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Andrew & Odette

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Blurb

Andrew es un joven de 18 años huérfano e iletrado, su vida no ha sido fácil, llena de abusos laborales y físicos, el muchacho decide escaparse a pesar de no tener un lugar al cual ir. Em medio de una serie de eventos desafortunados, llevan a nuestro protagonista a vivir en las frías calles; desesperanzado, Andrew piensa que así terminara su vida, siendo un mendigo, pero, gracias a los giros del destino, un hombre decide ayudarlo encontrándole un trabajo, como sirviente en una prestigiosa mansión, donde se encuentra con Odette, la principal heredera de la fortuna de los Thompson.

Odette es una jovencita altanera y de personalidad hostil, que no logra congeniar con nadie, sin embargo, ella tiene sus razones para su forma de ser que, la cual, cambia radicalmente, cuando conoce a Andrew, ese joven de ojos avellanados que, entró a su vida a cambiarla para siempre, logrando que juntos, descubran secretos e intrigas que jamás hubiesen pensado

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Epidofio 1
El hombre siente como la ira comienza a reinar dentro de su cuerpo, mira la hora en su reloj de muñeca mientras farfulle unas cuantas maldiciones entre dientes — Estúpido, ya me va a oír... — Murmura con odio mientras saca las llaves del bolsillo de su pantalón. Eran 8:30 de la mañana, y su taller mecánico automotriz aún estaba cerrado, con unos cuantos clientes furiosos haciendo fila para ser atendidos, su taller se caracterizaba por dar servicio a primeras horas de la mañana, esto provocaba que fuera muy solicitado por aquellas personas que les encantaba madrugar, el hombre para disimular su molestia ante los clientes, les sonríe diciéndoles que esperen un segundo que pronto abrirán, cuando ha entrado, camina con largas zancadas, sin importar que aun todo se encuentre en penumbra, para dirigirse hasta el pequeño cuartito donde un muchacho todavía dormía,. Estaba en el suelo, acostado en posición fetal sobre un colchón tan delgado, que podía pasar por un mullido edredón viejo, el hombre cuando observa que el joven está profundamente dormido, empuña sus manos con mayor molestia, este gruñe un poco dirigiéndose a paso rápido, hasta la cocina improvisada, coge un balde de plástico que estaba en el suelo, y con toda su mala intensión lo llena de agua, cuando cree que tiene la cantidad suficiente, se dirige una vez más al pequeño deposito, que funcionaba como habitación para el joven que pronto le interrumpiría, lo que parecía ser un apacible sueño. — ¡Despierta pedazo de basura! — Grita el sujeto vertiendo todo el balde de agua fría, sin remordimiento alguno sobre el muchacho que se levanta más alterado que nunca, viendo hacia todas las direcciones, buscando de donde había provenido aquella fría cascada artificial. El joven aun alterado por el chapuzón involuntario que recibió, no se percata cuando con completa violencia alguien lo toma del brazo para levantarlo, y es en ese momento que ya está de pie, que observa con una expresión de temor al regordete hombre, el cual era su jefe que lo miraba con una expresión asesina. — Sr. Suarez... ¡Lo sien...! — Sus disculpas son calladas de inmediato, con un fuerte bofetón en su mejilla. — ¡Mira la hora que es imbécil, se suponía que ya el taller debía estar abierto! ¿Y qué es lo que me encuentro? ¡Una fila de clientes esperando afuera, y tú aquí roncando como si no tuvieses nada que hacer! — Grita lleno de ira, lanzando al muchacho nuevamente al suelo, sin saber que la noche anterior, el joven se había desvelado prácticamente hasta el amanecer, para terminar un trabajo que buscarían posiblemente dentro de pocas horas. El chico cae de espaldas, sin saber que golpe debería atender primero: si el de su mejilla ardiente, o su desafortunado trasero que fue el que recibió todo el impacto de la caída; este tragando saliva decide dejar sus dolencias a un lado, huyendo del alcance del hombre llamado "Sr. Suarez", puesto que, él sabía que cuando el mayor estaba molesto, le iba muy mal si tan solo pensaba en refutarle, o si quiera contestarle algo, es por eso que lo más sensato que pasó por su mente, fue huir del lugar con la excusa que abriría cuanto antes. Con paso rápido y desigual, a causa del nerviosismo que lo envolvía por completo, el muchacho comenzó a abrir el gran portón del taller, sacó el aviso en donde especificaban sus servicios, y al poco tiempo el primer cliente ya estaba entrando para ser atendido, el joven suspiró con desgano, mirando disimuladamente su cuerpo empapado de agua, mentalizándose que con el genio que tenía el Sr. Suarez, no podía si quiera pensar en cambiarse de ropa o hacer algo tan sencillo como secarse, debía comenzar a trabajar ahora mismo si no quería que las cosas empeoraran. Dos cambios de aceite, un cambio de llantas, y tres casos de sustitución de bujías dejaron el taller calmado, en esa mañana que comenzó bastante movida, sin embargo, esa pequeña paz que reinaba momentáneamente, hacía contraste con el estómago del único trabajador de ese taller automotriz, ya que, dentro de ese delgado abdomen, se estaba propiciando un bullicioso recital musical donde las tripas como protagonistas, cantaban mejor que un mesosoprano pidiendo alimento, el chico en un intento por calmar los molestos ruidos se acariciaba su panza, viendo de soslayo como el Sr. Suarez, estaba sentado en una mesa comiendo un próspero sándwich repleto de carne, queso y otras delicias que el joven ni siquiera quería imaginar, ya que de tan solo hacerlo, empeoraba su condición, que a su jefe parecía causarle gracia, juzgando por la enorme sonrisa que se mostraban en sus delgados labios llenos de salsa, y migajas de pan. —Esto te lo había traído a ti, pero como me hiciste enojar esta mañana ¡No vas a desayunar! Te esperarás hasta que me dé la gana que comas algo, estúpido desagradecido, ni siquiera un café me hiciste, debería molerte a golpes en este mismo instante, pero con la rabia que tengo, puede que termines muy mal como la otra vez, y eso no me conviene, porque después tengo que contratar a alguien mientras te recuperas — Explica con la boca llena de comida, viendo como el muchacho lo miraba con esa típica mirada indescifrable, que siempre mostraba en ese par de ojos avellanados. — ¡Deja de verme con esa cara de perro regañado, y anda a limpiar el frente imbécil! — Continua el hombre — Que bien asqueroso esta... ¡Muévete grandísimo inútil, que en días como estos me arrepiento por haberte sacado de la calle, mugroso ingrato — Grita lanzándole el vaso que tenía en la mesa. El muchacho rápidamente esquiva el objeto contundente, y sin más se levanta de su posición de descanso para ir en busca de la escoba, no sin antes recoger el vaso de plástico que, aunque ganas no le faltaban para lanzárselo a ese hombre, por lógicas razones se contuvo de sus deseos, los cuales solo cumplía en sueños. El joven que ahora barría sin muchas ganas el frente del pequeño taller mecánico se llamaba Andrew, nombre al que muy pocas veces, por no decir nunca se dirigían a él, ya que todo el tiempo preferían llamarle por sobrenombres como: "Inútil", "Basura", Imbécil", "estúpido" entre otro sin fin de adjetivos malintencionados, que fueran en conjunto con las palabras despectivas que vociferaba el ya mencionado Sr. Suarez, un hombre de unos 45 años, de nacionalidad mexicana, de contextura gruesa, piel morena y rasgos toscos, este acogió hace 10 años a un desnutrido niño de la calle, que todo el tiempo rondaba por su negocio, regándole sus contenedores de basura, o resguardándose de la lluvia en un pequeño techo que tenía afuera del taller.  El hombre, en un arrebato de bondad decidió "quedarse" con él pequeño que, en ese entonces tenía 7 años, ofreciéndole techo y comida a cambio de trabajo, que al principio no era tan forzado, por ser el niño demasiado "enclenque", para su gusto, pero conforme pasaban los años. le enseñó al infante los gajes del oficio, para que a futuro fuera una ayuda real, logrando su cometido cuando el jovencito cumplió 12 años, para esa época, Andrew sabía todos los servicios que ofrecía el taller mecánico, dando como resultado que el hombre despidiera al par de empleados que tenía, para dejar solamente al adolescente que, si bien es necesario agregar, no recibía para alguna, ya que el mayor todo el tiempo decía que "con techo y comida le bastaba". El Sr. Suarez, era todo menos que una figura paterna, o cariñosa con Andrew, siempre le dejaba en claro que gracias a él no estaba en algún horrible orfanato o muerto en el peor de los casos, en más de una ocasión lo golpeaba cuando se encontraba molesto, o simplemente para descargar sus problemas conyugales que parecían ir de mal en peor cada día, en algunas ocasiones se aparecía en altas horas de la noche en el taller completamente borracho, solamente para drenar sus frustraciones con el chico que, aunque se defendía siempre salía lastimado, Andrew podía escapar de esa situación, irse de ese pequeño taller y no volver nunca más, pero si lo hacía no tenía otro lugar a donde ir que no fuese la calle, ni siquiera tenía un solo centavo consigo, además estaba acostumbrado a su vida en el taller, sin mencionar que su pasado antes de caer en la indigencia no era muy distinto al actual. Su vida siempre se había caracterizado por estar rodeada de violencia hacia su persona y a sus antiguos allegados que lo echaron como un perro sarnoso al morir su madre, es por eso que Andrew ahora a sus 17 años, podría decirse que tenía un punto de vista muy gris e incluso resignado de su vida, y uno completamente nulo acerca de su futuro, puntos de vista que fueron inculcados principalmente por el Sr. Suarez, que le recalcaba todo el tiempo, solo para su beneficio por supuesto, que si lo dejaba y se iba lejos, jamás conseguiría un trabajo decente, nunca podría hacer su vida como un joven normal, puesto que ni siquiera contaba con los conocimientos más básicos de educación, que eran leer o escribir.  Él era un bruto, un iletrado al que nadie en su sano juicio contrataría ni siquiera como ayudante de mecánico, cuando el hombre veía que al chico comenzaron a atraerle las chicas, le encantaba restregarle en su cara que jamás una mujer se iba a fijar en un fracasado como él, y cuando Andrew pretendía hablarle a los jóvenes del barrio, le recordaba que ninguno de esos muchachos desearían tener una amistad con el sucio huérfano ignorante al cual todos conocían por los alrededores, aquel hombre se había enfrascado tanto en destrozarle la confianza y pisotearle la autoestima a Andrew, que el chico paulatinamente comenzó a creer en todo lo que él hombre le decía, dejando como resultado un joven aletargado, sumiso y sin demasiadas esperanzas en la vida, y al que suponía que siempre tendría como esclavo personal, explotándolo hasta el tiempo que fuera necesario. Cuando Andrew terminó de barrer, vio que a lo lejos venia un perrito que él conocía más que nadie, este abrió sus ojos como platos desviando su atención hacia donde se encontraba el Sr. Suarez, el cual estaba contando lo que habían hecho de dinero en esa mañana — ¡Voy a barrer más al fondo! — Exclama para hacerse oír, viendo que el hombre solo le hizo un ademan con su mano para que hiciera lo que mejor le pareciera. El muchacho rápidamente va hacia el perrito notando que la "silla de ruedas" que le había hecho parecía estar defectuosa, el canino de r**a desconocida para él, era un perro callejero que había salvado hace dos años, cuando un auto lo atropelló, dejándole con sus patitas traseras inservibles, es por eso que Andrew para aliviarle la vida al pobre perro, le hizo una especie de silla de ruedas con tubos de PVC, y ruedas de una antigua patineta, materiales que consiguió en la basura, el Sr. Suarez sabía de la existencia de la "mascota" de Andrew, sin embargo el hombre no permitía que el animal viviese en el taller porque este además de ser "otra boca más que alimentar" ni siquiera servía como guardián por su penosa condición. Andrew dejó la escoba a un lado colocándose de cuclillas justo al frente del perrito minusválido — ¿Qué ocurrió esta vez Suertudo? Mira como dejaste la sillita, déjame ver si puedo arreglarla — Le dice al perrito mientras le acaricia las orejas. Suertudo, el nombre que le dio el muchacho al perro, se acercó como pudo para lamerle el rostro a Andrew que se aproximó para recibir la muestra de cariño gustoso, luego se alejó un poco para ver la magnitud del daño, por suerte solo debía apretarle uno de los tubos que se habían aflojado, sin perder el tiempo eso fue lo que hizo, al joven no le agradaba que Suertudo estuviese solo, porque sabía que habían personas malvadas que le gustaba molestar al canino lisiado, pero no podía hacer nada, y aunque le doliera, no tenía la posibilidad de cuidarlo las 24 horas del día como él deseaba porque si no el Sr. Suarez se molestaría en gran manera. —Dentro de un rato te daré de comer... oh espera — Murmura volteándose viendo que su jefe no estaba en la mesa, y Andrew al notar esto sonrió complacido. El muchacho le da instrucciones al canino para que permanezca ahí, y sigilosamente va en busca de las sobras que dejó el hombre en el plato, el jovencito se muerde el labio inferior viendo que su regordete jefe había dejado un pedazo bastante provechoso de pan, Andrew traga saliva mientras se lamía sus labios resecos, imaginando que podía comerse esos restos de sándwich de un solo bocado, pero sabe que debe compartir con Suertudo, razón por la cual parte dos pequeños pedazos en partes iguales encaminándose hasta la salida, sintiendo como al instante que huele el aroma de las sobras, sus tripas vuelven a retorcerse dentro de su cuerpo, luego sin que él lo notara, siente que todas sus intenciones se caen por la borda cuando una persona muy conocida para él lo voltea con violencia, estaba tan entretenido con la comida que olvidó por completo al mayor. — ¿A dónde crees que vas? — Sentencia el Sr. Suarez paseando sus ojos cafés en el plato y en el acongojado muchacho. —Voy a botar los restos de comida a la basura señor, luego lavaré los platos... — Miente mirando hacia otra dirección que no sea el rostro de aquel hombre. El Sr. Suarez achina sus ojos con desconfianza, y sin más coge los dos pedacitos de sándwich que había dejado en el plato — Me faltó comerme esto... — Masculle con la boca llena de comida mirando de soslayo que afuera parecía estar el perro que siempre frecuentaba por su negocio, y Andrew por otra parte, se encogió de hombros por ver que el poco alimento había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos frente a sus narices. El hombre después que tragó el pan, frunció los labios encaminándose hasta Suertudo que pretendió retroceder, y Andrew que olía las intenciones del hombre se puso frente a él para impedirle cualquier movimiento en contra de su "mascota", sin embargo, cuando el Sr. Suarez vio que el joven se puso frente a él emitió un bufido. — ¿Qué te he dicho acerca del perro inservible ese? ¿Pensabas darle comida no es así? — Pregunta con sarna sujetando el cabello del muchacho que sin saber que hacer termina asintiendo con la cabeza, mientras siente como su jefe pretendía arrancarle el cuero cabelludo por la manera como lo tenía sujetado. —Pero... solo eran migajas, no era demasiado... — Musita en un hilo de voz sujetando la mano con la cual el gordo le jalaba su cabello despeinado. Luego de susurrar su débiles excusas, el Sr. Suarez lo deja libre encaminándose hasta el canino solamente para darle una patada tan fuerte que el perro sale corriendo aullando a todo pulmón el dolor que le provocó el puntapié, Andrew después de escuchar el lamento del perrito que salió huyendo de la escena, se acerca al hombre empujándole mientras siente como un par de lagrimas comienzan a empañarle sus ojos, odiaba enormemente ver que lastimaran a su único amigo que con certeza se encontraba mas hambriento y desamparado que él. — ¡No era necesario que le patearas, él no te hizo nada! — Exclama con alteración empujando con mayor fuerza al hombre, percatándose que su osadía sobrepasó los márgenes, en el instante que su jefe lo golpea en una de sus mejillas, con tanta fuerza que Andrew se tambalea retrocediendo un par de pasos, el viejo pretendía arremeter mas en contra del aturdido muchacho, pero en ese momento llega un cliente que observa la escena con una expresión confusa en su rostro, y aunque quiso acotar algo frente al pequeño acto de violencia que presenció, prefiere mantenerse al margen e ir directo a lo que había venido, porque a fin de cuentas, la vida de un simple joven que a leguas lucia necesitado de dinero, no era un tema del cual debía entrometerse. —Buenos días... — Saluda el hombre viendo de reojos a Andrew seguidamente del mayor que se acerca a él muy sonriente — El aire acondicionado de mi auto se averió... ¿ustedes lo reparan? — Agrega el posible cliente viendo en esta ocasión al Sr. Suarez que muy amablemente le responde que había llegado al lugar correcto. *** Pasada la noche, Andrew molido por el cansancio cierra el portón del taller con unos cuantos autos dentro a la espera de reparaciones más extensas, el chico se sienta en una silla emitiendo un largo suspiro cansado, había tenido tanto trabajo en el resto del día que se olvidó siquiera que no había probado alimento desde que se levantó, pero luego sin que él se lo esperara, el Sr. Suarez le arroja un pan campesino junto con una lata de atún, al parecer lo había comprado en algún momento, y él por estar tan ocupado bajo un auto ni cuenta se había dado. —Ahí tienes tu cena, en la cocina quedó café, si quieres caliéntalo... me voy, y si mañana cuando venga el taller no está abierto, te vas a arrepentir — Amenaza el hombre señalando al muchacho que estaba tan enfrascado en abrir la lata de atún que no logró escucharlo, pero para que este no le fuera a golpear prefirió asentir con su cabeza, mientras se metió a la boca un pedazo tan grande de pan que era un milagro que no se hubiese atragantado. Cuando Andrew se vio solo en ese sucio y frio taller respiró profundo, ya que esos eran los mejores momentos de sus días, sin perder tiempo untó el atún de aceite vegetal con el pan y comenzó a comer como si no hubiese un mañana, recordando que debía dejarle su porción a Suertudo que seguramente vendría dentro de poco, y aunque se sintiera culpable por pensar en devorarse todo su escueto alimento, con fuerza de voluntad dejó una ración aceptable para el perrito que seguramente estaba tan famélico como él. Al terminar se encaminó hacia su "habitación" viendo que la colcha aún estaba húmeda por el balde de agua fría que le lanzó el Sr. Suarez en la mañana, y él por estar trabajando no se percató en colocarla en algún lugar para que se secara, Andrew suspiró abatido pensando que debía hacerlo cuanto antes, pero a pesar de eso, hoy le tocaría dormir en el suelo sin nada más debajo de él para aliviar la frialdad del cemento liso. Una vez hecho su labor de tender la colcha, cogió la comida para llevársela a Suertudo que como se lo imaginaba, estaba en la puerta esperándole, el chico se agachó dándole la comida al perrito que se la comió en un dos por tres, quizás mas rápido de lo que él pensó, y fue en ese momento que comprendió lo poco que le dejó al perrito que comenzó a lamerle sus manos sucias. —Discúlpame... mañana te dejaré mas de comer, lo siento tanto suertudo, es que hoy me castigaron otra vez... yo también tenía hambre, por eso te dejé tan poco, llénate con agua... te traje agua limpia ¿vez? — Susurra Andrew al canino extendiéndole una taza de agua mientras sonríe al ver como este pretendía buscarle juego. Después de jugar un rato con Suertudo, entró nuevamente al taller cerrando con seguro, se dirigió a la cocina y lleno dos baldes grandes de agua para bañarse, ya que el pequeño baño no tenía ducha, una vez cumplida su labor, sin esperar mucho comenzó a quitarse su atuendo que consistía en una desgastada franela de algodón que alguna vez fue de su jefe, y un jean igual de viejo completamente sucio de grasa, que por suerte era tan solo una talla más grande, el cual según Andrew, se trataba de su jean más nuevo porque no tenía ni un solo agujero, cuando el joven se desnudó, así mismo se encaminó hacia el lavamanos cogiendo su cepillo de dientes, le untó la respectiva pasta dental, y con algo de apatía comenzó a cepillarse, tratando en lo posible de no mirarse frente al pequeño espejo que estaba frente a él, no quería ver los futuros moretones que amanecerían en su rostro al día siguiente por el par de golpes que le dio el Sr. Suarez, golpes que solo fueron caricias si los comparaba con los anteriores que recibía en innumerables ocasiones, cuando terminó de ducharse, fue a paso lento hasta la diminuta área de baño, sin preámbulos inició la tarea de enjabonar su delgado pero tonificado cuerpo con lentitud, para después con la misma desgastada barra de jabón, comenzar a restregar su abundante cabello castaño. Después de la fría, por no decir congelada ducha nocturna, Andrew buscó su único abrigo y un jean para ponérselo encima, él sabía que en la mañana no le daría tiempo de vestirse, así que para ahorrar tiempo se puso la ropa que usaría todo el día de mañana, una vez vestido calzó sus pies, y como un perro buscando un rincón cálido para recostarse, comenzó a buscar con la mirada el mejor nido para descansar, y cuando lo encontró, se encaminó hacia él acurrucándose sin apagar la luz del depósito, ya que el pavor a la oscuridad siempre fue uno de sus más grandes temores. —Buenas noches mamá, buenas noches Suertudo, espero no te pase nada...—Balbucea los nombres de sus dos seres más queridos mientras se queda dormido en cuestión de segundos a causa del cansancio que actuaba como un sedante en su cuerpo, porque aunque su madre estaba muerta, le gustaba despedirse de ella al dormir, de cierta forma le hacía sentir que no estaba tan solo en el mundo.      

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