Capítulo 06

405 Words
Esa tarde, en los frondosos límites del territorio Zafiro, una temeraria mujer llegaba con la frente en alto e iba velozmente en su yegua pinta,tan robusta y fuerte como quien la montaba con gritos de ánimo y prisa. «¡Arre, arre, Lanza...!» gritaba; «¡..que si no llegamos a tiempo el infierno nos alcanza!». Esta mujer, asustada por el mensaje de emergencia que había recibido de parte de la agraciada y amable Margaret, reina de los Zafiro, casi sollozaba de angustia. Usaba una aterradora armadura de hierro cubriéndole y protegiéndole de todo lo malo, pero nada podía protegerla del sentimiento de culpa que le presionaba el pecho mientras se aferraba al caballo. Una jovencita con un código de Hierro, clase herrera de soldados muertos que ya no existía más. Elena chilló abrazándose al cuello de su yegua, a la cual había visto crecer desde potrilla. Había algo que la atormentaba e iba camino a ello, a reencontrarse con sus tormentos; ¿cómo podría manejar aquello ella? Una jovencita que parecía haber revivido de entre los muertos, en esa parte del mundo, en esa nación... ¿cómo demonios era aquello posible? ¿era la magia negra de su hermana enloqueciendola hasta buscar su muerte? ¿buscaba matarle? ¿Es que acaso no tenía piedad alguna de su miseria? Dentro de tanto llanto y arrepentimiento, Elena haló de mala forma la cuerda con la que guiaba a Lanza, la yegua, y el animal soltó un fuerte relincho alzando sus dos patas delanteras al aire echando a Elena atrás, haciéndola caer sobre el barro del camino de tierra que atravesaba el bosque; la mujer pegó un grito de sorpresa y dolor, si que había sido un buen golpe a sentón. Su cabello corto y blanco se había ensuciado, su armadura resonó y sus lágrimas se veían entre la suciedad de lo ocurrido. Dios sabía que ella había intentado con toda sus fuerzas y voluntad salvar a su gente, Dios sabía que ella había intentado salvar al pueblo de hierro y a todos sus combatientes atravesados por Rubíes; así que con voluntad de hierro la cual llevaba en la sangre que le hervía de rencor, se puso de pie e ignorando toda la suciedad saltó casi heroicamente sobre el lo de la yegua y comenzó a cabalgar; estaba en camino, camino a lo que la atormentaba antes de que le alcanzara el infierno. Aún estaba a tiempo.
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