El lugar de la exhibición está lleno de gente que observa las obras en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Llego puntual, buscando entre la multitud, y cuando, la veo, algo en mí se ilumina.
Está frente a un cuadro, con los brazos cruzados y una expresión de seriedad que no me esperaba. El cabello oscuro le cae en suaves ondas y lleva un vestido sencillo, sin pretensiones, pero que la hace destacar de una manera única. Ella es distinta en cada sentido, y eso es lo que me mantiene en esta extraña y adictiva expectativa.
Me acerco y, sin tocarla, me coloco a su lado. Ella se percata de mi presencia pero no se gira, sino que sigue observando el cuadro.
—¿Qué te parece? —le pregunto, intentando romper el hielo.
—Confuso... —Suspira, aún sin mirarme—. Como tú.
Sonrío y aprovecho su respuesta para meterme en la conversación.
—¿Ah, sí? Bueno, eso me hace aún más interesante, ¿no?
Ella gira los ojos, pero esboza una pequeña sonrisa.
—¿Siempre tienes que ser tan… seguro de ti mismo? —pregunta, esta vez mirándome directamente.
—¿Eso te molesta?
—No es que me moleste. Solo que… creo que estás acostumbrado a que todo el mundo te admire.
—¿Y tú no? —le digo, desafiándola con la mirada.
Sheyla me sostiene la mirada un segundo, y noto cómo sus ojos tienen esa intensidad que podría hacerme sentir transparente. Se encoge de hombros.
—Digamos que yo no me impresiono tan fácil.
—Y eso me gusta. —Le sonrío y ella me mira con una mezcla de sorpresa y escepticismo.
Seguimos caminando por la exhibición, comentando las obras con una mezcla de honestidad y sarcasmo. La dinámica entre nosotros se vuelve casi… cómoda, como si fuéramos viejos conocidos que simplemente disfrutan el tiempo juntos sin la necesidad de impresionar al otro. De alguna forma, siento que, por primera vez, puedo ser yo mismo con ella.
Llegamos a una escultura abstracta, una pieza en tonos oscuros y formas entrelazadas que tiene algo hipnótico. Nos quedamos en silencio, observándola, y entonces noto que nuestras manos están a solo unos centímetros. Ella debe percatarse de lo mismo, porque veo cómo su mirada se suaviza un instante, y en ese segundo de vulnerabilidad, me atrevo a dar el siguiente paso.
—Sheyla, ¿puedo decirte algo?
—¿Algo honesto, o algo que creas que quiero escuchar? —su voz suena tranquila, pero noto la tensión en su expresión.
—Honesto. —Tomo un leve respiro—. Me encantas, y sé que lo sabes. Pero no puedo evitar querer conocerte más, saber qué es lo que te hace única.
Sheyla se queda en silencio, como si procesara mis palabras con una mezcla de sorpresa y reserva. Después de un segundo, suelta una pequeña risa y desvía la mirada.
—No sé si eres bueno o si eres peligroso, Pablo —murmura, y algo en su voz me indica que está a punto de bajar la guardia… solo un poco.
—¿Por qué no pueden ser las dos? —le digo, bromeando, pero esta vez más suave, más sincero.
Ella me mira, y por un segundo pienso que podría acercarme y besarla, acabar con toda la tensión acumulada desde que nos conocimos. Pero entonces, como si leyera mi intención, ella se aparta, volviendo a cruzar los brazos como si fuera una barrera entre nosotros.
—Esto sigue siendo un juego, ¿verdad? —pregunta, pero en su tono hay una mezcla de inseguridad y expectación.
—No, Sheyla. —Esta vez mi voz suena firme, sincera—. No contigo.
Su mirada se encuentra con la mía, y veo la batalla interna en sus ojos, la mezcla de deseo y de cautela que ha puesto un freno a cada paso que he intentado dar. Ella no confía, no puede darse ese lujo. Pero en ese momento siento que, aunque sea solo por un instante, estoy más cerca de romper sus defensas.
—Voy a pensar en lo que dices, Pablo —murmura, bajando la mirada.
—Entonces, piénsalo bien, porque quiero que me des una oportunidad real —le digo, sintiendo cómo late mi corazón con más fuerza de lo que había previsto.
Ella asiente, y en su expresión veo algo de vulnerabilidad. Y aunque no me dé la respuesta que quiero en este momento, sé que he dejado una huella. Con ella, cada paso parece una conquista pequeña, una victoria silenciosa que me acerca más a su verdadera esencia.
Caminamos juntos hacia la salida, y esta vez es ella quien toma la iniciativa de despedirse.
—Gracias por esta noche. No lo esperaba, pero… —Hace una pausa y sonríe de lado—. Fue diferente. Nos vemos pronto, Pablo.
La veo alejarse bajo las luces de la ciudad, y me quedo parado en la acera, observándola hasta que desaparece de mi vista. Sé que cada encuentro con ella me deja más intrigado, más atrapado en este juego que parece más que una simple conquista.
Porque Sheyla, sin duda, no es como las demás. Y yo estoy dispuesto a probarle, una y otra vez, que hay algo más allá de este juego.