Un encuentro desagradable
Gabriella salió del hospital, hoy fue el inicio en este lugar desde que Emiliano, su prometido le pidió que cambiaran de ciudad. Ella sale caminando para tomar un taxi e ir hasta el apartamento que rentaron.
La oscuridad de la noche hace que la calle se sienta más tétrico, Nápoles había sido un lugar característico para pasear, ella nunca pensó que sería el lugar en donde viviría luego de casarse.
De pronto, Gabriella escucha unos cuantos tiros no muy lejos de allí, por inercia, ella se tapa y se agacha evitando ser herida por accidente. El ruido duró unos cuantos minutos, para después todo quedar en un silencio sepulcral. Gabriella miró a su alrededor, su instinto le decía que saliera corriendo, en especial cuando a lo lejos se veían unas cuantas camionetas a toda velocidad andando por esa calle.
Gabriella dio media vuelta para irse, pero estos carros se detuvieron justo al lado de ella. De allí salieron unos cuantos hombres encapuchados. Ella quedó estática, aunque por dentro pensaba en porque no salió a correr.
—¿Usted es médica? —dice uno de ellos, ella subió la mirada, era el doble de grande.
«Mal día para salir con el uniforme» ella pensó.
—¿Qué quieren? —él ríe, le hace señas a otro hombre y se acerca a ella para tapar su boca y poner algo allí hasta dejarla inconsciente.
Rápidamente la subieron al carro, observaron a su alrededor y manejaron hasta la mansión de su jefe. Gabriella abrió sus ojos cuando estaba en una habitación, oscura y bastante húmeda.
—Déjenme salir —grita ella una y otra vez, pero no es escuchada.
Luego de algunos minutos de ella intentando abrir la puerta, esta se abre dejando ver a un hombre con una cicatriz que le cubre casi todo su rostro.
—¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué me trajeron aquí? hablen de una maldita vez —ella grita con fuerza, mientras las venas en su rostro se marcan.
—¿Usted es médica? —ella asiente con su cabeza, sería estúpido mentir y decir que se equivocaron, porque seguramente ya sabían a la perfección quien era ella—. Perfecto, si quiere salir de aquí, debe venir con nosotros. Solo necesitamos que saque la bala de nuestro jefe y se puede ir. Así de sencillo.
—No puedo hacerlo, debemos ir a un hospital. Algo puede salir mal, las cosas se pueden complicar —ella explica, mientras que ellos ríen.
—No le estamos preguntando si se puede o no se puede, le estamos dando la orden. ¿Acepta o prefiere que le pongamos una bala en medio de sus cejas? Una bala que adornaría a la perfección con su bello rostro.
Gabriella movió su cabeza, por un instante pasó por su mente su madre, su hermano y su prometido. Emiliano era lo más importante que ella tenía, era su razón para vivir, no podía morir, no sin cumplir todo lo que se prometieron, no sin darle un último beso, sin decirle que lo amaba una última vez.
Gabriella camina por un pasillo hasta llegar a un despacho, al entrar ve a un hombre de espaldas, ella se pone a la defensiva y camina con seguridad. En la mesa a su lado se encontraban unos utensilios médicos, mientras que alrededor de él, la cantidad de personas que lo acompañaba era abrumadora, al menos para ella.
—Esto no es nada ético —dice ella, con seguridad. Gabriella escucha una risa lo suficientemente varonil que la hizo poner la piel de gallina.
—Lo ético no va conmigo, quiero que saque la bala que tengo atravesada, solo tiene una oportunidad porque de lo contrario, la que tendrá la bala es usted, no es la primera ni la última en estar aquí. Así que si yo fuera usted, no lo pensaría dos veces. —Gabriella abre sus ojos, pero mantiene su postura.
Él se gira, con su camisa abierta. Un hombre maduro, atractivo, con su cuerpo completamente marcado por el ejercicio. Su mirada intensa, ojos oscuros y sus labios gruesos, dejaron a Gabriella sin palabra alguna.
—¿Y bien? ¿Ya sabe qué es lo que debe hacer doctora? porque no tengo tiempo para poder esperarla.
—Debo anestesiarlo, necesito mis instrumentos.
—El dolor es subjetivo. Solo haga su trabajo, será bien recompensada.
—No me interesa el dinero sucio. —Él levanta sus labios, dejando una sonrisa de lado, lo suficientemente coqueta para generar que el cuerpo de Gabriella tiemble.
—No hablo de dinero —su voz ronca retumba en los oídos de Gabriella.
Ella se acerca y hace caso omiso a lo que él dice, de inmediato comienza a extraer la bala, notando muy poco dolor en el rostro de aquel hombre. Gabriella se esfuerza y le realiza una pequeña sutura. Al terminar simplemente desecha los guantes para luego mirarlo.
—Espero que con terminar esto, me pueda retirar. —Él mira el vendaje y luego observa a Gabriella con curiosidad.
—Usted es nueva aquí, ¿verdad?
—Mi vida no le incumbe. Terminé con lo que tenía que hacer en contra de mi voluntad, si no es mucho pedir, me quiero ir y espero no volverlo a ver.
—En cambio a mi si me interesaría volverla a ver… pero le daré tiempo para que lo procese, para que la próxima vez que esté aquí, no tenga miedo.
—¿Que no tenga miedo? claramente se ve que es un matón y yo no me involucro con personas como usted. Le agradezco que le pida a ellos que me lleven. —Él se acerca a ella, camina con imponencia y pone su dedo en la boca de ella.
—Eso lo veremos…
Él hace señas y le pide a sus hombres que la lleven, mientras tanto, no para de observarla. Gabriella camina, pero antes de salir de allí le da una última mirada, una en el que le deja claro que no volverá a verlo.