Capítulo 9
Una tensión vacía se siente en el comedor en esta mañana. Desde el día de ayer no había salido de mi habitación eso es porque me sentí muy indispuesta luego de haber tenido ese pequeño disgusto con Gilberto el cual parece serio y concentrado viendo la Tablet que está en la mesa mientras come.
Me siento tan herida por sus palabras que solo quería evitarlo no obstante eso se me salió de las manos cuando mando a la señora Matilde a mi recamara. Al parecer él se enteró de que no había cenado la noche anterior, claramente ese rumor es tan cierto como que al ver su mirada fija en mi provoca que empiece a toser sintiendo el pedazo de pan atorado en mi garganta.
Instantáneamente se levanta del asiento y viene hacia donde estoy, estando cerca palmea mi espalda con un poco de fuerza, menos mal que ese pedazo de pan no estaba tan en el fondo sino hubiera sido peligroso.
El señor Abernathy me da un vaso de agua, lo bebo de un sorbo sintiendo alivio al poder respirar bien.
— ¿Estas bien? —cuestiona con auténtica preocupación.
Trago saliva a la vez que asiento con mi dedo índice, estando mejor me alejo de su presencia. De manera cortante solo lo veo para decir “He terminado de comer, con permiso” con las manos en los bolsillos de mi falda, avanzo hacia afuera de la hacienda.
En donde mientras camino me acompaña el señor Sol, suspiro sintiendo el calor de este. Continúo caminando hasta llegar a los establos, ahí mismo hay muchos caballos de varios colores, son tan hermosos como su cabello brillante.
Pero también hay un potrero donde hay más caballos esos mismos que corren alrededor de la naturaleza, observar eso me hace sonreír.
—Señorita ¡Buenos días! —Elías me saluda tan de repente que me asusta haciendo que me desestabilice y este a punto de caer.
¡Oh por Dios! Eso estuvo cerca, por suerte él ha actuado tan rápido que me sostiene. Elías es el chico jornalero que me abrazo cuando lloraba por esos hilos. Es un chico atento y agradable que me cae de maravilla luego de haberlo conocido en tan solo un dia.
—Lo siento, no debí llegar así discúlpeme, señorita ¿Está bien? —dice con un gesto de temor.
Asiento con una sonrisa, para luego reincorporarme, así mismo le sonrío intentando que la situación se suavice. Todo lo contrario, sucede cuando Gilberto aparece con su presencia tan autoritaria. Él se pone en medio de los dos, mira a Elías quien sigue tocando mi cintura.
—Elías ¿Qué haces aquí? Tu trabajo es en las tierras no en el potrero—profundiza su mirada.
—Si señor lo siento, eh solo quería darle esto a la señorita—saca una pequeña cajita color dorada—Es para usted señorita con permiso—dejando esos en mis manos se va sin decir más.
Aprieto mis manos contra esa caja, esperando a que él diga algo sin embargo solo nos vuelve a envolver ese silencio incomodo parecido al de hace un momento. Ambos sin mencionar palabra alguna solo nos miramos en tanto el ruido de la mañana nos invade.
— ¿No vas a abrir esa caja? —indaga curioso.
—Ah, sí claro—muerdo mis labios al mismo tiempo que abro ese estuche.
Estoy segura de que mi gesto apenado cambio a uno de felicidad al ver hilos, estambre y ajugas. Es tal y lo que quería. Con una sonrisa cargada de alegría sigo observando hasta que recuerdo que él no está a favor de que haga algo para el bebé que llevo en mi vientre. Así que aprieto mis labios recordando esas palabras, pestañeo un par de veces ocultando mi sonrisa...
—No se preocupe. Yo… Devolveré esto —comento con tristeza —Por favor no regañe a Elías, yo le dije que deseaba esto asì que…—suspiro levemente.
—Puedes quedártelo, lo único que te pido es que no esperes que Aitana acepte lo que sea que vayas a ser con esos hilos, y… Por favor te lo vuelvo a repetir no te encariñes con ese bebé —vuelve a repetir las mismas palabras.
—Sí, claro—contesto no muy convencida—Con permiso—me doy la vuelta sin poner atención al caballo que venía saliendo por consiguiente me asombro antes de ser jalada hacia atrás por el señor Gilberto.
Cierro los ojos negando con la cabeza ¿Cómo puedo ser tan torpe? Siempre me ando cayendo o chocando con las cosas, debo ser una carga para él quien siempre me salva de estas situaciones, dejo de pensar en eso al tacto de su perfume en mi nariz.
Huele tan bien, permanezco con los ojos cerrados sintiendo ese aroma. Reacciono y me aparto bruscamente de él.
—Lo siento soy muy torpe—frunzo el ceño.
—Ten cuidado, en este momento no solo eres tú sino también el bebé quien está en peligro. Se más cuidadosa—niega con la cabeza.
Asiento en voz baja. Sin palabras solo me dedico a caminar hacia enfrente dejándolo a él atrás, sigo caminando con esa caja abrazada a mí, yendo hacia la casa me encuentro con un papel en el que tiene escrito una fecha especial, es decir una feria. Leer esa información me entusiasma.
Varios días después…
— ¿Me puede acompañar? Es que no conozco a nadie aquí —me atrevo a pedirle eso al señor Abernathy.
— ¡No! Si bien el día que me pediste permiso para asistir a la feria te dije que sí, eso no quiere decir que te acompañé. Te di permiso porque aquí nadie te conoce y Samuel no sabe de la existencia de esta hacienda, así que no me pidas más, ve y vuelve a tiempo. Por cierto, ten cuidado con el bebé—desliza un par de billetes sobre su escritorio.
—Solo iré a mirar, no necesito dinero.
—Estas embarazada puede que se te antoje algo, tómalo como parte de un sueldo—me mira esperando a que tome esos billetes.
Varias horas más tarde…
—Que bien que te encontré aquí —expreso con alegría.
—Me hubiera dicho que vendría así hubiera pasado por usted a la hacienda. Aquí entre nos sé que usted no es nada del señor Abernathy así que no creo que le molestara si hubiera ido por usted señorita—sonríe.
Es verdad no soy nada más que un vientre en renta, así que soy una estúpida por pedirle que viniera conmigo, siendo sincera no sé qué paso por mi cabeza al pedirle tal estupidez. Con una sonrisa me rio de lo que ha dicho Elías.
Por suerte me lo he encontrado por lo que me la he pasado de maravilla, lo único malo fue no poder subirme a los juegos, de ahí en fuera todo esta perfecto porque he comido de todo un poco.
—Creo que es hora de irme, ya es tarde.
—Tiene razón señorita, además por su embarazo…—él dice tan de pronto que luego se sorprende.
— ¿También sabes de mi embarazo? —lo miro desconcertada.
—Todos lo sabemos, el señor nos hizo firmar un acuerdo de confidencialidad, disculpe por revelar eso —me mira apenado.
—No te preocupes, vámonos…
Exactamente lo que dijo Elías son las mismas palabras que aquella vez, dijo Eugenia, todos en la hacienda saben por qué estoy en esa hacienda. Minutos más tarde llegamos al lugar en donde Elías me deja justo en la entrada, con una sonrisa amable me despido de él. Luego de eso avanzo hacia adentro en donde me encuentro a Gilberto en la sala.
—Has llegado muy tarde—expresa leyendo un periódico.
—Me entretuve es que estaba muy divertido.
—Si me imagino—exhalo cerrando ese periódico.
—Señor es su billetera, el joven que la trajo menciono que la había dejado en la feria en el puesto de peluches —comenta el chofer quien le da su cartera.
Gilberto agradece a la vez que se pone rojo de su rostro. Qué raro no lo vi nunca en la feria, tal vez porque dijo que no iría.
— ¿Fue a la feria? No lo vi por ningún lado—muevo mis pupilas.
—Pues yo sí, estabas tan entretenida con Elías que no te diste cuenta de que estaba justo enfrente de ti—tensa su mandíbula.