cuando ha terminado de sepultar al perro, colocando el césped como puede, pero, aun así, se puede ver claramente que arruinó esa área del parque. — Hasta mañana mamá, hasta mañana Suertudo... — Susurra Andrew cayendo en la inconsciencia cuando su cuerpo no pudo más.        
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