1. Sydney
En la empresa ItaPowell hay muchas reglas, pero sólo una es irrevocablemente imperativa, es decir, jamás puede ser rota. Se trata de Wyatt Powell, el CEO de la empresa, el hombre detrás de todo el éxito de las franquicias Powell que están distribuidas a nivel nacional, su éxito es grande. Entonces, ¿cuál es esa regla que no debe ser rota relacionada con Wyatt? Si trabajas en su empresa debes hacer todo lo posible por jamás cruzarte en su camino, porque dicen por ahí que tiene rayos en sus ojos que pueden quemarte y… Está bien, todos exageran sobre lo que hace Wyatt Powell si alguien se mete en su camino, pero me han dicho que da miedo su mirada, si de repente ese alguien tiene el honor de ser observado por él.
Mi nombre es Sydney Cole, trabajo en la empresa ItaPowell, la sucursal de New York. No tengo idea de cómo llegué a New York desde Cansas, pero todo sobre cómo vivo actualmente, trabajando en tres empleos semanales, es un misterio. Pero no se confundan, no soy una ordenada secretaria aquí, ni siquiera soy como Liam, quien hace el supuesto trabajo sucio en una compañía, tales como comprar el café y desayuno para todos, hacer las infinitas impresiones, donar tu propia camisa si a cualquier otro se le ocurre dejar caer su café encima; Todo eso de por sí es malo, pero yo soy una chica de limpieza.
De cualquier forma, no es como si no estuviera acostumbrada a limpiar la basura de la gente, lo hice por 10 años cuando viví con mis abusivos tíos en Cansas. Pero era lamentable que, ahora que tenía 23 años, no sabía hacer otra cosa que limpiar la basura de los demás.
—Míralos, viejos estirados y abusivos—susurró Emma con aspereza mientras trapeaba una esquina del enorme piso que todos los ejecutivos estirados compartían—. Seguro uno de ellos planea dejar caer su café encima para fastidiar de nuevo a Liam.
Emma ha estado enamorada de Liam desde la primera vez que lo vio, aunque es muy obvio, ella aún no lo admite y él no se da cuenta.
—Liam tiene camisas muy bonitas—bromeé.
Creí que eso la haría reír, pero no funcionó. Ella me fusiló con su mirada.
—Qué bueno que te diviertas a costa de la desgracia de otros.
Sonreí cuando limpié con un pañuelo la pelusa del escritorio que el señor Jack dejó de usar hace dos meses porque había muerto de un infarto. Todavía no conseguían un contador tan bueno como él, supongo, ese anciano llevaba décadas aquí, eso era seguro. Y fue la única persona de aquí, aparte de Viola y Liam que nos trataron bien cuando Emma y yo comenzamos a trabajar exactamente desde hace dos meses y medio. No conviví demasiado tiempo con el señor Jack, pero fue suficiente para que cordial sonrisa quedara grabada en mi memoria.
—Esto es una desgracia—masculló, exprimiendo con fuerza y mirada asesina el trapeador.
—No es una desgracia Emma, es trabajo. Si cada trabajo difícil fuera catalogado como una desgracia, nadie trabajara.
—Odio mi vida—gimoteó.
—Odias tu trabajo.
—Ya—Emma siguió trapeando—. No quiero más sermones, ¿qué tal si esta noche…?
Mi amiga cerró la boca y yo dejé de prestarle atención cuando el mismísimo Wyatt Powell salió de su ascensor privado y mientras observaba su teléfono caminó con aquella elegancia y porte casi imposible de encontrar en el pueblito de dónde vengo. No… en Cansas no hay hombres así. Tragué saliva cuando de pronto se detuvo justo frente a nosotras y levantó su mirada del móvil para observar el vacío escritorio del señor Jack. Enseguida levantó un poco más su cabeza y… Wyatt me miró fijamente a los ojos.
No hubo rayos láser que me quemaron como decían las malas lenguas de la empresa, pero sí sentí que aquella mirada me perforó hasta lo más profundo de mi ser. ¿Cómo alguien podía tener los ojos así? ¿Si quiera eran marrones? Eran tan dorados, un dorado tan acaramelado y claro que hizo que mi boca se hiciera agua. Sí, Wyatt era muy alto y musculoso, ese traje gris le quedaba perfecto, pero, ¿qué importa su físico? Él tenía ese no sé qué que lo volvía diferente, su mirada era feroz, parecía que cuando sabía lo que quería iba por ello sin detenerse, sin excusas. Y, sin embargo, por alguna razón me enfrascaba en creer que había más de lo que podía ver a simple vista en él. Quizá eso debía hacerme verlo accesible, pero en realidad lo sentía inalcanzable.
Me quedé ahí con Emma, ambas congeladas como un tempano de hielo del polo norte. Yo no podía respirar correctamente, era verdaderamente intimidante; pero lo que fácil llega, fácil se va. Wyatt dejó de mirarme y continuó su camino hacia su oficina.
—Dime por favor que este no es el cielo, que no hemos muerto, que su mirada de rayos láser no nos ha matado a ambas.
Le di un empujón a Emma, pero no dijera nada, apenas si podía hablar correctamente.