CAPÍTULO 06

4970 Words
La mujer extranjera siguió mirando atentamente a los presentes. Está se inclinó hacia adelante esperando una respuesta a su pregunta; ¿es que acaso ellos no iban saliendo de el palacio en vez de ir por el camino contrario de vuelta a el tal y como lo habían dicho Elena, Ruth y Eugene? Pues esta mujer no era nada tonta y sabía que estaban mintiendo o al menos tenía la sensación de que así era. Ruth no pudo quedarse quieta en ese momento. Los nervios le tenían tan ahogada que no tuvo más opción que reaccionar al instante. Fue casi como algo intuitivo, una reacción natural entre la incomodidad y su deseo por salvarse el cuello. La niña tomó un respiro y se hizo notar. —Sí, eso dijo mi compañero —y asintió con su cabeza junto con una sonrisita nerviosa e inocente. Seguido de esto tocó el cinturón en el que Eugene llevaba su espada, y comenzó a golpearlo levemente en la pierna, insinuando algo que él no comprendía aún. »Vamos compañero mío, directo al palacio —dijo Ruth—. Andando, andando. Devuélveme mi espada, la de zafiro. Ya lo sabéis, como yo soy un Zafiro mi espada también lo es. Desde aquí vamos directo al palacio. No es así? —sonrió en dirección al pelinegro y este alzó una ceja y abrió los ojos con sorpresa. —Sí, sí, claro... tú espada, por supuesto. Tuya, no mía -le siguió la corriente el muchacho, pero en el fondo estaba furioso de que Ruth le quitara su única arma. ¿Es que acaso no lo entendía? Si a esa mujer Esmeralda se le ocurría abalanzárseles encima entonces, ¿cómo iba ella, una joven tan pequeña, blandir una espada en contra del enemigo? Solamente él podría hacerlo, o en todo caso Elena con la suya, pero se sentía inútil si la jovencita lo estaba desarmando. Tal parecía que Ruth era demasiado estúpida estratégicamente hablando. Seguido de esto el guardia real no tuvo más opción que seguirle la corriente a la joven morena, quien extendió sus manos como si realmente supiera lo que significaba manejar una espada. Eugene con toda su paciencia del mundo le entregó el arma lentamente y habló con su mirada; parecía decir que debía cuidarla con su alma o sería su fin. Casi, casi que su mirada gritaba: «si a esta cosa le ocurre algo la usaré contra ti». O al menos eso fue lo que Ruth imaginó cuando le vio. Después de todo en su imaginación sus pensamientos estaban distorsionados por el hecho de que este la había herido por accidente antes, pero ahora que analizaba que había sido por accidente realmente no pensaba que el muchacho fuera capaz de usar la espada en contra suya sí a esta le pasaba algo. ¡Es obvio que solamente estaba exagerando! Además la reina Margaret le había ordenado que la protegiera a Elena y a ella, no tendría sentido. Elena observando la situación (todavía despistada y algo confundida) lleva su atención a Eugene lanzándole una mirada de duda, como preguntándole: «¿qué diablos? ¿por qué volvemos al inicio?». Mientras, Ruth tenía la espada que pesaba más de lo que ella creía y la apoyó en el suelo para disimular que no sabía cómo llevarla consigo sin tambalearse y parecer tonta. Entonces, la herrera giró un poco y vio a la extranjera con la que había estado hablando. Honestamente esta le caía bastante bien, pero dado lo que acababa de ver, por fin cayó en cuenta de que algo raro sucedía, sobre todo con el comentario insistente de Ruth insinuando que ella era un Zafiro. Técnicamente podía serlo, una Zafiro. La ropa que llevaba la joven era negra y eso era muy común bajo los uniformes y las armaduras azules de los Zafiros reales, así que no habría sospecha alguna. Y ya que el suéter le cubría su marca de «número de acceso», no podía verse que el código comenzaba con «H» y no con una «Z» tal y como debería ser o mejor dicho, como Ruth estaba intentado aparentar. —Así que... —comenzó a decir Elena—, iremos directo al palacio. Volveremos con Margaret tal y como ella no los pidió. De hecho, nos están esperando justo allá... ¿no es cierto? —Sí, así mismo es. Así que ya nos vamos. Andando —dio la orden Eugene tomando los hombros de Ruth, quién se puso nerviosa al tener que caminar con la espada encima. Comenzó a dar los pasos siendo arrastrada por el pelinegro; de todos modos no tenía otra opción. »Vamos, vamos, vamos. Se nos hace tarde —continuó diciendo el muchacho—. Señorita extranjera usted puede ir hacia los guardias de la frontera o si lo desea puede esperar aquí mismo, puesto que mandaremos a alguien para demostrar nuestro apoyo a tus honestas palabras, ¿no es así, muchachas? —preguntó con una falsa sonrisa amigable. —¡Sí! Claro. Por supuesto. ¡Nosotras encantadasl Así mismo debe ser —diieron ambas al unísono, todo una mentira para salir corriendo de ahí cuanto antes. Eugene se acercó a su caballo y Elena tomó de la cuerda de su yegua, Flecha. Por el momento parecían haberse deshecho de las preguntas insistentes de la extranjera, quién sin rechistar asintió, se cruzó de brazos y espero pacientemente a que los tres se alejaron de ella. Pronto Eugene insistió en subir a Ruth a su caballo. En el camino el guardia cada vez comenzó a susurrar cada vez más y más rápido para decirle con seguridad a Elena lo que había ocurrido. Así que comenzó a decirle: —Es que no sabes lo que ha pasado —y se exaltó—, que Ruth ha encontrado algo muy, muy malo dentro de la carreta. Parece que todo esto es un cuento horrible para tratar de engañarnos y ganarse nuestra confianza tal y como parecía que se estaba ganando la tuya. —i¿Mi confianza?! —cuestionó Elena ofendida. No seas ingenuo, Eugene, no se estaba ganado mi confianza, simplemente estaba tratando de ser hospitalaria para darle una buena impresión a los que van bajo el nombre de Margaret —dijo. »¿Qué tal si le hubiera tratado mal y le hubiese puesto agresiva? ¡No nos habríamos deshecho de ella ni de las miradas acusadoras del resto de las naciones jamás! —vociferó Elena— Y la noticia de que somos unos maleducados y que no recibimos extranjeros podría ser noticia de r*****o a través de los sistemas, porque sabes bien que la información a través de los sistemas se corre bastante rápido, aterrador terminar ahí. —Exactamente eso tenemos que discutir —dice Eugene. »Verás —y una vez dicho eso comenzó a sacar la esmeralda de su bolso, donde el hurón seguía metido; por un momento se lastimó con sus garras, pero logró sacar la piedra. Entonces (es que Ruth aún no entendía cómo era que funcionaba tal cosa) Eugene amplió una pantalla holográfica que a diferencia de la de Margaret la morena había notado que esta tenía una luz verde y no azul neón, sino un verde chillón muy resaltante. Lo primero que se mostró fue la foto de su rostro. —Oh, demonios —maldijo la herrera entre dientes; ya podía oler que algo muy malo estaba pasando. Se sintió tonta por haber entrado en confianza con aquella extraña. Casi casi que le cuenta sus hazañas, (si es que realmente existían). Aquella mujer se veía tan agradable que no puedo creer que realmente fuera todo una farsa —continuó diciendo Elena. —No sabría decirte, todo esto es muy sospechoso, pero tenemos que volver al palacio y decirle a Margaret —dijo Eugene—. Es obvio que no podemos emprender un viaje nosotros tres solos, no con gente así rodeando el bosque y mucho menos cuando salgamos de los límites de la nación Zafiro. Estaremos más desprotegidos que nunca y si esto se ha regado por todo el sistema cualquiera podría estar buscándonos, así que podríamos ser emboscados en cualquier momento a pocos metros de la frontera o incluso un poco más lejos. Tal vez hayan campamentos esperando y no pienso arriesgarme a ello —insistió Eugene mientras le arrebataba su espada a Ruth, que le había estado llevando entre manos encima de su corcel. »No voy a permitir está tontería. Buscaré la forma de alcanzar a Everard antes de que salga del reino. Comprendo que debería Volver al reino de los Ópalos, pero necesito que tengamos el mayor apoyo posible, tal vez incluso ese tipo Rubí sepa algo de lo que está sucediendo. ¿Es que Acaso no trae un sistema con él? Incluso yo tengo uno, sólo que lo dejado en casa no... creí que fuera realmente necesario traerlo conmigo. —¿Puedo opinar algo? —preguntó Ruth y como todo este tiempo, fue de vilmente ignorada. Y es que ella no parecía tener opinión ahí. La joven no comprendía nada de lo que pasaba. ¿Por qué la alguien escucharía de todos modos? Incluso ella no era capaz de escucharse a sí misma ni a las voces en su interior que le gritaban quién era cada segundo, pero ella prefería bloquearlo. Ruth en su interior era alguien que debía hablar. —¿Estás loco? —le preguntó Elena al contrario, ¿es que acaso quieres arriesgarte a que este tipo nos engañe el doble? ¿y qué tal si viene acompañado de estas Esmeraldas? Porque mi desgraciada hermana... —A mí no me interesa lo que diga tu hermana, Ágata —le interrumpió Eugene—. A esa bazofia no se le puede llamar reina. —Oigan, de verdad necesito decirles que... —Jamás dije que mi hermana valiera como reina, sólo quería decir que este tipo podría ser un traidor. Es un Rubí. Los Rubies sólo piensan en abarcar todo lo que pidan, y si él está pisando territorio de Los zafiros es porque quiere abarcar este lugar —advirtió Elena con su cabello blanquecino en movimiento—. Incluso si eso significa atacar el dulce corazón de tu reina, porque seamos honestos —atacó—, Margaret puede llegar a ser demasiado ingenua y demasiado blanda. ¡Esa mujer le hizo magdalenas! ¿quién es su sano juicio le hornear magdalenas al enemigo? Es que Acaso tu reina está lo... —No te atrevas —le advirtió Eugene. —¡Cierren la boca y escúchenme los dos! —vocifero Ruth; estaba harta de ser ignorado por ser la más joven, ¡tampoco es que fuera una bebé de dos años sacándose los mocos y babeando el suelo! »Yo sugiero que hagamos lo siguiente... —y una vez dicho eso Elena y Eugene se miraron entre sí y se partieron a carcajadas. —Los adultos estamos hablando —dijo Eugene—. No te preocupes, todo va a estar bien mientras vayas sobre mi caballo. Ruth frunció el ceño con esa respuesta; se sentía infravalorada. Sobre el trote del caballo, enloqueció por un momento y se bajó de él incluso estando en movimiento, aunque después de todo tampoco es que fuera tan rápido. —¡Yo no quiero esperar a que ustedes hagan conclusiones! ¡yo quiero dar mis propias conclusiones! Porque parece que no saben qué rayos está pasando y si yo tampoco sé qué está pasando y ustedes no saben qué está pasando, ¡entonces estamos al mismo nivel de estupidez o de inteligencia! Así que apreciaría que me escucharan por un momento... Elena levantó una ceja y le miro con orgullo. —Amigo mío, ¡así es como habla una persona que lleva el hierro en la sangre! Aprende un poco a ver si Los Zafiros dejáis de ser tan blandos. Y es que los hierros somos así. Ya decía yo que esta muchacha no tenía nada que ver con nosotros, pero ahora que se ha abierto y hablado mira nada más. Si hasta podría ser una competencia en un duelo de cabezazos —y la herrera sonrío haciendo ruido con los guanteletes de su armadura en el momento que cruzó los brazos. Ruth se limpiaba las rodillas de haber caído al suelo porque bien tonta que era de haberse saltado del caballo como si nada cuando apenas y se pudo subir a él. —Bien. Te escuchamos... ¿qué sugieres? A ver si eres tan lista —fue sarcástico el pelinegro—. A ver si tú nivel de estupidez o inteligencia de verdad está al mismo nivel que la de nosotros dos. —Volver al palacio es ridículo, eso sí es una estupidez. Así que si compartimos la misma idiotez —dijo Ruth y luego continuó explicando lo que tenía en mente—. Si volvemos al palacio todos sabrán que estaremos ahí empezando porque tú se lo has dicho a la mujer Esmeralda, ¿Esmeralda? Ya no sé ni lo que es, ni siquiera sé lo que es una persona de Hierro, un Zafiro, un Rubí; no sé nada. Ni siquiera sé quiénes son los Ópalo o por qué estoy aquí, pero lo que sí sé es que si le has dicho que vamos al palacio ella irá allí de alguna u otra forma... y si nosotros estamos ahí para entonces, invadirán el palacio. Es algo que podría pasar por culpa tuya y por culpa de Elena, ¡por bocones! »Y no sé ustedes pero yo no estoy lista para perder la batalla de lo que sea que esté ocurriendo aquí. Lo que sí sé es que me están buscando y si esa persona es dueña de esa piedra que tú tienes en la mano... —dijo la muchacha que señaló a la mano de el guardia real de los Zafiros—. Sí esa mujer es la dueña de esa cosa —exageró moviendo sus brazos de un lado a otro, entonces ya habrá notado que yo soy la muchacha de la foto. Y a lo mejor simplemente habrá disimulado para no meterse en problemas, ¡porque su carreta está rota o porque está desarmada o porque no están sus caballos y no hay nada! —gritó histérica. Quién diría que una mujer tan pequeña como ella tendría una voz tan estridente, si es que hasta parecía que daba órdenes. »Estoy harta de todo esto... ¡volver al palacio como ya dije es una estupidez Así que si estás a mi nivel y te lo tragas! Elena curvó sus labios y luego miró en dirección al guardia real; comenzó a reírse con fuerza, ¡casi que se sostenía la panza de la risa y que se tiraba al suelo por un momento! Incluso soltó la soga con la que sostenía a su yegua. Elena podría jurar que si los caballos fueran animados como en los cuentos incluso ellos se estarían riendo de Eugene. —¡Bueno, bueno, bueno! —vociferó Eugene Ya escuché las acusaciones, pero no escucho las soluciones-trató de darle la vuelta al marcador e hizo la siguiente pregunta: ¿tú qué sugieres que hagamos entonces? Ruth se paró firme y respondió: —Puedes ir hacia otro lado. Si no podemos salir de la frontera y no podemos volver al palacio podríamos ir al pueblo o cambiar de estado, o cualquier otra cosa —dijo—. Aunque supongo que en otros estados también nos podrían estar esperando... —pensó detenidamente—, lo mejor sería quedarnos dentro del pueblo en una casa común y corriente, y no algo que llame tanta atención como un gigante y centralizado palacio real ¡Es demasiado evidente! >>Ambas deberíamos ir al pueblo y tú, Eugene, deberías volver al palacio a informar a Margaret. —Así que sugieres que desobedezca a Margaret dejándolas libres por el pueblo a meterse quién sabe en dónde —dijo Eugene, sarcástico—. También podría haber más personas, porque te recuerdo que Zacarías, ese tipo raro de los rubies entró al pueblo en primer lugar y entonces Margaret me regañará por haberla desobedecido y cortará mi cabeza a plena luz del día. —No seas ridículo, la niña tiene un punto y la verdad yo estoy de acuerdo —le interrumpió Elena—. Si que fue estúpido de nuestra parte, pero es porque yo no me estaba dando cuenta de lo que sucedía —explicó—, de haber sabido que esa mujer tenía algo malo no habría confiado en ella y tampoco le habría dicho que íbamos directo al palacio. »También es estúpido creer que Margaret te castigará por esto. Ella es incluso blanda con el enemigo, ¿por qué sería ruda contigo? —dijo Elena—. Yo estoy segura de que ella lo va a entender cuando le expliques esto. Estará feliz de que hayas hecho caso a la sugerencia de Ruth e incluso que tú le dieras una oportunidad. ¿Tal vez querrías colaborar un poco con nosotras...? Después de todo si lo ponemos a voto común el único inconveniente eres tú... dos contra uno, no puedes competir con eso. —¿Es que acaso sois unas arpías de repente? Ustedes dos... ¿qué pasa con vosotras dos? ¿quieren que me maten por no cumplir una orden directa? —cuestionó el pelinegro. —Ya te lo he dicho, nadie va a castigarte, de hecho esto es una buena idea... ya que Ruth no sabe cómo orientarse dentro del pueblo yo me aseguraré de buscar un lugar —se ofreció la ex soberana de Hierro—. Seguro no podemos ir a una posada, eso también sería demasiado obvio. Tal vez se lo pidamos a alguien, después de todo mucha gente ya me ha visto entrar y me conoce y ayudarán incluso si no les explico cuál es la situación exactamente —Elena continuó—: contando de ofrecerles algo valioso relacionado con la realeza, todos estarían encantados. —Eso es cierto —afirmó Ruth—. Una mujer me regaló una bolsa de frijoles sólo porque parecía que yo la necesitaba mucho y me ha hecho prometerle invitarla a una especie de baile. Parece que cualquier persona del pueblo estaría dispuesto a hacernos un favor sí parece que damos la talla de ser de la realeza y que le daremos un favor real a cambio. Estoy segura de que a Margaret no le importará dar algunas invitaciones reales para que esto salga bien. —Está decidido, somos la mayoría, estamos en tu contra, así que sugiero que te pongas en este lado o la pasarás mal al fin y al cabo —insistió Elena sonriente—. ¡Está hecho, amigo! —exclamó al final. »Muy bien, andando. Vamos por aquí —le dice Elena Ruth jalandola de la mano; ambas iban camino al pueblo, separándose de Eugene, ya que debían ocultarse si no querían ser perseguidas por los extranjeros que habían visto anteriormente. Algo le daba mala espina a Elena, pero ella se mantenía estable. No había ningún obstáculo que no pudiera superar. —Dentro de lo que cabe mi idea no es tan mala, ¿no es así? —preguntó Ruth. —Que no se te suba la cabeza, mocosa —Elena rió con calidez—. simplemente quería sacarme a Eugene de encima. Verás, él no me cae demasiado bien, es que es demasiado quisquilloso, demasiado sobreprotector... aún así estoy consciente del peligro en el que estábamos, eres bastante lista en realidad —le halagó. —Gracias —balbuceó Ruth apenada. Estaba orgullosa de haberse hecho notar y de no haberlo hecho tal vez habría pasado algo malo. ¿Habría sucedido lo que ella suponía? ¿la invasión del palacio, las ruinas de este, la captura de la reina Margaret? De no haber tenido el valor de dar un punto de vista objetivo y lógico la diferencia sería que las cosas habrían salido mal después de todo. Había que decirlo; aunque aquello domaba como una buena idea la verdad era que esta idea todavía no estaba completada. ¿Qué tal si ir al pueblo no funcionaba? ¿qué tal si había gente esperándolas dentro del pueblo? ¡Eso no lo había pensado! Y al hacerlo Ruth dudó de su liderazgo. ¿Cómo se le ocurre haber dado una idea tan poco clara? Ella no tenía la posición para hacerlo. Pero había algo en el interior de Ruth que la hacía tomar decisiones mentalmente, y lo hacía con precipitación y de la nada. Era muy extraño; en el momento que se despertó parecía tan desorientada e indefensa que ni siquiera sabía tomar una decisión como para ponerse de pie y caminar por su cuenta, ¿y ahora? Ahora sentía la tediosa necesidad de gritar órdenes a lo loco, de caminar y correr a todos lados, y sin siquiera preguntar ir y escabullirse entre los caminos del mercadillo como si se los conociera de memoria... ¿sería posible que si lo estuvieran? ¿en su memoria? Y entonces supo que no era la primera vez que veía a Elena. Lo supo mientras la veía hablar un pueblerino sin nada de especial. Y eso le asustó. —Estoy teniendo un extraño déjà vu —dijo Elena con una mueca divertida en dirección a Ruth, esto mientras se arropaba hasta el cuello y la luz de una lámpara a gas hacia ver su cabello blanquecino como un rubio dorado. Ruth le sonrió de vuelta porque comprendía la intención de la contraria. La situación era algo tensa y rara, por lo que la herrera trataba de tratarla como se lo haría a un niño; como si todo andara bien. Pero la joven no necesitaba eso, no requería de tratos cuidadosos para mantener la calma. Ella estaba en calma ahí, del otro lado de la habitación no tan lejos de Elena, en otra cama. Lo que sí que no comprendía es por qué un déjà vu en ese instante. ¿Por qué algo relacionado con ella le resultaría familiar a la contraria? Si no se conocían. Era algo que sólo Elena podría saber. Pero al ver su mirada de ilusión en dirección al techo, la morena sospechó que Elena tenía un recuerdo nostálgico que probablemente no le contaría jamás. Y lo que sabía era que al parecer ella hacia que la mujer de hierro volviera a algo, en su mente, que ya no podía repetir. Algo feliz, por su actitud de calidez. —¿Tiene sueño? —preguntó Ruth contagiada de un recuerdo que no era no era suyo. Elena bostezó casi a propósito (pero fue un bostezo real al final), y seguido esto giró la pequeña perilla de la lámpara de gas, apagando la la llama en ella. —Debemos salir muy temprano, prácticamente de noche —dijo la herrera a modo de respuesta—. No pegues tanto esas pestañas ni te enrolles demasiado en las mantas. Te despertaré en pocas horas y saldremos de aquí como un rayo soltado por accidente —¿se refería a dios cometiendo un error? Sea como sea, Ruth asintió en medio de la leve luz nocturna que entraba por la ventanilla de la habitación y se cubrió hasta los hombros. °°° Ruth miró hacia abajo con una mueca de duda. Alzó su mentón y tragó saliva. Se sujeto de el borde de la ventana y observó a Elena a su lado, quien se mantuvo de brazos cruzados y le lanzaba miradas de aburrimiento. —Salta. —Está loca aseguró la joven dando un decidido paso atrás. —No estoy loca, soy una visionaria —contestó la mujer de cabello blanco; esta se acomodó su armadura amarrando las cuerdas de la parte metálica de sus brazos con los dientes y continuó—; lo que pasa es que desde arriba todo se ve más lejos, ya verás que desde abajo está justo ahí mismo. Lo verás cuando saltes, pero deberías hacerlo ahora. estas personas están a punto de despertar y no queremos problemas, ¿o si? —¡No voy a saltar! —susurró Ruth alterada—. Si llego a ver la diferencia será porque tengo las PIERNAS ROTAS. Elena asintió, sonrió aceptativa, le rodeó de los hombros con una la misma expresión agradable... Y empujó a la joven de espaldas a la tierra, dónde esta soltó una bocanada de aire seguida de un chillido de dolor, que no era grave, pero dolor es dolor de todos modos. —¡¿Se ve más cerca?! —preguntó Elena desde la ventana. —¡CLARO QUE NO! —gritó Ruth. Ruth se tambaleaba por todo el camino, mientras el sol salía y Elena le escoltaba a través de la luz mañanera. Las piernas de la joven dolían, como un calambre espantoso que subía desde sus rodillas hasta sus muslos; ¿quién no se sentiría así después de saltar de un segundo piso? —¿Parece que estoy cojeando? —preguntó la morena aterrada, pues por un momento sintió la presión de sus rodillas hacerse más notable. —¿Cómo? —cuestionó Elena alzando una ceja y detuvo la marcha— ¿Aún te duelen las piernas? Ah... demonios. No parece que cojees, estás caminando bien. De haber sabido que te siguen doliendo habríamos hecho una parada hace rato. —¿Qué esperabas después de empujarme desprevenida de un segundo piso? —preguntó Ruth, pero su tono fue dócil, sin ánimos de acusar a nadie—. Estoy haciendo un esfuerzo por caminar rápido, debí decirlo. —Caminemos hasta la plaza y descansemos unos minutos... —sugirió la herrera y su cabello blanquecino se meció a la vez que señalaba un camino a la izquierda de ambas— siempre hay muchas personas a estas horas de la mañana, al menos sí cada vez que vengo de visita —explicó—. Podemos mezclarnos con el pueblo. Será sencillo —afirmó aunque no tenía la certeza; esta era su naturaleza. Ruth observó el caminillo de tierra y se hundió de hombros con una expresión confusa en el rostro. No es como que ella supiera cuál era la mejor opción en ese preciso instante. Parecía que toda esa nube de liderazgo que había pasado sobre su cabeza mientras discutía con Elena y Eugene se disipó en el aire hasta desaparecer de su mente. Ya no sentía esa confianza de tomar decisiones y eso le hizo adoptar una especie de actitud sumisa y poco pensativa. Como borrego perdido; como cuándo despertó en la cueva sin identidad ni nombre. —Está bien por mi —y no dijo nada más. Elena notó su sentir y casi hasta se sintió contagiada por este. Ruth mantenía una mirada poco profunda, dirigida a sus zapatos llenos de barro, manteniendo un semblante friolento. La mujer de hierro dio dos largos pasos al frente y tomó a la joven de su hombro derecho sólo para oírle decir con mucho sentimiento: —Me siento afligida porque no podré llegar a la ceremonia —y una vez eso salió de su garganta, Ruth se tapó la boca violentamente como si acabase de gritar una mala palabra. La angustia se asomó en la expresión de Elena, quién con susto le soltó del hombro al escuchar aquella oración tan específica y que ahora para ella tenía un peso de carácter fúnebre; aquella situación que describía inocentemente la joven muchacha se trataba de un evento significativo, uno que simbolizaba el día en el que Elena guió a cientos de personas a derramar sangre en una tragedia irremediable e indescriptible. Su pueblo, nacido para vivir libremente, terminó siendo el centro de un matadero que nació debajo de la oscura sombra de su culpa y la brillante mirada asesina de su hermana, Ágata. El mundo estaba hecho de las ambiciones de los más fuertes y un ejército categórico de metales no podía tener un gran peso en ello. La calumnia que ideó su cruel hermana le había abierto una herida en el alma que jamás de iría de ella ni de todos los enterados de la caída de toda una nación. Y así, con ese sentimiento desgarrador, giró a Ruth para poder verle de frente y se posó delante de ella estando en cuclillas, dispuesta a quedarse en medio del sitio llamando absurdamente la atención; el sentimiento que le causaba imaginar que alguien, al menos una vida, se salvó de la cuchilla mortal de las manos de los Rubíes le causaba una de las sensaciones más tristes y aliviantes que podía sentir un ser humano en busca de su descanso mental. Elena tragó saliva aguantando la presión de su garganta, pero su nariz enrojeció, sus ojos se abrillantaron y sus cejas le delataban por completo la intención; llorar no era para la ex soberana de los Hierro, no señor. No ahora, no en ese momento que dormía bajo techo y comía a diario, bañándose y vistiendo con ropajes limpios y mostrando armaduras nuevas. No tenía el derecho de llorar mientras sus iguales estaban bajo tierra, alimentando la poca vegetación junto a la nieve de su hogar, con las tormentas de nieve apagando el fuego de sus propias fogatas nocturnas en la ruinas de el centro de las almas Herreras que velaban por la seguridad del lugar. —Niña... —balbuceó la mujer con el dolor reflejado en sus ojos. ¿Recuerdas cómo nos preparamos para la ceremonia de fin de mes? ¿sí? —y sonrió levemente, y sin poder evitarlo ese dolor de resbaló por la piel de sus mejillas. Ruth se sobresaltó y posó sus manos en los hombros de la contraria, mientras esta mencionada sorbía de sus mocos y se limpiaba con sus manos las lágrimas. —¿Cuál ceremonia? —preguntó perdida en sí misma. ¿A dónde no había llegado?
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