Los días pasaban y el príncipe siempre buscaba una razón para desprestigiar a Elena. Ambos peleaban mucho porque desde un inicio eso había sido su sentencia.
Vikran, a propósito, la fastidiaba y le realizaba mandatos absurdos. Elena siempre lloraba diciendo que nunca le haría caso.
Después de unos meses, ellos dejaron de coincidir. El rey tenía más trabajos y, por alguna razón, había hecho el pedido de que Vikran debía tener más horas de estudio.
Un día mientras caminaba con el respaldo de sus guardias, se detuvo al escuchar una discución ajena.
—¿Por qué me haces esto? —decía Elena.
—Deberías regresar a tu casa, niña tonta. —Simone, el hijo del Marqués Widmour, el consejero del Rey; acosaba a la niña.
A lo lejos, Vikran miró al suelo y varios dibujos se encontraban partidos en
