II

1778 Words
Adriano.   El tránsito en el día de hoy me ha cansado bastante, la ciudad está calurosa y tantas cosas por hacer en mi mente no son buena combinación. Por eso decidí detenerme en el café más cercano, tal vez mi cabeza duele porque esta mañana no tomé mi taza como de costumbre.   Pendiente a mi turno en la fila para ordenar, luego de pedir mi expreso, entonces me doy vuelta para salir del local en donde todas las mesas están ya ocupadas pero justamente no solo yo me estoy dando vuelta para intentar seguir con mi camino hacia la salida, hay cola hasta para retirarse y estas son cosas que suelen estresarme de más. Al parecer vine al café más abarrotado de todo Milán. En mi intento de salir de allí pude sentir mi cuerpo chocar con otros dos.   —Por Dios! —exclamó aquella voz que a pesar de ser una queja, no sonó como una.   No pude evitar sentir mis músculos contraerse, me di vuelta para observar el imprudente que había empujado en la fila detrás de mí.   —¿Acaso no ve que hay personas delante de usted? — espeté mirando aquel hombre con la mano en su móvil, distraído con cara de vagabundo.   —Lo siento mucho, voy de prisa —   —Si tenía prisa no debió meterse al café! — escuché nuevamente esa voz femenina que no me había percatado a mirar. Una tercera persona también había sido afectada.   Giré mi cabeza buscando aquel ser pero no lo veía, hasta que incliné más bien mi mentón quedando deslumbrado con una hermosa cabellera castaña, muy castaña. Analicé cada facción de su rostro que se mostraba enojado mientras ponía atención a las pecas que sobresalían en su mejilla. De perfil su nariz se veía muy respingada y sus pestañas se mostraban muy largas. Quería que se diera vuelta para mirarla de frente.   —Lo siento mucho, joven— fue lo que escuché al tipo decirle antes de salir muy rápido empujando a otros.   Todo el bullicio que había en el lugar yo ya no lo escuchaba, mis oídos y mi cabeza solo reproducían la voz de ella.   —Se encuentra bien? No le derramó el café? — ¿acaso me estaba hablando a mí? ¿No soy yo quien debería preguntarle eso a ella?   —Si, y usted? — le respondí mirándola darme finalmente el frente.   Maldición.... ¿son de contacto sus ojos o que mierda? Son los más azules que he visto en mi vida. Tragué cuando la vi negar con la cabeza.   —Aquella bestia me ha roto el tacón cuando me ha empujado, y mire como se ha ido así no más sin preguntarme si estoy bien. Tuvo suerte de no derramarnos el café — la analicé de pies a cabeza en ese momento. Llevaba una falda negra hasta sus rodillas con una camisa blanca por dentro de mangas largas y no llevaba pantimedias, mostraba sus grandes piernas con un calzado de ¿oficina? ¿Ejecutiva tal vez?   —No me voy a cansar de decir que los hombres son todos unos cabrones, a veces me avergüenzo de pertenecer a este género. Déjeme ayudarle, en mi auto tengo unas sandalias. No son unos tacones como los que lleva usted ahora, pero no creo que deba usted ir descalza —   Sus ojos conectaron con los míos de una manera diferente, ladeó su cabeza y unos que otros mechones de su cabello fueron a parar al lado contrario, haciéndome olvidar por completo de que seguía aún en medio de tanta gente en aquel famoso café.   Me sonrió a medias sin mostrarme sus dientes, y yo hubiera querido que me permitiera verlos. Una sensación extraña se apoderó de mi por ver más allá de sus labios.   —Ouh no, ¿y si luego se molesta su esposa por prestarme su calzado? No no, puedo llegar a la clínica descalza, está a la esquina —   Esbocé una sonrisa por aquella pregunta.   —Puede que me vea un poco mayor, pero no tengo esposa. Las sandalias son de mi cuñada que al parecer se les han olvidado. No es de caballeros que yo pueda ayudarle y no lo haga. ¿Ha dicho clínica? Si está usted enferma no le conviene caminar descalza —   Una risa suave se le escapó de aquellos labios rosa que poseía tan llamativos. Y por primera vez podía decir que era el gesto más lindo que había escuchado después de oír a mis sobrinas llamarme tío.   —No estoy enferma, yo trabajo allí. Soy doctora. Pero vale, voy a aceptar su ayuda, pero mañana se las devuelvo — me advirtió con su dedo índice.   Ouh... es doctora. ¿Y si finjo que me siento mal?   —Espéreme justo acá, que nadie me la vaya a empujar otra vez. Voy al auto por las sandalias—   Recibí un asentimiento de su parte y salí del local a donde dejé estacionado mi Porsche por aquellas sandalias. Estoy seguro de que mi cuñada Elira no se va a enojar porque le haya prestado su calzado a una preciosa mujer que me he encontrado en el café y me ha gustado. Además, no sería bueno que yo pudiendo ayudarla no lo hiciera.   —Quédese de pie, no se agache. Yo le ayudo — le dije al estar de regreso en el café con la doctora. Pues no había un solo asiento disponible.   Sus ojos me miraron confundidos pero asombrada.   — ¿Acaso ha salido usted de una novela? Porque no había visto tanta gentileza nunca — me sonrió a medias apenada.   ¿Y si le digo que soy débil con las mujeres como ella? Con esa carita de ángel y esos ojos de que no atacan a nadie. De por si me siento agradecido con toda fémina, me autodescribo como amante de las mujeres. Amo el maravilloso ser que son, las vivo. Pero en definitiva, ella me estaba enloqueciendo con tan solo su físico.   Le pasé mi café para que me lo sostuviera mientras yo le quitaba sus tacones y sentía su mirada en mi espalda todo el tiempo. Al tocar sus pies y ver su piel tan de cerca la lengua se me secó. Me dieron ganas de acariciar sus pantorrillas y de poder sentir la suavidad que a leguas se veía. Tenía la misma piel de una bebé.   Le coloqué las sandalias y sus tacones los eché en una bolsa, reponiéndome del suelo y pasándole sus zapatos.   Elevó su cabeza para verme fijamente y maldita sea... era aún más pequeña con esas sandalias.   —Muchas gracias, de verdad. Espero que su "Cuñada" no se enoje. Dígame donde puedo devolverle las sandalias mañana — pasó la lengua por sus labios y tomó de su café.   No pude evitar morder mis labios hacia dentro. ¿Y si fuera yo al que ella tomara? ¿Y si fuera a mí a quien saboreara con esa lengua?   —¿No me cree usted cuando le digo que son de mi cuñada? — sonreí — mejor deme su número si es muy amable, si no tiene problemas con su novio, claro — ahora quien sonrió esta vez fue ella negando con la cabeza.   —Muy astuto el señor — emitió sacando de los bolsillos de su falda una tarjeta de presentación.   — Dra. Anastasia Bianchi...— leí su nombre en la tarjeta.   Asintió brindándome su mano, mientras yo la miraba anonadado por como su nombre combinaba a la perfección con su belleza.   —Un placer, Señor...— esperó que le dijera mi nombre.   —Adriano Lombardo, un placer, Anastasia— estreché su mano sintiendo mi boca resecarse por segunda vez. Iba a quedar seco ante esta mujer.   —Con que Adriano, si ese es su nombre no me sorprende que haya sido tan generoso conmigo.   —¿Por qué? — le pregunté   —Su nombre significa, hombre con coraje, valiente y de gran corazón — ¿Acaso tenía más cosas como para llamarme la atención?   Bombardeó mi corazón. ¿De dónde ha salido esta mujer?   —No sé qué significa el suyo, pero yo mismo le voy a decir que creo que es encantadora — recibí de su parte una sonrisa muy preciosa, una que me permitió ver sus hoyuelos.   -Otra vez gracias, Señor Adriano. Estaré esperando su llamada mañana, para devolverle las sandalias, claro está. Pase bonita tarde, tengo que irme a trabajar — se despidió de mí, pero no quería que se fuera.   —Hasta mañana, Dra. Anastasia —   Wao.... ya sé que dije que no iba actuar como un loco obsesivo ante una mujer que me gustara, pero ella no me gusta, me encanta.   Sin aún yo salir de aquel café, mirándola alejarse por los cristales del local marqué el número de uno de mis hombres.   —A su orden señor Lombardo—   —Carlos, te voy a pedir que investigues esta persona, su nombre es Anastasia Bianchi. Te voy a mandar su número y su lugar de trabajo. Esta noche quiero una carpeta con toda su información —   —Entendido, Señor —colgué.   Le tomé una foto a su tarjeta de presentación donde se visualizaba el nombre de la clínica, su correo, número telefónico y nombre.   Seré breve, soy el pequeño de tres hermanos que también se dedican a la mafia y mi pasión son los aviones. Estoy soltero, tengo 28 años de edad y me encuentro hipnotizado por una chica a la que me acabo de encontrar en un café gracias al empujón de un idiota que me hizo entablar conversación con ella.   Manejo negocios internacionales para tapar mi vida ilícita y por el momento tengo una empresa petrolera en la cual invierto mayor parte de mi tiempo.   En el amor soy un caos... nunca he tenido una relación. Tal vez mis traumas me lo han impedido, o me he esforzado tanto por ser diferente a mi familia que solo he logrado perderme de muchas cosas. No suele atraerme tocha chica, no me gusta que se me lancen o que se porten muy coquetas... soy fanático de la mujer natural y sobre todo sonriente.   Pero Anastasia... he quedado tan sorprendido por los ojos, la sonrisa y la voz de esa mujer que se me hace imposible no querer saber más de ella. Y no quiero decir que por eso ya la quiero para mí, no se asusten, no la voy a secuestrar pero si la voy a volver a ver y entonces, voy a comprobar si solo es el dolor de cabeza que me tiene alucinando por alguien que acabo de ver o en realidad esa mujer le ha desordenado el día a este mafioso.
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