Magnus se presentó con voz firme y segura, pero algo en él hizo que Alice sintiera que aquel hombre no era tan simple como parecía. Lo notaba en su porte, en su forma de vestir impecable, y sobre todo, en aquella camioneta lujosa que estaba estacionada frente a su casa. Todo en Magnus reflejaba poder y autoridad, algo que despertaba en Alice una mezcla de curiosidad y recelo.
—Soy Magnus —dijo con un leve gesto de cabeza—. Liam me pidió que cuidara de ti.
Alice no iba a dejarlo pasar tan fácilmente, aunque le dijera quién era. Liam no le había dicho nada de esto, pero en ese momento su celular sonó con una notificación. Era un mensaje de su hermano diciéndole que un amigo iría a recogerla y que confiara en él. ¿A caso su opinión no importaba?
No sentía confianza en ese extraño hombre que había irrumpido en su vida después de tanto tiempo. Si, recordaba su nombre, pero cuando trataba de traer algún recuerdo a su mente, no llegaba ninguna. Lo cual le parecía un poco extraño.
—No voy a ir contigo —respondió con voz firme.
Pero Magnus no pareció inmutarse. Su mirada se endureció y, con un tono que no admitía réplica, le dijo:
—No es una pregunta, Alice. Te irás conmigo, quieras o no.
Alice, lejos de intimidarse, lo retó sin vacilar:
—¿Y quién me va a obligar?
Magnus hizo una señal con la mano, casi imperceptible, y uno de sus guardias descendió del auto estacionado frente a la casa. Alice se sorprendió al ver la imponente figura del hombre, pero no dejó que eso la afectara. Con una sonrisa desafiante, se acercó a Magnus y le dijo:
—¿De verdad necesitas un gorila para venir a buscarme? ¿No puedes hacerlo tú solo?
Algo en Magnus despertó en ese momento. No supo si era furia o una chispa de emoción, pero le agradaba que alguien le hiciera frente, que no se doblegara ante su presencia. Sin dudarlo, tomó la mano de Alice y la atrajo hacia su cuerpo. Su rostro se acercó al de ella, y con una voz baja y cercana le susurró:
—No tienes ni idea de lo que estás diciendo.
Alice se sobresaltó ante el repentino movimiento. Su corazón comenzó a latir con fuerza, sin saber si era por la cercanía, por la forma en que él la sujetaba o por ese perfume varonil y penetrante que desprendía.
—Fue cortés venir personalmente por ti. Creí que te acordarías de mi —continuó Magnus—. Te daré esta noche para que prepares tus cosas. Mañana vendré a buscarte para llevarte a mi hogar. Y si no cooperas, no me hago responsable de las consecuencias.
Alice se quedó pasmada ante esas palabras. Observó cómo Magnus se alejaba, subía a su camioneta y arrancaba, dejando tras de sí una estela de incertidumbre y tensión.
Ella se quedó allí, sin saber bien qué había ocurrido en ese instante, con una mezcla de miedo y extraña fascinación que no sabía cómo explicar.
….
Al otro día, Alice se quedó pensando en todo lo que acababa de pasar la noche anterior. Las palabras de Magnus, su presencia imponente, la forma en que la había tomado de la mano… todo giraba en su mente en un torbellino de emociones confusas. Sin embargo, después de hablar con Liam, entendió que no tenía otra opción. Lo último que quería era preocupar a su hermano, y si Magnus no iba a estar tan pendiente de ella, tal vez la libertad que había visualizado antes realmente podía hacerse realidad. No creía que a aquel hombre le importara tanto lo que hacía, quizá solo cumplía con el encargo de Liam.
Dejando todos esos pensamientos atrás, se dirigió a su armario, repleto de ropa y accesorios que nunca había tenido la oportunidad de usar más allá de lo cotidiano. En medio del armario había un espejo enorme. Alice se miró detenidamente: la joven mujer de piel pálida y 1.65 metros de altura la devolvía la mirada con sus ojos avellana, intensos y llenos de preguntas.
Apartó la vista del espejo y comenzó a empacar algunas prendas que necesitaría. No le llevó mucho tiempo terminar.
Decidió darse otra ducha. En el baño, abrió el grifo de la ducha y dejó que el agua corriera perezosamente sobre su piel.
—Magnus —murmuró para sí misma, el nombre repitiéndose en su mente, intentando recordar más detalles sobre él mientras el agua caía—. ¿Quién eres en realidad?
Salió del baño con una toalla atada al pecho. Estaba a punto de ponerse el vestido azul que había dejado sobre la cama cuando escuchó que se abrían las puertas.
—Magnus está aquí —murmuró, y rápidamente se vistió.
Se pasó los dedos por el cabello mojado y tomó el secador para terminar de secarlo. Apenas llevaba un minuto cuando llamaron a la puerta.
—¿Sí? Adelante —respondió ella.
La puerta se abrió y entró Lidia.
—Tiene un invitado, señorita.
—Dile que estaré con él muy pronto —respondió Alice.
—Está bien, señorita —dijo Lidia antes de salir.
Alice continuó secándose el cabello, odiaba hacer esperar a los demás. Sentía que había sido muy grosera con Magnus, él solo le estaba haciendo un favor a su hermano. Así que, decidió que se comportaría mejor desde ahora. Pronto dejó el secador y se cepilló con rapidez.
Recogió su equipaje y salió apresuradamente de la habitación. Se recompuso al llegar a las escaleras que conducían a la sala de estar.
Al llegar a la sala de estar, encontró a un hombre que le daba la espalda. Estaba mirando una vieja fotografía de ella y su hermano.
Alice se quedó observando su espalda por más tiempo del que esperaba. Llevaba una camisa negra y unos pantalones a medida; aunque estaba vestido, Alice no necesitaba que nadie le dijera qué cuerpo tan atractivo se escondía bajo esa camisa.
Tragó saliva y estaba a punto de hablar cuando él se giró primero.
—Te veías muy linda, Cari —su voz profunda resonó en sus oídos, haciendo que sintiera algo extraño en su interior.
—¿Magnus? —finalmente el nombre quedó registrado en su mente.
—¿Sí, Cari? —respondió con una sonrisa ladeada mientras la miraba.
Alice pudo jurar que algo extraño le sucedió en su cuerpo, algo que nunca antes había sentido. No había forma de no reconocer ese rostro, esa sonrisa, ni esa voz sexy y molesta que no dejaba de llamarla “Cari”. Ahora sus recuerdos sobre él estaban llegando a su mente como un alud.