Capítulo 04

4864 Words
Una mujer de baja estatura caminó apresurada a través de los pasillos de iluminación roja, esto mientras sus cadenas de oro se mecían de un lado a otro de su cuello, tintineando. Tenía una apariencia sospechosa, como de malas mañas y poca higiene, más aún así parecía que todas sus palabras cargaban un pequeño peso de verdad e inteligencia; aquella mujer enana vestida en harapos se trataba de la única e inigualable consejera personal de la mujer que reinaba ahí en el sur, en el territorio de los Rubíes, Ágata. Sus pequeños pies se apresuraron como nunca y su peculiar andar le llevó delante de la puerta que conectaba a la sala del trono, la cual estaba asegurada con un sistema holográfico. Justo ahí, en ese salón lleno de jaulas con cuervos amenazantes, estaba sentada Ágata en el trono, con un pequeño tablero muy costoso de ajedrez sobre sus sus piernas, las cuales estaban vestidas por una gruesa prenda de cuero n***o. Esta presencial mujer tenía a ambos lados a dos fuertes jóvenes, los cuales estaban siempre atentos a cualquier paso en falso cerca de su reina. La mujer pequeña que había ido a verle se acercó con gratitud a ella, diciendo: —Mi señora y la aduló con una sonrisita, y se arrodilló frente al trono, a los pies de la reina de los Rubíes. Ágata, con sus ojos vendados con una delicada tela oscura de seda, sonrió como una niña esperanzada, esto mientras apretaba entre sus manos la pieza de ajedrez que sostenía; una torre de cristal rojizo. —¡Miri! —exclamó Ágata eufórica. ¡Miri, haz vuelto! Qué alegría... —dijo con voz melodiosa. Los cuervos de las jaulas revolotearon dentro de estas haciendo muchísimo ruido en el salón. —Comenzaba a sentirme muy, muy sola.... —La he visto, majestad, he visto a Elena atravesando la frontera del noroeste hacia el oeste, ¡ju-ju! ¡ju-ji! —informó Miri, fiel a su trabajo. Ágata apretujó con aún más fuerza la torre de rubí entre sus delgados dedos. —Ah, ¿de verdad? —sonrió. —Sí, siií, ¡ju-ji! -se rio Miri enrollando sus nudillos entre sus largas cadenas doradas— Ella iba muy, MUY rápido en una yegua pinta, casi que volaba de la prisa que se cargaba. Parecía estar en camino por alguna razón importante... ¿tal vez tenga algo que ver con la inteligente emboscada en el centro de comunicaciones Zafiro que mi inteligentísima reina planeó? —cuestionó la mujercilla con mucha diversión y una vez más, se rió con burla—: ¡ju-ju! La soberana de los Rubíes, acariciando su propio cabello blanquecino, presionó todavía con aún más fuerza la hermosa pieza en su mano... y está se quebró en dos parte cortándole la piel. —Eso es... bellísimo —murmuró Ágata con voz suave mientras su sangre goteaba. °°° En medio de una de las habitaciones más importantes de la nació de Rubí estaba su reina, una mujer implacable, letal y que podía llegar a ser extremadamente cruel con cualquiera que la contradijera o que entorpeciera sus asuntos. Su más leal hombre, Zacarías, le escuchaba firmemente. Cada cosa que la reina Ágata escupía con rabia el la analizaba, comprendía y seguía a muerte; así que en ese mismo momento, Zacarías estaba dispuesto a seguir aquella orden que estaba había declarado frente a él con voz majestuosa pero peligrosa: «Ve a dar un mensaje a Margaret de los Zafiro». Aquella era una misión peligrosa y riesgosa a niveles preocupantes. un soldado de Rubí en territorio enemigo no podía resultar en nada bueno, mucho menos tratándose de Zafiros. Pero aún así, Zacarías, un apuesto hombre de cabello rubio y una mirada pícara pero justa, se encaminó a su destino, veloz con su corcel de pelaje oscuro, fuerte como su voluntad y lealtad a su hermosa pero aterradora reina. Y para cuando respiró el tenso aire en medio del mercado de la nación enemiga, los pacíficos nero mentirosísimos Zafiro este hombre respiró profundo y guardó la calma mientras la gente lo acorralada en el centro y lo rodeaban con miradas acusadoras, listos para atacar. —¡Buenas tardes, Zafiros! —gritó. °°° Ruth se sentó sobre un tronco de madera a la orilla del lago y, luego de respirar profundo, se llevó un pedazo de pan a la boca. —Un lago —dijo con la boca entrellena y los ojos perdidos en el agua. —El lago —repitió Eugene lanzando una piedra a la profundidad del mismo. —Estamos perdiendo el tiempo —opinó Elena—. No, déjame adivinar, le estamos dando tiempo a Margaret de pensar en qué hacer con Ruth. —Margaret sabrá que hacer con Paulina —bufó el caballero real aún lanzando pequeñas piedras al lago, esto mientras la jovencita sentada en el tronco le veía con molestia ya que este seguía cambiando su nombre, por ahora podemos sólo calmarnos un segundo y... no sé, disfrutar del descanso —dijo a la vez que lanzaba otra piedra más grande que las anteriores, trató de hacerlo con mucha fuerza. —Da igual, sea como sea me llevaré a la niña al noroeste —dijo la mujer con la armadura de hierro, lo sabes, ¿no? —Pff, no digas tonterías... —se burló Eugene, pero Elena ni sé inmutó. —¿lrme contigo? -cuestionó Ruth alzando la morada con sorpresa. —Niña, eres una integrante de Hierro, tu lugar está en mi hogar —aseguró Elena—. Verás como en poco tiempo comienzas a sentirte parte del grupo. —¿Grupo? ¿cuál grupo? Sólo eres tú —Eugene se acercó a la ex-soberana, alzando una ceja y viéndole con sospecha. Elena se quedó en silencio por algunos segundos, y dada la presión de la situación pronto exclamó: —¡Aún tomo en cuenta la presencia de los caídos bajo mi nombre! —mentía. ¿Pero quién podría notarlo? Elena daba esa sensación de... heroísmo trágico. Eugene desvió su mirada a otra dirección, indignado. Elena llevó su mirada tras ella, movió un poco la cabeza sobre su hombro; pudo escuchar como a lo lejos se acercaba un hombre montando a caballo, un hombre que llevaba un armadura idéntica a la de Eugene. En cuanto Eugene vio a su compañero llegar, este se irguió y espero atentamente a que el sujeto se bajara del animal y se apresurara a entregarle el mensaje que parecía tener en la garganta. Parecía ser que aquél guardia había sido enviado por parte de Margaret, esto sólo lo hacia ella cuando se trataba de algo muy importante como para esperar. Sin embargo, también parecía que el caballero real, compañero de Eugene, llevaba una expresión acelerada, como si lo que tenía que decir no fuera demasiado formal, sino más bien una alerta inmediata. Ruth se levantó del tronco en el que había estado comiendo y riendo con las peleas de Elena de Eugene, esto mientras disfrutaba el olor del lago. En cuanto vio al guardia que cabalgaba supo que algo no andaba bien, pero tampoco tan mal. No tenía cara de que haya muerto alguien, y todos sabemos que la muerte es siempre lo peor que puede esperarse, ¿no? —Eugene —se adelantó el guardia y se acercó al nombrado, agitado—. Tienen que volver al palacio. Y tú y yo —se dirigió al joven una vez más-, debemos ir al centro del mercado. —¿Qué es lo que ocurre? —le preguntó Eugene al sujeto a la vez que le sostenía de los hombros. —En el centro del mercado hay un soldado de la nación de Rubí buscando darle un mensaje a Margaret —contó el guardia—. Es obvio que nadie le ha dejado moverse de ahí donde está. Es que es insólito esto, Eugene. ¿Cómo se atreve esa mujer, Ágata, a mandar a uno de los suyo en búsqueda de nuestra soberana? Elena frunció el ceño y chistó molesta con la vista centrada en la tierra húmeda bajo sus botas de hierro. —¡Esa maldita irrespetuosa! —exclamó Eugene hastiado, pues su lealtad a Margaret le hacía llevar un comportamiento furioso contra aquellos que buscaban hacerla caer del trono— ¡se cree tanto esa arpía! —volvió a refunfuñar—. Yo mismo le enseñaré a ese soldado de Rubí todo el ruido que nosotros los Zafiro podemos hacer en nombre de Margaret. ¡Esta falta de respeto es inaceptable y no me tragaré la ira! ¡se las escupiré en la cara con gusto! —Andando. —Elena, súbanse al caballo y vuelvan al palacio, vayan a través de los árboles, no quiero un alboroto —pidió el pelinegro bien decidido—. Mi amigo y yo iremos a pie hasta el mercado, no os preocupéis por eso —agregó. —¿A pie? —cuestionó el guardia y Eugene le cubrió la boca con una mueca de regañina. Elena asintió y le dedicó una mirada firme a Ruth; la joven se levantó del tronco y le asintió de vuelta sin mucho más que poder hacer. Desde que se había despertado no había hecho mucho más que seguir las órdenes de un montón de personas extrañas. ¿Es que acaso eso no debería ser un crimen? Aunque qué era peor, ¿seguir órdenes o seguir desorientada? Al menos ahora tenía una idea más o menos formada de dónde quedaba la nación de los Zafiro, por qué se dividían las cosas, y quiénes eran quiénes en el papel del reinado. También sabía que había mucho otros nombres mejores que «Ruth» en el diccionario. Saber cosas no la hacían más sabía al tomar decisiones importantes, curiosamente. La mujer de cabello platinado se acercó al caballo, pensando por un momento en su yegua Flecha, y se subió a este; en ese momento, invitó a Ruth a subirse y la joven muy torpemente se subió de una forma... humillante. De hecho, Elena jamás se había despertado no había hecho mucho mas que seguir las órdenes de un montón de personas extrañas. ¿Es que acaso eso no debería ser un crimen? Aunque qué era peor, ¿seguir órdenes o seguir desorientada? Al menos ahora tenía una idea más o menos formada de dónde quedaba la nación de los Zafiro, por qué se dividían las cosas, y quiénes eran quiénes en el papel del reinado. También sabía que había mucho otros nombres mejores que «Ruth» en el diccionario. Saber cosas no la hacían más sabía al tomar decisiones importantes, curiosamente. La mujer de cabello platinado se acercó al caballo, pensando por un momento en su yegua Flecha, y se subió a este; en ese momento, invitó a Ruth a subirse y la joven muy torpemente se subió de una forma... humillante. De hecho, Elena jamás había visto a alguien que se montara tan mal a un corcel. —Muy bien, vamos... —murmuró la ex soberana en señal de aviso; Ruth se sujetó con fuerza cuidado muy bien de no caerse y darse un buen golpe por despistada. Y entonces Elena ordenó amablemente al animal a ponerse en marcha, a trote. Ruth esperaba que todo estuviera bien dentro del palacio, con la reina Margaret. Por cada paso que Margaret daba de los nervios que cargaba dentro de su hogar, el palacio, el galope de el caballo en que Elena y Ruth iban era cada vez más veloz y estas se encontraban cada vez más cerca de ella. —¿Qué es lo que dice ese muchacho? —cuestionó la reina sin parar de dar vueltas de un lado a otro, dando fuertes taconazos sobre el mármol de ajedrez de la habitación central. —Que quiere hablar con usted, majestad —le respondió Ezequiel con una expresión preocupada en el rostro. El sujeto se encontraba de pie frente a la puerta que daba a los laberínticos pasillos del lugar; tenía los pies bien justos y una mirada pesada. Ezequiel temía por la seguridad de Margaret, quien se mordió el pulgar de la presión. —¿Es un engaño? -preguntó la mujer de cabello n***o con sus colibríes de zafiro, relucientes y elegantes. —No cabe duda —opinó el hombre desalineado. ¿Qué podría ser si no? ¿qué podría ser tan urgente entre Rubíes y Zafiros que no puede comunicarselo a un guardia para entregarle el mensaje a usted? -cuestionó. —No tiene sentido alguno... —susurró Margaret para si misma, pensativa—, pero Ágata es una mujer muy inteligente. Bien debe saber ella que un truco barato como ese es ridículo. ¿Qué pretende? —alzó la mirada con molestia—, ¿que un hombre podría asesinarme a plena lis del día sólo porque sí? Es simplemente absurdo... —No tengo idea de que pudo ocurrir como para decidir hacer una estupidez de este tipo —dijo Ezequiel—. Aunque como usted dijo: Ágata es una mujer muy inteligente, así que dudo que estoy sea realmente una estupidez en el fondo de sus oscuras intenciones, majestad —concluyó. —Eso es cierto —la soberana paró sus insistentes vueltas y se giró en dirección a uno de los ventanales—. No queda más que esperar a que este Rubí hable voluntariamente. No quiero romper con nuestra imagen de paz. Esperaremos, ¡no importa si los guardias deben turnarse para acampar a su alrededor! ¡no importa si debemos darle de comer y beber ahí mismo donde está parado, a él y a su caballo! —decidió. Ezequiel abrió sus ojos con sorpresa. —¡Eso es mi reina! —exclamó el hombre—, ¡eso es lo que ella buscaba! ¡buscaba que usted fuera cruel con un Rubí, encerrándole o dejándole ahí sin más! ¡para dar una mala imagen de usted! ¿no cree que tiene sentido? —le preguntó y Margaret lo pensó por algunos segundos para luego opinar: —Tal vez. Pues sigue siendo estúpido, porque mis intenciones de paz son verdaderas. —Y es por tan noble acto que todos dudan y buscan la forma de provocarle, pero usted majestad tiene tanto control que si, ¡es estúpido buscar algo así! —la aduló Ezequiel. —Pues bien —la reina de los Zafiro se llevó vas manos detrás de la espalda y levantó el mentón con determinación—; aquí estaré bien firme. ¡Y es más! ¡yo misma le llevaré de comer a nuestro invitado! —dijo. —¡Alto! ¡oooh! —vociferó Elena halando de la cuerda con la que guiaba al lindo caballo que ella y Ruth montaban. Ambas nombradas se encontraban frente a las grandes puertas del palacio en la capital de la nación Zafiro y una vez ahí, ambas se bajaron del animal, agradecidas con su espíritu. —Andando, entramos cuanto antes —sugirió la ex-soberana de Hierro—. Margaret debe estar dentro pensando en qué hacer con este invitado tan desafortunado —dijo—. ni siquiera yo me sentiría cómoda con tal cosa, válgame. —¿Por qué esto es tan malo? ¿no pueden sólo hablar con él para saber qué es lo que quiere? —preguntó Ruth ingenuamente, esto mientras veía su mano la cual había sido tomada por la contraria de cabello blanquecino. —¡Para nada! —le respondió Elena a la joven morena abriendo la puerta del palacio rápidamente; mientras, los guardias una vez más reconociendo su paso firme y brusco le daban el paso sin excusas—. Este tipo de cosas deben tratarse con mucho cuidado, Ruth. nunca se sabe. —Comprendo —dijo Ruth acelerada, ya que el paso de Elena era muy rápido para ella. Por dios, ¡le faltaba el aire! —Apuesto a que Margaret se sentirá mejor al vernos —pensó Elena en voz alta sin detenerse a través de los pasillos, con Ruth trás ella a rastras—; debes estar angustiada, confundida, tensa, tan perdida que... —¡Magdalenas! —gritó Margaret abriendo una de las grandes puerta, dándoles un grandísimo susto a la misteriosa Ruth y a la herrera Elena. La reina de los Zafiro mostraba una sonrisa casi desafiante y en su manos cubiertas por guantes panaderos llevaba una bandeja de panecillos glaseados, es decir, magdalenas. Elena le miró confusa y Ruth sólo pensó en lo rico que eso se veía. —¡Lo sabía! ¡a la pobre mujer le entró una crisis nerviosa! —se lamentó la mujer de armadura de hierro. Ruth se limitó a seguir mirando la bandeja con vergüenza. —¿Crisis nerviosa? —Margaret alzó una ceja ¡que va! Si es que estoy ansiosa por saber que tipo de panecillo le gustan a ese muchacho con armadura de rubies que me espera afuera —les hizo saber. »Si Ágata de verdad cree que tendré una actitud cruel con su subordinado, ¡entonces si que es tonta! ¡ja, ja, ja! —¡Pero reina Margaret! —trató de detenerle Elena— ¡¿te has vuelto loca, mujer?! —cuestionó a gritos, más la reina le rodeo y continuó caminando, dispuesta a salir del palacio e ir directo al mercado del pueblo. Ezequiel salió de la habitación tras ella; parecía igual de confuso que las recién llegadas, pero feliz por la tontería de aquél show. —¡Claro, enloquecí más o menos cuando tú naciste! —contestó Margaret haciendo resonará sus tacones de zafiro traslúcido y hermoso—. Dejad de caminar tan pegados a mi, me váis a hacer tropezar y las magdalenas caerán al piso. —Reina Margaret, odio admitirlo, pero yo tampoco creo que deba hacer... lo que sea que esté haciendo, majestad —opinó Ruth cuidadosamente. Desde su llegada, jamás había hablado tanto. Y la reina lo notó. Se detuvo, giró en su dirección y le sonrió antes de decirle: —Acompáñame, Ruth. Te enseñaré a ser noble y te regalaré un panecillo. —¡Margaret, espera! —chilló Elena fuera de las puertas de majestuoso palacio. delante de ella iba la reina, decidida y sin mirar atrás a sus advertencias, todo esto con Ruth siguiéndole el paso, leal (y cautivada por comer magdalenas). »—¡No estás pensando esto con claridad, reina Margaret! —insistió la herrera, corriendo tras la mujer de vestido azul celeste, adorable y delicado. —¡Oh, déjala en paz! —se atrevió a decir Ruth, otra vez un comentario pasado de confianza. Parecía estar mucho más cómoda cerca de la soberana de los zafiro— Ella sólo quiere hacer un buen acto. ¿No te basta que sea una razón bondadosa? —¡No si es estúpido y peligroso! —contradijo Elena y Ezequiel rió. —¡La niña nueva tiene razón, Elena, déjala ser! —dijo el hombre—, ¡si ella quiere repartir dulces al enemigo para sacar de quicio su paciencia, que lo haga! —¿Sacar de quicio? —Elena paró en seco, confundida por lo mencionado. —Es obvio que la reina Margaret sabe lo que hace comentó Ruth casi con admiración—. ¿No ves que esto es casi una burla? Ezequiel sonrió. —Muy lista —le dijo a Ruth. Elena dudó Llegando al mercado, en el centro de la capital; Ruth, Elena, Ezequiel y Margaret se acercaban al gran gentío que allí se encontraba, todos unos encima de otros, todos furiosos con quién se encontraba en el medio. En el centro, Zacarías se quitó su casco y respiró profundo bajo los insultos del pueblo. ¿Que había hecho mal el joven rubio además de llevar la armadura de la muerte? —Parad, por favor —pidió el soldado Rubí alzando ambas manos inocentemente, no he venido más que a dialogar —dijo—. ¿Es que acaso ya no se está permitido pedir un inofensivo favor en esta nación? —cuestionó casi con burla. —Por supuesto que está permitido —interrumpió la soberana de los Zafiro, esto con el mentón en alto y una expresión cargada de carácter. No muy lejos del alboroto se encontraba Eugene controlando a las masas, esto junto con otros guardias reales. Los presentes susurraban entre ellos mientras se inclinaban levemente o mostraban alguna señal de respeto hacia Margaret. Por otro lado, ella les sonrió a todos y mostró la bandeja entre sus manos antes de decir: —Si que estoy agradecida de tener a gente tan buena cerca de mi, tan buena como para defenderme. La reina se paseó alrededor del intruso. —Buenas tardes, muchacho. ¿Qué es lo que vienes a buscar de este lado del mapa? ¿uh? —le preguntó la elegante mujer a Zacarías sin dejar de pasear detrás de él, volviendo a su vista y perdiéndose otra vez. —Reina Margaret, qué alivio —y Zacarías hipócritamente reverenció a la contraria—. Señora, yo no vengo más que a pedirle un favor. Se lo pido —fingió angustia—, le pido que no me.castigue por cruzar los límites de sus tierra de esta forma. Margaret alzó una ceja, pero lo hizo de broma. —Toma uno le ofreció una magdalena al soldado de cristales rojos, y este abrió los ojos con sorpresa. ¿La reina enemiga le ofrecía un dulce casero de sus propias manos? ¡jamás lo habría imaginado! ¡qué locura! Y sin embargo... Zacarías tomó un panecillo y lo mordió agradecido. La gente, chismosa y extrañada, veían la escena con aprobación; su reina, Margaret, acababa de convertirse en un ángel glorioso. ¡La reina le ha dado de comer al enemigo, que está armado pero rodeado! ¡hurra! —¿Cómo has cruzado la frontera? —Atravesé el bosque —respondió Zacarías con obediencia—. Sé muy bien que es irrespetuoso, ¡pero es una emergencia! —chilló el joven a modo de falsas súplicas. —¿Qué puede ser tan importante como para que vengas hasta aquí de una forma tan peligrosa? —Margaret frunció el ceño. —¡Estoy huyendo! —mintió Zacarías—. Esa mujer, Ágata, ¡enloqueció y quiso degollarme! ¡me condenó a la horca! Los pueblerinos jadearon con horror, y sintieron mucha pena... ¡qué horrible está la reina de los Rubies! ¡condenado a sus propios guardias fieles y vulnerables! ¡Rubios y bonitos! Margaret le veía sin poder creer lo que escuchaba, estaba igual de horrorizada, bastante ingenia por una vez en la vida. —Sígueme —le ordenó. —Cuéntame los hechos. Zacarías miró a la mujer con agradecimiento fingido. La reina Margaret de verdad estaba dispuesta a escuchar la tragedia de lo que aquél hombre «tuvo» que pasar dentro de las paredes de los irresponsables muros del palacio de Rubí, al sur. —Verá, majestad, ni reina está cada vez más desquiciada —dijo el rubio; casi podía sentir la respiración furioso de uno de los guardias, que estaba al otro lado de la puerta... ¿cómo se llamaba? ¿Eugelio? —Continúa, por favor —pidió la reina de los Zafiros. La armadura rojiza del joven en medio de toda la decoración y ambientación azul real le hacían ver cómo si estuviera bañado en sangre. —Ella ha comenzado a asesinar a los suyos sólo porque ninguno está dispuesto a comenzar una guerra —dijo Zacarías. —¿Una guerra? —Margaret se sobresaltó y se enderezó en su silla aterciopelada. —¡Si, una guerra! —remarcó el Rubí formando todo un escándalo—. Verás, ella quiere declararle la guerra... ja todos! —vociferó. —¡¿Pero qué locura es esa?! —chilló Margaret —Ella quiere comenzar una guerra contra los Esmeralda, los Ópalos... y los Zafiro. °°° Carecían de dudas y todo lo que hacían era tanto implacable como justo; así eran los Ópalo. Dentro de las habitaciones más lujosas del norte, los Ópalo más influyentes se susurraban entre sí dentro de una gran reunión especial en la cual no participaba cualquier enclenque. Dentro del grupo se encontraban miembros de la realeza, incluidos por supuesto el rey y la reina. El tema a discutir esa tarde era de lo más importante. En cuanto se mencionó en la mesa, todos los presentes pararon de comer y tomar. Era una situación de espanto que debía tomarse con inteligencia, y bien que sabía mucho de ser inteligente el rey Alexander. —¿Esto puede considerarse como una traición? —preguntaba uno de los nobles con cierto desespero. La verdad era que este individuo se morí de ganas por escuchar un «sí» de parte de su soberano. —No... aún no respondió el rey Alexander y la mujer que le acompañaba a su lado, habló con autoridad: —Sea cual sea la razón por la cual Margaret no nos ha comunicado esto, estamos completamente seguros de que es porque esta ha decidido que no requiere tanta atención como para comunicarnoslo —la reina Emilia suspiró hastiada de responder a ese terrible comentario—. La reina Margaret de los Zafiro es una mujer realmente confiable para este gobierno. Sé que si le preguntábamos está respondería de inmediato respetando nuestro acuerdo. —Pff, el «acuerdo». Esa mujer es una daga esperando a encontrarse con un cuello descubierto. ¡Nos degollará a todos cuando tenga la oportunidad! !ya veréis! —se quejó el cura de la capital del reino, Efrain se llamaba él, y era todo un criticón oportunista. Seguro Dios se avergonzaba de que tal persona se la pasara hablando en su nombre—. Creedme, esto es algo que debe tomarse por los cuernos. Sí... ¡sí! ¡esto trae cuernos por qué es obra del demonio! La reina Emilia le miró con desagrado. —Margaret es una buena amiga de nosotros, especialmente mía —contradijo el rey Alexander—. Yo también puedo asegurar que esto es un malentendido. Después de todo, ¿cómo podéis creer que de la nada ha aparecido alguien de la ex nación de hierro? Ha de ser un error del sistema de identificación, que ha confundido el número de acceso de algún ciudadano Zafiro con un antiguo guerrero de Hierro... que en paz descanse. —¡Sois muy ingenuos! —saltó a gritar Efrain con las mangas de su túnica violeta revoloteando cada vez que este movía los brazos para enfatizar el drama— No sería la primera vez que la reina Margaret os oculta algo. ¿Es que no fue así como los ha engañado esa serpiente, Ágata? —La reina Ágata —rechistó Emilia. —Ese demonio no se merece ser llamada reina —continuó el cura—, y el hecho de que sigáis permitiendo que use ese título es tan sospechoso como que yo me esconda con el vino, ¿o que no? Los presentes volvieron a susurrarse entre sí. —Tus acusaciones son indignantes —dijo un joven de cabello castaño que, como guardia, no tenía permitido hablar durante la reunión. El guardia a su lado trató de tomarle del brazo para aconsejarle que se callara y retractara de su comentario, más este chico de rizos y piel amarillenta no se hizo atrás con su opinión. —¿Y tú quien eres, muchachillo entrometido? —vociferó Efrain apoyándose sobre la mesa de la habitación. El joven tragó saliva pensando en una respuesta, más había captado la atención de los reyes de una forma muy distinta a la que se creía en aquella reunión. —Yo no soy más que un defensor, pero... —Pues yo soy alguien a quien no debes contradecir bajo ninguna circunstancia si no quieres que te acuse de... ¡de lo que sea! ¡irrespetuoso! —¡Usted es el irrespetuoso! —dijo el de cabello café, la verdad es que parecía bastante joven incluso para usar la armadura lila translúcido. El collarín de ópalos que iba en su cuello representaba muy bien a la nación— ¡cómo se atreve a acusar de sospechosos a mis señores! Aunque yo esté por debajo suyo... ¡usted está enterrado al comparar su posición con la de ellos! ¡así que cierre la boca y guarde silencio a lo que el rey y la reina le dicen! ¡porque si le ponen precio a su cabeza por desacato, yo seré el primero en buscarle! —gritó. Todos los nobles del lugar le lanzaron miradas de rechazo, ¿cómo podría alguien amenazar a un m*****o de la iglesia? Aquello merecía un castigo sin perdón; más Everard fue un guardia con suerte. Porque el rey Alexander y la reina Emilia se rieron por lo bajo. —Efrain, ¡ja, ja, ja! —comenzó a decir Emilia quitándose la diadema—; Margaret nos hablará pronto, no desesperes. El cura negó con la cabeza. —Estáis cometiendo un error fatal —dijo, y seguido de esto salió del salón dando pistones con una mueca de enfado en el rostro. Qué inmaduro. Y mientras esto sucedía, los reyes veían al guardia Everard con aprobación.
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