Escena VII
Interior del palacio del Inca.
(PACHACÚTEC, OLLANTA y RUMI-ÑAHUI se sientan.)
PACHACÚTEC.- ¡Oh nobles!, digo que ya llega el buen tiempo para que todo el ejército salga con dirección a Colla-Suyu, pues ya Chayanta está listo para salir con noso-tros. Que se preparen y afilen sus flechas.
OLLANTA.- ¡Oh Inca! ¿Cómo se han de sostener esos cobardes?, pues el Cuzco y sus montañas se levantarán contra ellos, como también ochenta mil soldados, que los espe-ran prontos al sonido del tambor y tañido de las bocinas. En cuanto a mí, tengo mi maccana afilada y escogida mi maza de armas.
PACHACÚTEC.- Aún no daré mis órdenes, para que algunos puedan ser persuadi-dos; porque podría haber muchos que amen demasiado su sangre.
RUMI-ÑAHUI.- Al ordenar Chayanta que se reúnan todavía los más valientes, para obligar a los yuncas a que limpien los caminos y que se vistan de cuero, estoy convencido que con esto ha mostrado un corazón pusilánime, que disfraza su cobardía, no queriendo que se marche a pie antes que las salidas se hallen expeditas. Ya que están muchísimos prontos para cargar las llamas, partiremos al combate; pues nuestro ejército está listo.
PACHACÚTEC.- ¿Pensáis que salís acaso al encuentro de feroz serpiente, y que vais a levantar aquella nación? Los llamaréis primero con dulzura, sin derramar sangre, ni des-truir a nadie.
OLLANTA.- Yo también he de marchar. Todo lo tengo preparado; pero mi corazón tiembla delirando en un pensamiento.
PACHACÚTEC.- Dímelo aun cuando pidas el regio cetro.
OLLANTA.- Escúchame solo.
PACHACÚTEC.- Valiente general de Anan-Suyu, descansa en tu palacio y regresa mañana cuando te llame.
RUMI-ÑAHUI.- Tu pensamiento es el mío: que se cumpla en el acto.
(Vase.)
ESCENA VIII
OLLANTA.- Bien sabes, poderoso Inca, que desde mi infancia te he acompañado, procurando siempre tu felicidad en la guerra. Mi valor te ha servido para que impongas tu poder a millares de pueblos. Por ti he derramado siempre mi sudor: siempre he vivido en tu defensa: he sido sagaz para dominar y sojuzgarlo todo. He sido el terror de los pueblos, pues nunca he dejado de caer sobre ellos sino como una maza de bronce. ¿Dónde no se ha derramado a torrentes la sangre de tus enemigos? ¿A quién no ha impuesto el nombre de Ollanta? He humillado a tus pies a millares de yuncas de la nación anti, para que sirvan en tu palacio. Venciendo a los chancas, he aniquilado todo su poder. También he conquistado a Huanca-Huillca, poniéndolo bajo tus plantas. ¿Dónde Ollanta no ha sido el primero en combatir? Por mí, numerosos pueblos han aumentado tus dominios: ya sea empleando la persuasión, ya el rigor, ya derramando mi sangre, ya por fin exponiéndome a la muerte. Tú, padre mío, me has concedido esta maza de oro y este yelmo, sacándome de la condición de plebeyo. De ti es esta maccana de oro, tuyos serán mis proezas y cuanto mi valor alcance. Tú me has hecho esforzado general de los antis y me has encomendado el mando de cin-cuenta mil combatientes; de este modo toda la nación anti me obedece; en mérito de todo lo que te he servido, me acerco a ti como un siervo, humillándome a tus pies para que me asciendas algo más, ¡mira que soy tu siervo! He de estar siempre contigo, si me concedes a Ccoyllur, pues marchando con esta luz, te adoraré como a mi soberano y te alabaré hasta mi muerte.
PACHACÚTEC.- ¡Ollanta! Eres plebeyo, quédate así. Recuerda quién has sido. Mi-ras demasiado alto.
OLLANTA.- Arrebátame de una vez la vida.
PACHACÚTEC.- Yo debo ver eso: tú no tienes que elegir. Respóndeme: ¿estás en tu juicio? ¡Sal de mi presencia!
(Vanse OLLANTA, compungido, y luego PACHACÚTEC.)
ESCENA IX
Lugar solitario de Cusi-Patal.
(Sale OLLANTA, conmovido.)
OLLANTA.- ¡Ah Ollanta! ¡Así eres correspondido! Tú que has sido el vencedor de tantas naciones; tú que tanto has servido. ¡Ay, Cusi-Ccoyllur! ¡Esposa mía! ¡Ahora te he perdido para siempre! ¡Ya no existes para mí! ¡Ay princesa! ¡Ay paloma!... ¡Ah Cuzco!, ¡hermoso pueblo! Desde hoy en adelante he de ser tu implacable enemigo: romperé tu pe-cho sin piedad; rasgaré en mil pedazos tu corazón; les daré de comer a los cóndores a ese Inca, a ese tirano. Alistaré mis antis a millares, les repartiré mis armas y me verás estallar como la tempestad sobre la cima de Sacsa-Huamán. ¡El fuego se levantará allí y dormirás en la sangre! Tú, Inca, estarás a mis pies, y verás entonces si tengo pocos yuncas y si al-canzo tu cuello. ¿Todavía me dirás: «no te doy a mi hija»? ¿Serás tan arrojado para hablarme? ¡Ya no he de ser tan insensato para pedírtela postrado a tus pies! Yo debo ser entonces el Inca, ya lo sabes todo; así ha de suceder muy pronto...
Escena X
Sale PIQUI-CHAQUI.
OLLANTA.- Ve, Piqui-Chaqui, y dile a Cusi Ccoyllur, que esta noche me aguarde.
PIQUI-CHAQUI.- Fui ayer por la tarde y encontré su palacio abandonado. Pregunté y nadie me dio razón de ella. Todas las puertas estaban cerradas. Nadie moraba allí y ni un solo perrito había.
OLLANTA.- ¿Y sus domésticos?
PIQUI-CHAQUI.- Hasta los ratones habían huido no hallando qué comer; sólo los búhos sentados allí dejaban oír su canto lúgubre...
OLLANTA.- Tal vez su padre se la ha llevado a esconderla en su palacio.
PIQUI-CHAQUI.- Quién sabe si la ha ahorcado y ha abandonado a la madre.
OLLANTA.- ¿Nadie ha preguntado ayer por mí?
PIQUI-CHAQUI.- Como cosa de mil hombres, te buscan para prenderte.
OLLANTA.- Sublevaré entonces toda mi provincia: mi diestra demolerá todo; mis pies y mis manos son mi maccana; mi maza arrasará sin dejar nada.
PIQUI-CHAQUI.- Sí, yo también he de pisotear a ese hombre y aun le he de quemar.
OLLANTA.- ¿Qué hombre es ése?
PIQUI-CHAQUI.- Digo que Orcco-Huarancca, el que ha preguntado por ti.
OLLANTA.- Tal vez se dice que el Inca me manda buscar, pensando que esté furio-so.
PIQUI-CHAQUI.- Orcco-Huarancca; no el Inca: abomino a este hombrecillo.
OLLANTA.- Ella ha desaparecido del Cuzco; mi corazón me anuncia y el búho me lo avisa.
PIQUI-CHAQUI.- ¿Dejaremos a Ccoyllur?
OLLANTA.- ¿Cómo he de permitir que se pierda? ¡Ay Ccoyllur! ¡Ay paloma!
PIQUI-CHAQUI.- Escucha esta canción. ¿No hay quién la cante?
(Se oye música dentro.)
Perdí una paloma que yo amaba,
la perdí en un momento.
Búscala en todas partes,
en todos los lugares.
Como mi amor tiene una cara tan hermosa
la llaman Ccoyllur:
como es bella,
le va bien el nombre.
Como la luna en su esplendor,
cuando brilla
en lo más alto del cielo
es radiante su faz.
Sus trenzas caen
por su frente
tejiendo dos colores: blanco y n***o.
Es una hermosa visión.
Sus cejas suaves
matizan su cara:
son como el arcoiris.
Sus ojos son como soles en su cara.
Sus penetrantes miradas
causan alegría o tristeza;
y aunque es amada y adorada
hiere mi corazón.
El achancaray florece en su mejilla
blanca como la nieve,
como aparece en el suelo
la nieve.
Se regocija el corazón
al ver su boca hermosa;
el eco de su deliciosa risa
difunde alegría.
Su grácil cuello es como el cristal,
o como la nieve sin mancha.
Sus pechos crecen
como el algodón en flor.
Sus dedos son como estalactitas de hielo:
mientras los miraba
y ella los movía,
me deleitaron.
OLLANTA
(Canta.)
¡Oh, Cusi-Ccoyllur!
Reconozco esa música
ya que describe su belleza;
el dolor que me trae
no me abandona.
Si te pierdo
me volveré loco.
Si te alejan de mí,
me moriré.
PIQUI-CHAQUI.- Tal vez han muerto a Ccoyllur; ya no brilla de noche.
OLLANTA.- Puede suceder que el Inca sepa que Ollanta está ausente, que todos le han abandonado y se han convertido en sus enemigos.
PIQUI-CHAQUI.- Todos te quieren porque eres liberal; con todo el mundo eres pródigo, pero conmigo mezquino.
OLLANTA.- ¿Para qué quieres?
PIQUI-CHAQUI.- ¿Para qué ha de ser? Para algo; como para regalar vestidos, para parecer caudaloso y también para imponer.
OLLANTA.- Sé valiente; con eso, te tendrán miedo.
PIQUI-CHAQUI.- No tengo cara para ello, porque siempre me estoy riendo; siempre soy muy ocioso. Sé bizco que yo no lo seré. ¿Qué p**o viene sonando desde lejos?
OLLANTA.- ¡Tal vez me buscan! ¡Adelante!
PIQUI-CHAQUI.- ¡Ay!, me voy a cansar.